Es para mí un motivo de gran nostalgia dirigirme a usted en este momento histórico de su partida del gobierno de la diócesis y de la llegada de un nuevo pastor que, a partir del 20 de febrero, vendrá a presidir nuestra iglesia particular.
Mi memoria se remonta hasta aquel 10 de noviembre del año 1994 cuando usted llegó a Ciudad Juárez. Era yo seminarista estudiando en el Seminario de Monterrey e hicimos el viaje en autobús hasta nuestra ciudad, mis compañeros y yo, para conocer al nuevo obispo y estar presente en su toma de posesión.
Desde aquel día en que lo conocí quedé impresionado por su figura. Era un sucesor del colegio de los Doce Apóstoles quien llegaba, y mi vida y vocación quedaban estrechamente ligadas a mi relación con usted. Desde aquel día quise ser un colaborador suyo y no quería hacer nada fuera de la comunión con mi obispo. He sentido siempre por usted un gran respeto porque sé que en la obediencia y en la honra, es a Jesús –sumo obispo de la Iglesia– a quien se reverencia.
Le confieso que he tenido fallas y que no siempre he sabido mostrar esa fidelidad hacia todo lo que usted me ha indicado. Me ha faltado también sensibilidad para tratarle de una manera más fina y estrecha, y por esos pecados y errores le pido, sinceramente, su perdón.
Desde los primeros encuentros que tuvimos pude percibir que usted me tenía una buena dosis de confianza. Lo comprobé a menos de un año de su llegada, cuando me hizo saber que me enviaba a estudiar a Roma. Después de alentarme recuerdo esas palabras: “No te quiero ver durante los próximos cinco años”. Aunque en un principio fue difícil aceptar esa disposición suya, pude cumplirla y hoy le agradezco muchísimo su sabia orden. Para mí los años de formación en Roma, cerca de Juan Pablo II, fueron decisivos para querer entregarme de lleno al ministerio sacerdotal y aspirar a la santidad.
Mi memoria se remonta hasta aquel 10 de noviembre del año 1994 cuando usted llegó a Ciudad Juárez. Era yo seminarista estudiando en el Seminario de Monterrey e hicimos el viaje en autobús hasta nuestra ciudad, mis compañeros y yo, para conocer al nuevo obispo y estar presente en su toma de posesión.
Desde aquel día en que lo conocí quedé impresionado por su figura. Era un sucesor del colegio de los Doce Apóstoles quien llegaba, y mi vida y vocación quedaban estrechamente ligadas a mi relación con usted. Desde aquel día quise ser un colaborador suyo y no quería hacer nada fuera de la comunión con mi obispo. He sentido siempre por usted un gran respeto porque sé que en la obediencia y en la honra, es a Jesús –sumo obispo de la Iglesia– a quien se reverencia.
Le confieso que he tenido fallas y que no siempre he sabido mostrar esa fidelidad hacia todo lo que usted me ha indicado. Me ha faltado también sensibilidad para tratarle de una manera más fina y estrecha, y por esos pecados y errores le pido, sinceramente, su perdón.
Desde los primeros encuentros que tuvimos pude percibir que usted me tenía una buena dosis de confianza. Lo comprobé a menos de un año de su llegada, cuando me hizo saber que me enviaba a estudiar a Roma. Después de alentarme recuerdo esas palabras: “No te quiero ver durante los próximos cinco años”. Aunque en un principio fue difícil aceptar esa disposición suya, pude cumplirla y hoy le agradezco muchísimo su sabia orden. Para mí los años de formación en Roma, cerca de Juan Pablo II, fueron decisivos para querer entregarme de lleno al ministerio sacerdotal y aspirar a la santidad.
¡Cómo no darle las gracias por aquellas visitas a sus seminaristas en Roma! Eran para nosotros la visita de nuestro padre y pastor que tenía puesta su confianza en aquellos hijos que estaban lejos de la diócesis y que a veces navegaban en aguas agitadas. Su presencia en Roma siempre me trajo alegría, seguridad y paz, era un faro que nos indicaba la dirección al puerto. Gracias, de corazón, don Renato, por su cariño y su apoyo. Llevaré en mi memoria siempre aquel opíparo banquete que, de una a siete de la tarde, nos hizo disfrutar su amigo el abogado. No me quedó la menor duda del cariño de ese hombre hacia usted expresado –como buen italiano– con vinos exquisitos y manjares sustanciosos… y un par de alkasélsers después del postre.
El día 8 de diciembre de 2000 quedó como el hito que marcó toda mi vida. Aquel viernes en la tarde, en la Catedral, usted me impuso sus manos para conferirme el sacerdocio en el orden de los presbíteros. Una vez más me otorgó un voto de confianza, diría que fue el mayor de todos. Fue un don inmenso haberme convertido, por gracia divina y disposición suya, en sacerdote del Señor. Gracias a usted soy lo que ahora soy. Renato Ascencio quedará grabado en mi alma como un nombre clave de mi felicidad sacerdotal por haberme conferido el sacerdocio de Cristo. Creo que parte de nuestro gozo en el cielo será encontrar allá a las almas radiantes sobre las que tuvimos alguna influencia para que fueran santas. Buena parte de la felicidad que a usted le espera, en la casa eterna del Padre, será la convivencia con los 77 sacerdotes y dos obispos a los que usted les impuso las manos, esperemos que ninguno se quede fuera.
Decía George Chapman que “Quien no tiene confianza en el hombre, no tiene ninguna en Dios”. Seguramente usted tiene una gran confianza en nuestro Señor por haber sido tan generoso en depositar su esperanza en mí. Desde que me confió la dirección Presencia, nuestro periódico diocesano, me he esforzado para que sea un medio al servicio de nuestra diócesis en comunión con el obispo. Gracias de corazón por haberme confiado la pluma durante 14 años. Tenga la seguridad de que todos en Presencia sentimos un gran respeto y amor por su persona y ha sido una gran alegría servirle con nuestro trabajo periodístico.
De manera especial estoy agradecido con usted por haberme nombrado párroco de Nuestra Señora de Guadalupe, Catedral. Ello por dos motivos. Primero por el gran amor que le tengo a la Virgen María. Siempre sentí que llegué a la Catedral gracias a Ella, con la encomienda de difundir más en la diócesis el amor y la devoción a nuestra Señora. Usted me brindó esa oportunidad y las palabras no son suficientes para expresarle mi gratitud. Y en segundo lugar, por estar al frente de la sede del obispo. Jamás vi el nombramiento como un privilegio sino como un servicio, una delicada responsabilidad que usted me confiaba. Desde mi llegada a Catedral hasta hoy trato de servir con temor y con temblor, y pido al señor hacerlo con toda humildad, para que si el nuevo obispo dispone de mí para otra misión, otorgue inmediatamente mi consentimiento.
Don Renato, es conmovedor observar la manera en que Dios ha hecho su obra en usted, y a través de usted en Ciudad Juárez. Durante los últimos veinte años pude observar el paso de un obispo que hacía sentir su autoridad a un obispo que se fue revistiendo, cada vez más, con los ropajes de la misericordia divina. Mis hermanos sacerdotes y yo lo hemos acompañado en sus alegrías y en sus tristezas, en momentos de duro trabajo y de convivencia fraterna. Usted no es el mismo que hace diez años. El Espíritu divino lo ha ido transformando en una persona más cariñosa, paciente, benigna y compasiva. Recuerdo, hace mucho tiempo, en alguna ocasión escuché una dura reprimenda de usted hacia mí, merecida ciertamente por mis torpezas, pero hoy sólo le escucho palabras dulces y gestos de amabilidad hacia todos.
Nuestra diócesis no es perfecta ni está terminada. Es perfectible y hay mucho todavía por sembrar y cosechar. Pero tenga la seguridad de que su legado es enorme para los católicos juarenses. Su salud debilitada es la prueba más contundente de su entrega y desgaste para que el Reino de Dios resplandezca en la diócesis. En la esperanza de que siga usted viviendo entre nosotros por mucho tiempo, le envío un abrazo filial con profunda gratitud por tantos dones recibidos a través de su persona. Y pido al Señor que le conceda la corona incorruptible y gloriosa en la eternidad como premio a sus esfuerzos.
El día 8 de diciembre de 2000 quedó como el hito que marcó toda mi vida. Aquel viernes en la tarde, en la Catedral, usted me impuso sus manos para conferirme el sacerdocio en el orden de los presbíteros. Una vez más me otorgó un voto de confianza, diría que fue el mayor de todos. Fue un don inmenso haberme convertido, por gracia divina y disposición suya, en sacerdote del Señor. Gracias a usted soy lo que ahora soy. Renato Ascencio quedará grabado en mi alma como un nombre clave de mi felicidad sacerdotal por haberme conferido el sacerdocio de Cristo. Creo que parte de nuestro gozo en el cielo será encontrar allá a las almas radiantes sobre las que tuvimos alguna influencia para que fueran santas. Buena parte de la felicidad que a usted le espera, en la casa eterna del Padre, será la convivencia con los 77 sacerdotes y dos obispos a los que usted les impuso las manos, esperemos que ninguno se quede fuera.
Decía George Chapman que “Quien no tiene confianza en el hombre, no tiene ninguna en Dios”. Seguramente usted tiene una gran confianza en nuestro Señor por haber sido tan generoso en depositar su esperanza en mí. Desde que me confió la dirección Presencia, nuestro periódico diocesano, me he esforzado para que sea un medio al servicio de nuestra diócesis en comunión con el obispo. Gracias de corazón por haberme confiado la pluma durante 14 años. Tenga la seguridad de que todos en Presencia sentimos un gran respeto y amor por su persona y ha sido una gran alegría servirle con nuestro trabajo periodístico.
De manera especial estoy agradecido con usted por haberme nombrado párroco de Nuestra Señora de Guadalupe, Catedral. Ello por dos motivos. Primero por el gran amor que le tengo a la Virgen María. Siempre sentí que llegué a la Catedral gracias a Ella, con la encomienda de difundir más en la diócesis el amor y la devoción a nuestra Señora. Usted me brindó esa oportunidad y las palabras no son suficientes para expresarle mi gratitud. Y en segundo lugar, por estar al frente de la sede del obispo. Jamás vi el nombramiento como un privilegio sino como un servicio, una delicada responsabilidad que usted me confiaba. Desde mi llegada a Catedral hasta hoy trato de servir con temor y con temblor, y pido al señor hacerlo con toda humildad, para que si el nuevo obispo dispone de mí para otra misión, otorgue inmediatamente mi consentimiento.
Don Renato, es conmovedor observar la manera en que Dios ha hecho su obra en usted, y a través de usted en Ciudad Juárez. Durante los últimos veinte años pude observar el paso de un obispo que hacía sentir su autoridad a un obispo que se fue revistiendo, cada vez más, con los ropajes de la misericordia divina. Mis hermanos sacerdotes y yo lo hemos acompañado en sus alegrías y en sus tristezas, en momentos de duro trabajo y de convivencia fraterna. Usted no es el mismo que hace diez años. El Espíritu divino lo ha ido transformando en una persona más cariñosa, paciente, benigna y compasiva. Recuerdo, hace mucho tiempo, en alguna ocasión escuché una dura reprimenda de usted hacia mí, merecida ciertamente por mis torpezas, pero hoy sólo le escucho palabras dulces y gestos de amabilidad hacia todos.
Nuestra diócesis no es perfecta ni está terminada. Es perfectible y hay mucho todavía por sembrar y cosechar. Pero tenga la seguridad de que su legado es enorme para los católicos juarenses. Su salud debilitada es la prueba más contundente de su entrega y desgaste para que el Reino de Dios resplandezca en la diócesis. En la esperanza de que siga usted viviendo entre nosotros por mucho tiempo, le envío un abrazo filial con profunda gratitud por tantos dones recibidos a través de su persona. Y pido al Señor que le conceda la corona incorruptible y gloriosa en la eternidad como premio a sus esfuerzos.
Pàrroco, me encantò su mensaje para el Sr.Obispo. Digale que cuando quiera visitar nuevamente a la comunidad de MJH en Bologna, Italia, serà bienveido. Saludos.
ResponderBorrarMil gracias, Padre, por lo que mis enseñan sus palabras. No sólo el amor de un hijo por su padre, de un Sacerdote por su ministerio y lo que convella, sino el amor de Dios a todos nosotros.
ResponderBorrarMe uno a sus bellas Palabras para un Obispo que dio cuanto Dios le entrego para su diocesis, Felicidades Padre Hayen y Dios bendiga al Sr. Obispo don Renato
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