El proceso de beatificación de monseñor Oscar Romero, arzobispo de El Salvador, asesinado por un disparo mientras celebraba la Misa, ha entrado en su fase final. La Santa Sede ha decretado que el motivo de su muerte fue por odio a la fe, odio contra el amor y la justicia que él predicó. El día de su muerte, el 24 de marzo de 1980, el obispo Romero estuvo en el mar con algunos sacerdotes del Opus Dei. Cada mes solía hacer retiro con el Opus y su director espiritual era Fernando Sáenz Lacalle, sacerdote de la Prelatura, aunque su confesor era un anciano jesuita, el padre Azcue. Diversos grupos ideológicos maquillan a monseñor Romero con tintes de izquierda política y de espiritualidad progresista. Nada más lejano de la realidad, como lo demuestra este retiro de sacerdotes del Opus Dei, al que se mantuvo fiel hasta el mismo día de su muerte.
La tarde del domingo 15 de diciembre fue dramática en la Catedral. El padre Rafael Saldívar, vicario parroquial, se debatía por la tarde entre la vida y la muerte por una baja en su presión arterial. Al padre Arturo, vicario también, y a mí, nos tocó auxiliarlo y trasladarlo al hospital. Desafortunadamente el padre llegó sin vida a la clínica. Hace ocho años recibí al padre Rafael como vicario de catedral para su integración al trabajo pastoral. El martes 17 de diciembre lo recibí dentro de su ataúd en la puerta del templo. Aquel mandato de Jesús a sus sacerdotes: "id por todo el mundo a predicar al Evangelio" de pronto se transformó en "vengan benditos de mi Padre". Después de estos años de haber caminado juntos en las labores de la parroquia, doy gracias a Dios por el servicio que prestó a la Iglesia así como por la relación fraterna y amistosa que tuvimos. Recibimos su cuerpo sin vida iniciando las ferias mayores del Adviento, leyendo la genealogía de Jesucristo...
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