Es cierto que los tiempos actuales son de mucho ateísmo e indiferentismo religioso. Hacia las derechas y las izquierdas políticas, en ambientes rurales y urbanos, en el norte y el sur del mundo, hay una crisis de fe. Los católicos solemos culpar al ambiente cultural, social y educativo que respiramos, pero raramente achacamos la responsabilidad a nosotros mismos, los creyentes. Y, sin embargo, la increencia se debe, en gran parte, a la crisis de la comunidad creyente y su incapacidad de expresar públicamente su fe en el mundo. Muchos católicos buscamos experiencias religiosas que tengan sensibilidad y afecto, y no está mal. Sin embargo cuando nos distanciamos de las experiencias que implican responsabilidades, obligaciones y compromisos fuertes, así nuestro catolicismo de emociones y sin una moral vigorosa corre el riesgo de quedarse en un cristianismo de niños, no de adultos.
La nueva presidenta Claudia Sheinbaum, quien dice ser no creyente, empezó su gobierno participando en un ritual de brujería. Hago algunas observaciones con este hecho: 1. Muchos ateos se niegan a creer en el Dios revelado por Cristo debido a que ello exige conversión y compromiso moral, y prefieren dar cauce a su sensibilidad espiritual a través de rituales mágicos de protección contra fuerzas que los puedan perjudicar. Es decir, en el fondo, muchos que se confiesan ateos creen que existe algo que está más allá del mundo natural. ¿Será que la presidenta, en realidad, no es tan atea? 2. Participar en un ritual religioso indígena debería de ser motivo de escándalo para los jacobinos y radicales de izquierda que proclaman la defensa del Estado laico y la no participación de un político en actos de culto público. Ellos deberían de ser coherentes y lanzar sus rabiosos dardos a la presidenta. Si Claudia Sheinbaum hubiera sido bendecida por algún sacerdote con sotana y sobrepelliz a las puert...
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