Es cierto que los tiempos actuales son de mucho ateísmo e indiferentismo religioso. Hacia las derechas y las izquierdas políticas, en ambientes rurales y urbanos, en el norte y el sur del mundo, hay una crisis de fe. Los católicos solemos culpar al ambiente cultural, social y educativo que respiramos, pero raramente achacamos la responsabilidad a nosotros mismos, los creyentes. Y, sin embargo, la increencia se debe, en gran parte, a la crisis de la comunidad creyente y su incapacidad de expresar públicamente su fe en el mundo. Muchos católicos buscamos experiencias religiosas que tengan sensibilidad y afecto, y no está mal. Sin embargo cuando nos distanciamos de las experiencias que implican responsabilidades, obligaciones y compromisos fuertes, así nuestro catolicismo de emociones y sin una moral vigorosa corre el riesgo de quedarse en un cristianismo de niños, no de adultos.
La tarde del domingo 15 de diciembre fue dramática en la Catedral. El padre Rafael Saldívar, vicario parroquial, se debatía por la tarde entre la vida y la muerte por una baja en su presión arterial. Al padre Arturo, vicario también, y a mí, nos tocó auxiliarlo y trasladarlo al hospital. Desafortunadamente el padre llegó sin vida a la clínica. Hace ocho años recibí al padre Rafael como vicario de catedral para su integración al trabajo pastoral. El martes 17 de diciembre lo recibí dentro de su ataúd en la puerta del templo. Aquel mandato de Jesús a sus sacerdotes: "id por todo el mundo a predicar al Evangelio" de pronto se transformó en "vengan benditos de mi Padre". Después de estos años de haber caminado juntos en las labores de la parroquia, doy gracias a Dios por el servicio que prestó a la Iglesia así como por la relación fraterna y amistosa que tuvimos. Recibimos su cuerpo sin vida iniciando las ferias mayores del Adviento, leyendo la genealogía de Jesucristo...
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