Ambrosio, últimamente te he visto inquieto. Supe que te fuiste dos días a hacer un retiro espiritual a las montañas con un grupo de personas que practican algunas disciplinas orientales. Dijiste que ese retiro sería para encontrarte a ti mismo. Ambrosio, recuerda que eres católico y que nuestra fe es incompatible con religiones orientales. La manera en que los cristianos nos encontramos a nosotros mismos no es a través de una introspección obsesiva centrada en nuestro yo. Nunca nos encontraremos a nosotros mismos poniendo nuestra mente en blanco, lejos de la civilización como si fuéramos monjes budistas.
La Iglesia Católica enseña que el hombre es la única criatura de la tierra que Dios ha querido por sí misma, y que el hombre se encuentra plenamente a sí mismo cuando se dona a los demás, cuando se preocupa por cuidar a otras personas y se ocupa de que esas personas tengan lo mejor.
¿Recuerdas, Ambrosio, cuando hace algunos años estabas en un grupo de tu parroquia y juntos fueron a una zona muy pobre de la ciudad para llevar despensas? ¿Has tenido la experiencia de haber escuchado a un amigo tuyo que lloraba sus penas durante toda una noche, o has cuidado con dedicación a una persona enferma? Si así fue, seguramente te quedó una gran satisfacción porque supiste ayudar al necesitado brindándole tu amor.
Para eso nos creó Dios. No nos hizo para vivir solos, sino para vivir en familias y comunidades. Nunca encontraremos la felicidad viviendo en nuestros pequeños mundos aislados, gastando todas nuestras energías sólo para satisfacer nuestras necesidades. Nos sentimos plenos cuando unimos nuestras vidas y nuestras necesidades a las de los demás, cuando establecemos relaciones amorosas de interdependencia. Somos felices, querido hijo, cuando nos dedicamos a buscar el bien de los demás y cuando los demás buscan lo mejor para nosotros.
Así nos ama Dios. Antes de que tú vinieras a este mundo, Dios ya sabía quién ibas a ser, y te amó completamente por ti mismo. No te creó para que fueras un estudiante de excelentes calificaciones o para que fueras un gran trabajador. Dios te formó simplemente porque te amó, te sigue amando y porque quiere lo mejor para ti. Con ese amor tendrás que aprender a amar, Ambrosio, si quieres ser feliz. ¿No te parece?
La Iglesia Católica enseña que el hombre es la única criatura de la tierra que Dios ha querido por sí misma, y que el hombre se encuentra plenamente a sí mismo cuando se dona a los demás, cuando se preocupa por cuidar a otras personas y se ocupa de que esas personas tengan lo mejor.
¿Recuerdas, Ambrosio, cuando hace algunos años estabas en un grupo de tu parroquia y juntos fueron a una zona muy pobre de la ciudad para llevar despensas? ¿Has tenido la experiencia de haber escuchado a un amigo tuyo que lloraba sus penas durante toda una noche, o has cuidado con dedicación a una persona enferma? Si así fue, seguramente te quedó una gran satisfacción porque supiste ayudar al necesitado brindándole tu amor.
Para eso nos creó Dios. No nos hizo para vivir solos, sino para vivir en familias y comunidades. Nunca encontraremos la felicidad viviendo en nuestros pequeños mundos aislados, gastando todas nuestras energías sólo para satisfacer nuestras necesidades. Nos sentimos plenos cuando unimos nuestras vidas y nuestras necesidades a las de los demás, cuando establecemos relaciones amorosas de interdependencia. Somos felices, querido hijo, cuando nos dedicamos a buscar el bien de los demás y cuando los demás buscan lo mejor para nosotros.
Así nos ama Dios. Antes de que tú vinieras a este mundo, Dios ya sabía quién ibas a ser, y te amó completamente por ti mismo. No te creó para que fueras un estudiante de excelentes calificaciones o para que fueras un gran trabajador. Dios te formó simplemente porque te amó, te sigue amando y porque quiere lo mejor para ti. Con ese amor tendrás que aprender a amar, Ambrosio, si quieres ser feliz. ¿No te parece?
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