Hoy existe la tendencia a ver a la familia como un bien de consumo. La familia se vuelve como un coche, un refrigerador o una computadora. Se usa mientras nos sirve y después se desecha. Es decir, la ley del gozo y del capricho rigen hoy a muchas familias. Nos preguntamos, ¿qué sentido tiene entonces la indisolubilidad y la fidelidad en el matrimonio? ¿Qué sentido tiene el matrimonio cuando nadie se quiere comprometer? Tengamos claridad: quienes no creen en la familia cristiana no deben casarse por la Iglesia. Y no debemos tampoco obligar a alguien a casarse en el Señor cuando no se cree en el matrimonio religioso. Es cuestión de honestidad y de respeto a la verdad.
Muy bueno, se dijo lo que se tenía que decir. También hay que educar a las personas en que el matrimonio es un sacramento y no un compromiso social que uno debe cumplir llegado a cierta edad. Todavía falta mucho por hacer en materia de matrimonio.
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