Los indios mansos y zumanos eran una feroz y bárbara nación –cuenta José Mario Sánchez Soledad en su libro ‘La historia oculta de Ciudad Juárez’– y convertirlos no fue nada fácil. Eran un pueblo chichimeca –así llamaban los aztecas a los grupos étnicos del norte– que adoraban al sol y a la luna. Cuando los mansos, piros, zumanos y otras tribus entraron en contacto con los franciscanos españoles que bajaron de Santa Fe (Nuevo México) anunciando el Evangelio, la Virgen de Guadalupe facilitó su conversión. Aquellos primeros evangelizadores de lo que hoy es Ciudad Juárez pusieron, por ello, nuestra tierra bajo el amparo de la Virgen morena.
El Evangelio era revolucionario y maravilloso. Los franciscanos, a lo largo del Camino Real que unía la Ciudad de México con Santa Fe, fueron fundando diversas Misiones portadoras de la Buena Nueva y, con ella, de civilización y cultura. Desde 1598 había pasado por esta tierra Juan de Oñate y sus expedicionarios, y durante los siguientes 61 años nadie tomó la iniciativa de predicar a Jesucristo a los Mansos. Éstos ayudaban en las expediciones comerciales y militares del Camino Real y así fueron contemplando las maravillas que obraban las Misiones en los pueblos indios.
“En cada misión –cuenta el padre Carlos Enríquez en su libro ‘Apuntes para la historia de la Diócesis de Ciudad Juárez– había escuela de talleres y oficios, donde los neófitos aprendían a leer y escribir, cantar y tocar instrumentos musicales, y se ejercitaban en trabajos manuales”. Los mansos seguramente escucharon la música del órgano en algunas Misiones, vieron cómo se fabricaba el vino y se cultivaban las huertas y hortalizas. Quisieron disfrutar de algo semejante y pidieron el establecimiento de una Misión.
Ciudad Juárez tiene su propia acta de bautismo. Fue el documento fundacional de la Misión de Guadalupe, que dice: “En el nombre de la Santísima e individual Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, tres personas distintas y un solo Dios verdadero; para su mayor gloria, honra y reverencia, y confusión del enemigo infernal. Y para servicio de la Santísima Virgen María, Señora nuestra y Patrona inmaculada; y mayor exaltación de nuestra santa fe católica…” Para los que somos católicos, emociona leer estas palabras. Marcan una identidad –sellados con la Trinidad–, una misión –la gloria de Dios– y una luz que nos inspira –la fe católica y la Virgen– para construir Ciudad Juárez.
Esta semana celebraremos a la Patrona de Ciudad Juárez, la Virgen Santa María de Guadalupe y los 355 años de la fundación de la ciudad. Miles de personas se congregarán, el día 12, para celebrar la Eucaristía en la Catedral, junto a la Misión de Guadalupe, que fue el primer edificio de Ciudad Juárez y El Paso. El 8 y el 12 de diciembre son los dos días principales del año en que exaltamos nuestras raíces juarenses. Si queremos construir el futuro tenemos que sumergirnos en los orígenes que nos dieron vida.
Hoy vivimos en una urbe con una población de alrededor de al millón y medio de habitantes. Nuestra lejanía del centro de México y la inmediación a los Estados Unidos ha transformado también nuestra idiosincrasia haciéndonos ‘fronterizos’, es decir, mexicanos de corazón pero con ciertos gustos y costumbres por algunas cosas de nuestros vecinos. Hay quienes piden dulces el 31 de octubre, otros comen pavo el cuarto jueves de noviembre y muchos niños esperan un regalo de Santa Clós el 25 de diciembre.
La llegada de una cultura tecnológica y productiva, de la industria maquiladora y de la era de la globalización ha venido a transformar, aún más, la personalidad de los juarenses. Hay un riesgo en todo ello: que el habitante de esta ciudad deje de alimentarse de sus raíces por considerarlas parte de un pasado anquilosado. Si queremos convertirnos en una ciudad humanizada donde se viva en paz, los conocimientos técnicos serán insuficientes.
Un porvenir brillante para Ciudad Juárez se alimentará de sus raíces cristianas. Con el Evangelio de Jesucristo habrá verdadero desarrollo humano. Sólo con Dios y de la mano de la Virgen el futuro será luminoso.
El Evangelio era revolucionario y maravilloso. Los franciscanos, a lo largo del Camino Real que unía la Ciudad de México con Santa Fe, fueron fundando diversas Misiones portadoras de la Buena Nueva y, con ella, de civilización y cultura. Desde 1598 había pasado por esta tierra Juan de Oñate y sus expedicionarios, y durante los siguientes 61 años nadie tomó la iniciativa de predicar a Jesucristo a los Mansos. Éstos ayudaban en las expediciones comerciales y militares del Camino Real y así fueron contemplando las maravillas que obraban las Misiones en los pueblos indios.
“En cada misión –cuenta el padre Carlos Enríquez en su libro ‘Apuntes para la historia de la Diócesis de Ciudad Juárez– había escuela de talleres y oficios, donde los neófitos aprendían a leer y escribir, cantar y tocar instrumentos musicales, y se ejercitaban en trabajos manuales”. Los mansos seguramente escucharon la música del órgano en algunas Misiones, vieron cómo se fabricaba el vino y se cultivaban las huertas y hortalizas. Quisieron disfrutar de algo semejante y pidieron el establecimiento de una Misión.
Ciudad Juárez tiene su propia acta de bautismo. Fue el documento fundacional de la Misión de Guadalupe, que dice: “En el nombre de la Santísima e individual Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, tres personas distintas y un solo Dios verdadero; para su mayor gloria, honra y reverencia, y confusión del enemigo infernal. Y para servicio de la Santísima Virgen María, Señora nuestra y Patrona inmaculada; y mayor exaltación de nuestra santa fe católica…” Para los que somos católicos, emociona leer estas palabras. Marcan una identidad –sellados con la Trinidad–, una misión –la gloria de Dios– y una luz que nos inspira –la fe católica y la Virgen– para construir Ciudad Juárez.
Esta semana celebraremos a la Patrona de Ciudad Juárez, la Virgen Santa María de Guadalupe y los 355 años de la fundación de la ciudad. Miles de personas se congregarán, el día 12, para celebrar la Eucaristía en la Catedral, junto a la Misión de Guadalupe, que fue el primer edificio de Ciudad Juárez y El Paso. El 8 y el 12 de diciembre son los dos días principales del año en que exaltamos nuestras raíces juarenses. Si queremos construir el futuro tenemos que sumergirnos en los orígenes que nos dieron vida.
Hoy vivimos en una urbe con una población de alrededor de al millón y medio de habitantes. Nuestra lejanía del centro de México y la inmediación a los Estados Unidos ha transformado también nuestra idiosincrasia haciéndonos ‘fronterizos’, es decir, mexicanos de corazón pero con ciertos gustos y costumbres por algunas cosas de nuestros vecinos. Hay quienes piden dulces el 31 de octubre, otros comen pavo el cuarto jueves de noviembre y muchos niños esperan un regalo de Santa Clós el 25 de diciembre.
La llegada de una cultura tecnológica y productiva, de la industria maquiladora y de la era de la globalización ha venido a transformar, aún más, la personalidad de los juarenses. Hay un riesgo en todo ello: que el habitante de esta ciudad deje de alimentarse de sus raíces por considerarlas parte de un pasado anquilosado. Si queremos convertirnos en una ciudad humanizada donde se viva en paz, los conocimientos técnicos serán insuficientes.
Un porvenir brillante para Ciudad Juárez se alimentará de sus raíces cristianas. Con el Evangelio de Jesucristo habrá verdadero desarrollo humano. Sólo con Dios y de la mano de la Virgen el futuro será luminoso.
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