Ir al contenido principal

Dios te viene a buscar

Es bellísimo cuando cerca de la Navidad se escuchan, en el susurro del confesionario, los pecados más oscuros. A mí me da especial alegría, en esta época en que nos preparamos para el nacimiento de Jesús, escuchar esas confesiones donde se muestra la pus que forma parte de la vida humana. El gusto me da, no porque me complazca en las infecciones del corazón humano, sino porque ahí en el confesionario compruebo que Jesús nació para hacer pedazos nuestras maldades y darnos la paz.

Hace tiempo un chico de 26 años había vivido una ‘vida loca’ –así le llamaba a los excesos y vicios– hasta que sintió un insoportable disgusto consigo mismo. Un día se atrevió a abrir su corazón en el sacramento de la confesión. Con lágrimas en los ojos recibió la absolución. Durante muchos años creyó que confesar los pecados era una pesada carga para los católicos, y no se daba cuenta de que la carga era, justamente, el peso de sus pecados acumulados.

Gran misterio es el regreso del hombre a Dios. A veces las personas duran décadas sin confesar sus pecados. Por mucho tiempo viven en una situación espiritual de muerte. Permiten, a veces sin darse cuenta, que el mal se apropie de sus corazones haciendo costras que se van arraigando muy dentro de ellos. Satanás los tiene firmemente sujetados y, por ellos mismos, no pueden romper las cadenas. ¿Cómo interviene la gracia para sacar a esas personas del abismo? El Espíritu de Dios da toques al alma –unas veces suaves, otras más fuertes– despertando la nostalgia de Dios, pero siempre en el respeto de la libertad humana.

No fue el hijo pródigo quien por sí mismo decidió regresar a la casa paterna, luego de haber probado el fracaso de dejar a su padre. En realidad la gracia de Dios estaba obrando silenciosamente en él para disponerlo al arrepentimiento y a pedir perdón. La gracia, siempre la gracia está en el origen de toda conversión y de toda decisión de arrodillarse en el confesionario.

Nuestra justicia es diversa a la justicia divina. Cuando una persona comete un delito grave, los hombres lo persiguen, mediante la policía, para aplicar el peso de la ley y darle su castigo en la cárcel. Dios no actúa así con nosotros. Dios persigue al delincuente de diversa manera; mediante los remordimientos de conciencia lo va llamando, no para castigarlo sino para perdonarlo, no para encerrarlo sino para liberarlo.

Es asombrosa la manera discreta en que Dios actúa en el alma. Nuestro corazón es el campo de batalla donde luchan la gracia divina y las seducciones del demonio. Tengo un amigo que vivió prisionero, por muchos años, de la marihuana y la fornicación. No quería saber nada de Dios. Si Dios se le hubiera presentado de pronto y frente a frente, muy probablemente esta persona lo hubiera echado fuera con un portazo.

Pero el Señor es más astuto y aun en el pecado Dios no deja de moverse sigilosamente. Lo hace, sobre todo, ayudándonos a descubrir las trampas del maligno. Ese amigo aficionado a la droga era seducido cuando el tentador estimulaba sus apetitos y le presentaba falsas alegrías. Al ser arrastrado por la ilusión de felicidad del mal, llegaba, puntual la desilusión. Su alma sedienta de paz empezaba a advertir la inconsistencia de la promesa del príncipe de este mundo. En esos momentos la gracia de Dios entraba en acción.

¿Cómo? Aunque la astuta serpiente buscaba siempre nuevas mercancías ilusorias para ofrecerle, la cadena de ilusiones y desilusiones no podía mantenerse hasta el infinito. Llegó un momento en que mi amigo abrió sus ojos y descubrió en engaño.

Fue la primera victoria de la gracia. El mal siempre se disfraza de bien. Lo que atrae empieza a ser visto con ojos diversos. Se ve la realidad brutal del pecado. El hijo pródigo descubrió que aquel bodrio era comida de cerdos y decidió emprender el regreso a la casa del padre. El disgusto por una vida de pecado deja lugar a un deseo siempre más fuerte de pureza y santidad. La nostalgia de la belleza, de la verdad y del bien, se vuelve una fuerza que no se puede eliminar.

Ya viene la Navidad. Es tiempo para dejarnos encontrar por Dios y purificar el alma con la confesión de los pecados. Un pesebre limpio, un corazón puro, qué bello regalo para Jesús.

Comentarios

  1. Podría ampliar en el concepto comida de cerdos?

    ResponderBorrar
    Respuestas
    1. El cerdo era considerado como un animal impuro para los hebreos, y ellos consideraban una enorme humillación tener el oficio de cuidar cerdos. Llegar a comer comida de cerdos significa una degradación muy grande, algo totalmente indigno para un judío. En el plano espiritual podemos decir que aquellas personas que viven alejadas de la casa paterna de Dios se degradan tanto por el pecado que su alimento es chatarra, es carroña, inmundicia, cosas que llevan a la degradación y a la pérdida de la dignidad humana. Pensemos en las drogas, la pornografía, la delincuencia, todo tipo de vicios que hacen a las personas vivir una vida más parecida a la de los animales que a la de los hijos de Dios.

      Borrar

Publicar un comentario

¿Quieres comentar? Antes debo revisar tus palabras y sólo podrá ser comentado públicamente lo que sirva para edificación.

Entradas más populares de este blog

Católicos y rituales paganos

La nueva presidenta Claudia Sheinbaum, quien dice ser no creyente, empezó su gobierno participando en un ritual de brujería. Hago algunas observaciones con este hecho: 1. Muchos ateos se niegan a creer en el Dios revelado por Cristo debido a que ello exige conversión y compromiso moral, y prefieren dar cauce a su sensibilidad espiritual a través de rituales mágicos de protección contra fuerzas que los puedan perjudicar. Es decir, en el fondo, muchos que se confiesan ateos creen que existe algo que está más allá del mundo natural. ¿Será que la presidenta, en realidad, no es tan atea? 2. Participar en un ritual religioso indígena debería de ser motivo de escándalo para los jacobinos y radicales de izquierda que proclaman la defensa del Estado laico y la no participación de un político en actos de culto público. Ellos deberían de ser coherentes y lanzar sus rabiosos dardos a la presidenta. Si Claudia Sheinbaum hubiera sido bendecida por algún sacerdote con sotana y sobrepelliz a las puert...

La muerte del padre Rafael, mi vicario

La tarde del domingo 15 de diciembre fue dramática en la Catedral. El padre Rafael Saldívar, vicario parroquial, se debatía por la tarde entre la vida y la muerte por una baja en su presión arterial. Al padre Arturo, vicario también, y a mí, nos tocó auxiliarlo y trasladarlo al hospital. Desafortunadamente el padre llegó sin vida a la clínica. Hace ocho años recibí al padre Rafael como vicario de catedral para su integración al trabajo pastoral. El martes 17 de diciembre lo recibí dentro de su ataúd en la puerta del templo. Aquel mandato de Jesús a sus sacerdotes: "id por todo el mundo a predicar al Evangelio" de pronto se transformó en "vengan benditos de mi Padre". Después de estos años de haber caminado juntos en las labores de la parroquia, doy gracias a Dios por el servicio que prestó a la Iglesia así como por la relación fraterna y amistosa que tuvimos. Recibimos su cuerpo sin vida iniciando las ferias mayores del Adviento, leyendo la genealogía de Jesucristo...

Sanación del árbol genealógico

En las últimas décadas diversos grupos y personas en la Iglesia hacen oración para limpiar de pecados su árbol genealógico. Esta práctica es llamada "sanación intergeneracional". Incluso hay sacerdotes que la promueven haciendo misas con ese propósito. Es un grave error. Algunas conferencias episcopales como la de Francia y de Polonia, y ahora la española, se han pronunciado en contra de esta falsa doctrina y pésima práctica. Conocida también como la "sanación del árbol genealógico", la sanación intergeneracional tuvo su origen en los escritos del misionero y terapeuta anglicano Kenneth McAll, quien trató de hacer una conexión entre ciertas enfermedades y las fuerzas del mal. En ámbito católico fueron John Hampsch y Robert DeGrandis quienes popularizaron la práctica en grupos carismáticos. Según estos autores, existen pecados no perdonados, cometidos por los antepasados de una persona, que hoy tienen efectos perniciosos en sus descendientes y que se manifiestan a tr...