Comentario a la Palabra de Dios, Domingo XV del tiempo ordinario: Mt 13, 1-23
En el año 1944 la ciudad de Trento era bombardeada. Un mujer llamada Clara Lubich y otras más, amparadas en los refugios de la ciudad, decidieron reunirse en torno a la Palabra de Dios. Era lo único que les daba seguridad y esperanza en una ciudad devastada por las bombas. Nació así el movimiento católico de los Focolares, que hoy ha evangelizado buena parte de Europa y del mundo.
La Iglesia nos presenta las imágenes de la lluvia que baja del cielo para hacer germinar la tierra; y la imagen de la semilla que genera la vida. Son imágenes de la Palabra de Dios. Es maravilloso saber que Dios nos habla, que no es un Dios de muertos sino de vivos, que tiene boca y oídos, no como los ídolos que tienen boca y no hablan (Sal 114, 5).
Nosotros hemos sido creados a imagen de Dios. El Padre celestial tiene un Verbo desde toda la eternidad: "Y el Verbo de Dios se hizo carne y habitó entre nosotros" (Jn 1,14). Somos imagen de Dios porque somos capaces de hablar, de comunicarnos y establecer relaciones interpersonales. Pero para ser semejanza de Dios hemos de imitar el hablar de Dios. Y Dios, cuando habla, comunica verdad, vida, amor, consuelo.
Nos preguntamos, ¿qué uso hacemos de la palabra? Su abuso puede crear cielo o infierno entre nosotros. Cuando decimos al otro sus defectos para herirlo; cuando utilizamos violencia verbal en nuestros hogares; cuando los chismes, las murmuraciones y las críticas abundan en los lugares de trabajo, incluso dentro de las comunidades parroquiales. La palabra mal utilizada puede crear un ambiente irrespirable, anticipación del infierno.
Sin embargo san Pablo nos da la regla de oro en nuestra manera de hablar: "No salga de vuestra boca palabra desedificante, sino la que sirva para la necesaria edificación y hacer el bien" (Ef 4,29). De esta manera podemos edificar familias y comunidades con sabor a cielo.
Podemos poner en práctica tres palabras clave, recomendadas por el papa Francisco, para edificar nuestras familias y comunidades en la armonía y la paz. Pedir permiso es la primera palabra; es decir, ser delicados, respetuosos unos con otros. ¿Me dejas? ¿Puedo? La segunda palabra es dar las gracias. Es una palabra maravillosa que abre tantas puertas. Necesario es educarnos en la gratitud. Y la tercera palabra es pedir perdón. Es el mejor remedio para impedir que nuestra convivencia se agriete y se corrompa.
Esta semana podemos ejercitarnos en el buen hablar. La palabra buena es la que sabe acoger lo positivo de la otra persona y comunicárselo. La palabra buena es la que, cuando corrige, no humilla ni ofende. Es la que sabe dar aliento y esperanza.
Nuestro Señor entregó su Palabra a la Iglesia para hacerse presente en el Sacrificio Eucarístico. Cuando el sacerdote pronuncia "Tomen, esto es mi Cuerpo; beban, esta es mi Sangre", el Verbo desciende del cielo y edifica la comunidad eclesial. Recibamos con fe y amor a Aquel que es la Palabra en la Eucaristía, para que así nuestra vida de frutos para la vida eterna.
La Iglesia nos presenta las imágenes de la lluvia que baja del cielo para hacer germinar la tierra; y la imagen de la semilla que genera la vida. Son imágenes de la Palabra de Dios. Es maravilloso saber que Dios nos habla, que no es un Dios de muertos sino de vivos, que tiene boca y oídos, no como los ídolos que tienen boca y no hablan (Sal 114, 5).
Nosotros hemos sido creados a imagen de Dios. El Padre celestial tiene un Verbo desde toda la eternidad: "Y el Verbo de Dios se hizo carne y habitó entre nosotros" (Jn 1,14). Somos imagen de Dios porque somos capaces de hablar, de comunicarnos y establecer relaciones interpersonales. Pero para ser semejanza de Dios hemos de imitar el hablar de Dios. Y Dios, cuando habla, comunica verdad, vida, amor, consuelo.
Nos preguntamos, ¿qué uso hacemos de la palabra? Su abuso puede crear cielo o infierno entre nosotros. Cuando decimos al otro sus defectos para herirlo; cuando utilizamos violencia verbal en nuestros hogares; cuando los chismes, las murmuraciones y las críticas abundan en los lugares de trabajo, incluso dentro de las comunidades parroquiales. La palabra mal utilizada puede crear un ambiente irrespirable, anticipación del infierno.
Sin embargo san Pablo nos da la regla de oro en nuestra manera de hablar: "No salga de vuestra boca palabra desedificante, sino la que sirva para la necesaria edificación y hacer el bien" (Ef 4,29). De esta manera podemos edificar familias y comunidades con sabor a cielo.
Podemos poner en práctica tres palabras clave, recomendadas por el papa Francisco, para edificar nuestras familias y comunidades en la armonía y la paz. Pedir permiso es la primera palabra; es decir, ser delicados, respetuosos unos con otros. ¿Me dejas? ¿Puedo? La segunda palabra es dar las gracias. Es una palabra maravillosa que abre tantas puertas. Necesario es educarnos en la gratitud. Y la tercera palabra es pedir perdón. Es el mejor remedio para impedir que nuestra convivencia se agriete y se corrompa.
Esta semana podemos ejercitarnos en el buen hablar. La palabra buena es la que sabe acoger lo positivo de la otra persona y comunicárselo. La palabra buena es la que, cuando corrige, no humilla ni ofende. Es la que sabe dar aliento y esperanza.
Nuestro Señor entregó su Palabra a la Iglesia para hacerse presente en el Sacrificio Eucarístico. Cuando el sacerdote pronuncia "Tomen, esto es mi Cuerpo; beban, esta es mi Sangre", el Verbo desciende del cielo y edifica la comunidad eclesial. Recibamos con fe y amor a Aquel que es la Palabra en la Eucaristía, para que así nuestra vida de frutos para la vida eterna.
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