Pregunta: Padre, soy un joven que estudia la universidad. Hace algunos años yo era uno de los más entusiastas en un grupo de confirmaciones de la parroquia. De verdad me encantaba ir a la iglesia porque sentía a Dios muy vivo en la oración y en la alabanza. Hoy he dejado de creer en Dios después de que tuve la experiencia al visitar lugares muy pobres en México. Pude ver mucho sufrimiento, gente pasando hambre y carencias muy feas. Para mí fue una experiencia muy triste descubrir el mundo de la miseria. De hecho me entró una depresión, pero pude salir de ella. Hoy dudo de la existencia de Dios, porque si decimos que Dios es bueno, ¿cómo puede haber tanto sufrimiento en el mundo? Al mismo tiempo extraño mis alabanzas en la parroquia. Oriénteme por favor, padre.
Padre Hayen: gracias por tu sinceridad al compartir tu experiencia y tu crisis de fe. Ante la realidad del sufrimiento que hay en el mundo, en este momento de desconcierto has hecho lo correcto. No te quedas sólo con tus pensamientos y cavilaciones, sino que buscas dialogar sobre la presencia de tanto dolor en medio de la realidad, y por qué Dios lo permite.
El sufrimiento es un misterio que nos afecta a todos, y gran parte de él lo provocamos los hombres. Fabricamos pistolas, producimos drogas, explotamos a otras personas, dejamos que crezcan odios y nos dejamos llevar por deseos de venganza. Todo ello trae olas y olas de sufrimiento en el mundo. Pero eso nada tiene que ver con la existencia de Dios. Independientemente del dolor que haya en el mundo, Dios existe y es bueno. No echemos a Dios la culpa de nuestros desórdenes. Más bien tenemos que preguntarnos por qué Dios nos hizo libres. Somos nosotros, con nuestra libertad, quienes podemos provocar sufrimiento o alivio, odio o amor.
¿No te has puesto a pensar en que Dios, muy probablemente, te preparó en el grupo de confirmaciones de tu parroquia para llenarte de su amor y después enviarte a aliviar un poco el dolor que hay en el mundo? Conociste el rostro de Cristo resucitado en la alegría de la adoración y la alabanza parroquial, y después el Señor te permitió ver el rostro de Jesús crucificado y tocar sus heridas en el mundo de la miseria. Son los dos rostros de Dios en la tierra. No podemos vivir permanentemente en la adoración del Tabor; también tenemos que bajar a Jerusalén donde está la cruz.
¿Qué harás después de esa experiencia? Eres libre para elegir entre creer y no creer, libre para optar por el pesimismo ateo o la entrega confiada al Dios-Amor. Sólo que si eliges la primera opción, el mundo será un poco más frío para vivir. La única alternativa para que retroceda tanto sufrimiento qué hay en el mundo es que los corazones se hagan buenos, y esto sólo puede hacerlo Dios.
Padre Hayen: gracias por tu sinceridad al compartir tu experiencia y tu crisis de fe. Ante la realidad del sufrimiento que hay en el mundo, en este momento de desconcierto has hecho lo correcto. No te quedas sólo con tus pensamientos y cavilaciones, sino que buscas dialogar sobre la presencia de tanto dolor en medio de la realidad, y por qué Dios lo permite.
El sufrimiento es un misterio que nos afecta a todos, y gran parte de él lo provocamos los hombres. Fabricamos pistolas, producimos drogas, explotamos a otras personas, dejamos que crezcan odios y nos dejamos llevar por deseos de venganza. Todo ello trae olas y olas de sufrimiento en el mundo. Pero eso nada tiene que ver con la existencia de Dios. Independientemente del dolor que haya en el mundo, Dios existe y es bueno. No echemos a Dios la culpa de nuestros desórdenes. Más bien tenemos que preguntarnos por qué Dios nos hizo libres. Somos nosotros, con nuestra libertad, quienes podemos provocar sufrimiento o alivio, odio o amor.
¿No te has puesto a pensar en que Dios, muy probablemente, te preparó en el grupo de confirmaciones de tu parroquia para llenarte de su amor y después enviarte a aliviar un poco el dolor que hay en el mundo? Conociste el rostro de Cristo resucitado en la alegría de la adoración y la alabanza parroquial, y después el Señor te permitió ver el rostro de Jesús crucificado y tocar sus heridas en el mundo de la miseria. Son los dos rostros de Dios en la tierra. No podemos vivir permanentemente en la adoración del Tabor; también tenemos que bajar a Jerusalén donde está la cruz.
¿Qué harás después de esa experiencia? Eres libre para elegir entre creer y no creer, libre para optar por el pesimismo ateo o la entrega confiada al Dios-Amor. Sólo que si eliges la primera opción, el mundo será un poco más frío para vivir. La única alternativa para que retroceda tanto sufrimiento qué hay en el mundo es que los corazones se hagan buenos, y esto sólo puede hacerlo Dios.
Te aconsejo que busques el Tabor en las alabanzas de tu parroquia y te alimentes de sus momentos de gozo, pero no te quedes ahí solamente. Baja después a Jerusalén, es decir, a la batalla de la vida, donde hay tanto dolor qué aliviar. Te mando un abrazo y una bendición.
(Las confesiones con absolución se dan en las parroquias; aquí sólo consejos y sin revelar nombres. Puedes escribir, de manera breve, en un mensaje privado a mi cuenta de Facebook o en Twitter: @padrehayen)
(Las confesiones con absolución se dan en las parroquias; aquí sólo consejos y sin revelar nombres. Puedes escribir, de manera breve, en un mensaje privado a mi cuenta de Facebook o en Twitter: @padrehayen)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario