Era el año 700 de la era cristiana. En el monasterio de san Longino, un sacerdote-monje de la Orden de san Basilio celebraba el Santo Sacrificio de la Misa. Decían que aquel sacerdote era un hombre ilustrado en las ciencias del mundo, pero ignorante de los asuntos de Dios. Habiendo tenido dudas frecuentes sobre la transubstanciación (la transformación del pan y del vino en el Cuerpo y la Sangre de Cristo), apenas terminó las solemnes palabras de la Consagración cuando la hostia se transformó en un círculo de carne, y el vino se convirtió en sangre visible.
Desconcertado por el prodigio, el sacerdote fue recobrando su compostura y, mientras lloraba de emoción, habló a su congregación: “¡Somos testigos afortunados, a quienes Dios, para desconcertar mi incredulidad, quiso revelarse visiblemente a nuestros ojos! ¡Vengan y maravíllense de nuestro Dios, tan cercano a nosotros! Contemplen la carne y la sangre de nuestro amadísimo Señor Jesucristo!” La congregación corrió hacia el altar y quedaron maravillados. Esparcieron la noticia por la ciudad y muchos vinieron a presenciar el milagro. La carne quedó intacta, pero la sangre en el cáliz pronto se dividió en cinco bolas pequeñas de formas irregulares. Los monjes decidieron pesar las bolas de sangre y descubrieron que una bola pesaba igual que las otras cinco juntas, dos pesaban lo que tres, y la más pequeña pesaba tanto como la grande.
Pruebas científicas
Desconcertado por el prodigio, el sacerdote fue recobrando su compostura y, mientras lloraba de emoción, habló a su congregación: “¡Somos testigos afortunados, a quienes Dios, para desconcertar mi incredulidad, quiso revelarse visiblemente a nuestros ojos! ¡Vengan y maravíllense de nuestro Dios, tan cercano a nosotros! Contemplen la carne y la sangre de nuestro amadísimo Señor Jesucristo!” La congregación corrió hacia el altar y quedaron maravillados. Esparcieron la noticia por la ciudad y muchos vinieron a presenciar el milagro. La carne quedó intacta, pero la sangre en el cáliz pronto se dividió en cinco bolas pequeñas de formas irregulares. Los monjes decidieron pesar las bolas de sangre y descubrieron que una bola pesaba igual que las otras cinco juntas, dos pesaban lo que tres, y la más pequeña pesaba tanto como la grande.
Pruebas científicas
A través de los años se han hecho muchas pruebas científicas que dan testimonio del milagro de Lanciano. La última prueba fue hecha en 1970 bajo estrictos criterios de ciencia, con profesores universitarios de anatomía e histología. Las conclusiones fueron presentadas el 4 de marzo de 1971 con detallada terminología y metodología científica, ante la comunidad de hombres de ciencia, incluyendo personas oficiales de la Iglesia, personalidades civiles, judiciales, políticas y militares. Una copia de los resultados llegó hasta el Papa Pablo VI.
Los resultados científicamente documentados fueron los siguientes: la carne fue identificada como parte del tejido muscular del miocardio (corazón), sin ninguna huella de materiales o agentes preservantes. Carne y sangre eran de origen humano, y quedó excluida toda especie animal. La sangre y la carne pertenecían al mismo tipo de sangre, AB. Sus conclusiones excluían la posibilidad de un fraude cometido siglos atrás. Sólo una mano muy experimentada en disección podría haber obtenido un corte tan perfecto del corazón. El reporte termina diciendo que, mientras la carne y la sangre fueron conservadas en receptáculos no cerrados herméticamente, no sufrieron daño alguno, aunque estuvieron expuestos a la influencia de agentes físicos, atmosféricos y biológicos.
El ostensorio que contiene las reliquias fue guardado junto al altar de la iglesia de san Francisco, pero hoy se ubica en un tabernáculo sobre el tabernáculo principal del altar mayor. Una escalera atrás del altar permite al visitante aproximarse muy cerca del tabernáculo, para apreciar claramente el relicario que contiene la carne y la sangre. Y ahí el alma se llena de asombro, como lo han hecho innumerables fieles que han contemplado este milagro durante más de 1,200 años.
Apuntes para la vida espiritual
La carne y la sangre milagrosos de Lanciano se conservan hoy como si hubieran sido extraídos de una persona viva el mismo día. La Eucaristía es una persona viva: Cristo resucitado, quien afirmó: “Yo soy el pan vivo bajado del Cielo y lo que les doy es mi carne para la vida del mundo” (Jn 6,51). Cuando comulgamos, comemos en verdad, de manera sacramental, carne real, viva y gloriosa, y bebemos la sangre fresca del Hombre-Dios que, salido de la tumba, no puede morir jamás.
Por otra parte, la carne de Lanciano es un tejido del corazón, lo que simboliza, más que cualquier otra parte del Cuerpo de Cristo, el amor que el Señor tiene por los hombres. Comulgando recibimos su Cuerpo, pero sobre todo su Corazón amoroso que se dona a la Iglesia en este sacramento de su amor. Lanciano nos dice que Jesús está siempre vivo, y que su Corazón nos ama apasionadamente.
Los resultados científicamente documentados fueron los siguientes: la carne fue identificada como parte del tejido muscular del miocardio (corazón), sin ninguna huella de materiales o agentes preservantes. Carne y sangre eran de origen humano, y quedó excluida toda especie animal. La sangre y la carne pertenecían al mismo tipo de sangre, AB. Sus conclusiones excluían la posibilidad de un fraude cometido siglos atrás. Sólo una mano muy experimentada en disección podría haber obtenido un corte tan perfecto del corazón. El reporte termina diciendo que, mientras la carne y la sangre fueron conservadas en receptáculos no cerrados herméticamente, no sufrieron daño alguno, aunque estuvieron expuestos a la influencia de agentes físicos, atmosféricos y biológicos.
El ostensorio que contiene las reliquias fue guardado junto al altar de la iglesia de san Francisco, pero hoy se ubica en un tabernáculo sobre el tabernáculo principal del altar mayor. Una escalera atrás del altar permite al visitante aproximarse muy cerca del tabernáculo, para apreciar claramente el relicario que contiene la carne y la sangre. Y ahí el alma se llena de asombro, como lo han hecho innumerables fieles que han contemplado este milagro durante más de 1,200 años.
Apuntes para la vida espiritual
La carne y la sangre milagrosos de Lanciano se conservan hoy como si hubieran sido extraídos de una persona viva el mismo día. La Eucaristía es una persona viva: Cristo resucitado, quien afirmó: “Yo soy el pan vivo bajado del Cielo y lo que les doy es mi carne para la vida del mundo” (Jn 6,51). Cuando comulgamos, comemos en verdad, de manera sacramental, carne real, viva y gloriosa, y bebemos la sangre fresca del Hombre-Dios que, salido de la tumba, no puede morir jamás.
Por otra parte, la carne de Lanciano es un tejido del corazón, lo que simboliza, más que cualquier otra parte del Cuerpo de Cristo, el amor que el Señor tiene por los hombres. Comulgando recibimos su Cuerpo, pero sobre todo su Corazón amoroso que se dona a la Iglesia en este sacramento de su amor. Lanciano nos dice que Jesús está siempre vivo, y que su Corazón nos ama apasionadamente.
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