martes, 25 de agosto de 2015

De vida o muerte: Secretos del cuerpo humano

El hombre, al que Dios ha creado "varón y mujer", lleva impresa en el cuerpo, "desde el principio", la imagen divina. (Juan Pablo II)
Hace algunos días Cara Delevingne, una famosa modelo que participaba en desfiles de moda de casas como Moschino, Oscar de la Renta y Chanel, declaraba su renuncia a las pasarelas porque aborrecía su cuerpo. “El mundo de la moda –declaraba– me ha hecho odiar mi cuerpo; desfilar me ha hecho sentir un poco hueca después de un tiempo; no me hacía crecer en absoluto como ser humano”. Esta modelo, que alguna vez fue portada de la revista Vogue, reconoció el malestar que provoca tratar al cuerpo como objeto de exhibición o de comercio. ¿De dónde le vino el odio a su cuerpo si no de tratarlo como una mentira, al darle un significado que no tiene?

Hoy millones de personas viven en confusión e infelicidad por tratar a sus cuerpos de manera equivocada. Además del maltrato al cuerpo por las drogas y el abuso del alcohol, el sexo se ha convertido en motivo de descontento en la cultura contemporánea. La publicidad erotizada, el uso de toda clase de anticonceptivos, el aborto, la fornicación y las relaciones homosexuales, la pornografía… Todas estas prácticas son –unas más que otras– focos de malestar personal y social por tratar al cuerpo de manera equivocada. O bien aparecen en la prensa personajes como Bruce Jenner –el atleta olímpico que afirma ser una mujer atrapada en cuerpo de hombre– que convencen a muchos que el ser humano es libre para dar al cuerpo un significado arbitrario.

Actualmente el cuerpo humano es objeto de reflexión en la Iglesia. ¿Qué significa que el hombre sea un compuesto de alma y de cuerpo? Si observamos bien, el cuerpo es un camino de acceso para comprender el significado de la vida y el misterio de la historia. El cuerpo es parte integral de la persona; no somos almas atrapadas en cuerpos a la manera de una cárcel, sino almas creadas junto con el cuerpo. A través del cuerpo se expresa nuestro espíritu con gestos, tonos de voz, ademanes, canto, llanto, enojos, alegrías, deportes, trabajo, artes y oficios… pero lo más importantes es que el cuerpo nos permite expresar el amor y entrar en comunión con los demás. Sólo de esa manera el hombre es feliz.

Bruce Jenner, medallista olímpico en 1976, se sometió
en abril del 2015 a una operación transgénero
diciendo que él es una mujer en cuerpo de hombre
Aunque Bruce Jenner diga que no, nacemos como varones o mujeres. No hay puntos intermedios. Los genitales y nuestra anatomía diferenciada son expresión de que el hombre está llamado al amor y al don de sí mismo a los demás. Es una llamada a ser fecundos. Podemos afirmar, entonces, que el primer llamado que Dios nos hace en la existencia es la vocación al amor. Y si somos creados a imagen de Dios esto quiere decir que el cuerpo también lleva impresa la llamada al amor como semejanza con Dios. “El cuerpo, y sólo él, –enseña Juan Pablo II– es capaz de hacer visible lo que es invisible: lo espiritual y lo divino. Este ha sido creado para transferir a la realidad visible del mundo el misterio oculto en Dios desde la eternidad”.

No es correcto decir que sólo mi cuerpo es de varón. Soy varón. Todo mi ser lo es. Me relaciono y expreso mi amor a través de mi masculinidad. Mis sentimientos, deseos, pensamientos, movimientos físicos, mi manera de relacionarme con los demás, incluso mi espiritualidad, es de varón. Las mujeres pueden decir lo mismo dentro de su feminidad. Uno y otro sexo nacimos para complementarnos física, psicológica y espiritualmente, y podemos vivir nuestra vocación al amor a través del matrimonio, que anuncia la relación de Jesús con su Iglesia, o a través del celibato que es profecía de la plenitud del amor de Dios más allá de este mundo, en el Reino de Dios.

La educación sexual en las escuelas enseña hoy a los niños que ellos pueden haber nacido con cuerpo de mujer o de varón, pero que pueden utilizarlo de otra manera. Es una idea equivocada que sólo les traerá confusión y malestar. Los padres deben acompañar a sus hijos para que desarrollen una personalidad sana en la verdad de lo que son, varones o mujeres; para que sepan amar sin egoísmos y hacer de sus cuerpos vehículos de comunión con sus hermanos.

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