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“Daré a luz a mi nieto”

Es horroroso y repulsivo, y no se trata de una película. Sucedió en Inglaterra recientemente. Un hombre soltero, deseoso de tener un hijo, a través de la fecundación in vitro con los óvulos de una mujer desconocida, le pide a su propia madre que acceda a llevar en su seno a ese hijo. La madre consiente, le implantan el embrión y nueve meses después da a luz a su propio nieto. ¿Le repugna a usted esta acción? A mí también.

La maternidad sustitutiva se ha puesto de moda, sobre todo en las clases sociales más acomodadas, donde una pareja que no puede tener hijos paga a una mujer por la renta de su útero para llevar el embarazo. ¿Quién es la madre, la que aportó el óvulo o la que lo llevó en su vientre durante la gestación? La maternidad sustitutiva viene a trastornar las relaciones naturales de paternidad y filiación. De esa manera crea dilemas legales y conflictos éticos muy serios que conciernen a la identidad de la persona. ¿Es éticamente correcto manipular una vida humana de esa manera, sólo para satisfacer el deseo de tener un hijo? La Iglesia afirma rotundamente que no.

En los últimos años se ha desarrollado toda una industria basada en los embriones humanos. Fecundación in vitro, bancos de esperma, maternidad sustitutiva, congelamiento de embriones, inseminación artificial… este nuevo lenguaje revela las prácticas con que se manipula hoy a millones de seres humanos no nacidos que son tratados como si fueran productos cosméticos o muñecos fabricados a gusto personal.

La Iglesia Católica se opone fuertemente a estas prácticas por dos motivos. Primero, es que cuando un hijo es concebido fuera del vientre de la madre, el embrión queda privado de la protección natural de la madre y, por tanto, expuesto a toda clase de manipulaciones. La entrega de los cuerpos del padre y la madre, como expresión de amor a través del acto conyugal, es el único acto digno para que una persona pueda venir al mundo; y el vientre de la propia madre –y no uno alquilado– es el único espacio digno para que un ser humano concebido sea gestado hasta su nacimiento.

Por otra parte, para lograr que un óvulo fecundado pueda implantarse en el seno materno se necesitan muchos embriones. Los que no se utilizan son congelados y conservados en un estado entre la vida y la muerte para que alguien pueda quedarse con ellos; o son desechados como material de laboratorio que no sirve; o bien son utilizados para hacer experimentos como para buscar remediar enfermedades. Así que cada vez que una pareja recurra a un embarazo por fecundación in vitro debe tener en cuenta que muchos hermanitos de ese hijo serán abortados, sacrificados, o tendrán que esperar en el congelador a que alguien los quiera.

Señala Alfonso Aguiló que la ciencia demuestra que en el ADN de un embrión humano ya está presente el programa de toda la persona, su sistema nervioso, brazos, piernas, cabello e incluso el color de sus ojos. Una vez fecundado el óvulo, se convierte en un individuo de la raza humana, único, diferente a cualquier otro. Decía Jérome Lejeune que el embrión es un ser vivo; y procede del hombre; por tanto, el embrión es un ser humano. De ahí se deduce que no puede considerarse propiedad de nadie. Nuestro deber, entonces, es respetarlo, custodiarlo y ayudarlo a que crezca para que pueda tener una vida feliz.

Este próximo sábado 21 de marzo muchos católicos tomaremos la calle en la Marcha anual pro-vida, que los Caballeros de Colón organizan junto con el Centro de Ayuda para la Mujer Juarense. En medio de una cultura de la muerte que banaliza la sexualidad, manipula las fuentes de la vida y destruye las relaciones familiares, queremos celebrar el don incomparable del amor humano, del matrimonio y de la fecundidad en el plan de Dios. La cita es en el Parque Borunda para salir hacia la Catedral donde celebraremos la Eucaristía. Nuestra marcha no será tan larga como la historia de la vida. Pero tendrá un comienzo muy preciso, a las 11 de la mañana, así como cada persona tiene también un preciso comienzo: el momento de su concepción.

Comentarios

  1. Padre, muy interesante. Muchas gracias. Jerome Lejune perdió el premio Nobel, pese a su gigante descubrimiento, porque se negó a que se utilizara para seleccionar niños. Se horrorizó al ver que los niños con Síndrome Down podrían ser abortados al ser detectados como "Defectuosos".

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