miércoles, 8 de mayo de 2019

Mi columneja



Un grito desesperado
El detonante de la violencia en la frontera México-Estados Unidos es la producción, el tráfico y el consumo de la droga conocida como "cristal". Se trata de una sustancia relativamente barata pero una de las más destructivas de la persona, que causa daños irreparables en el cerebro y que termina por matar al consumidor en poco tiempo. El consumo de cristal ha venido a trastornar la vida de la frontera de nuestro país generando una ola de violencia y muerte que parece imparable. En el fondo, los consumidores de cristal y de otras drogas están buscando algo que venga a suplir la necesidad que ellos tienen de vida y felicidad. Sin embargo el resultado es el opuesto: la destrucción de la propia vida, del entorno familiar y social.

Los drogadictos más lúcidos no dudan en lanzar un grito desde su desesperación para que los jóvenes nunca utilicen estos productos, para que tengan el valor de rechazarlos y para que encuentren a otros jóvenes y adultos que les enseñen cuál es el camino verdadero que conduce a la auténtica alegría, y no las drogas. Gobierno, empresas, iglesias y organizaciones: hemos de trabajar por la unidad y el amor en las familias, porque son ellas los primeros lugares donde se previenen las drogas. Una persona con una vida familiar positiva y un desarrollo de la vida interior mediante la oración y el encuentro con Dios, difícilmente probará las drogas y será esperanza para un mundo mejor.

Legalizar las drogas
Algunos países se plantean reducir los niveles del consumo de drogas y el narcotráfico a través de hacer legal el consumo de drogas ilícitas. La propuesta es engañosa porque está comprobado que en donde se facilita la oferta, aumenta la demanda. San Juan Pablo II decía que "La droga es un mal y a la droga no se le vence con la droga". Por experiencia se sabe que legalizarla no produce los efectos que se quieren combatir como son la violencia en las calles y el mismo narcotráfico. Además, al facilitar el consumo de drogas a los niños y jóvenes se estarán fomentando en ellos las conductas de dependencia, la pérdida de la conciencia, el deterioro de la voluntad y de su libertad.

Drogarse a nadie le es lícito, enseñaba también el papa, porque ello es renunciar a ser persona pensante, y a actuar como persona libre. Con drogas al alcance fácil no podemos esperar sino un deterioro en la vida familiar porque frustra a las personas en su capacidad de convivencia con sus seres queridos y va minando en ellas su capacidad de entrega de sí mismas a los demás. ¿A dónde irán los jóvenes si se les facilitan las sustancias que hoy son ilegales? Ellos son la esperanza de que el futuro sea más brillante para todos. Facilitarles las drogas será un serio obstáculo para su felicidad y para el bienestar nuestras sociedades.

Creo en Dios, no en los curas
Hay ocasiones en que personas dicen que se han alejado de Dios porque no creen en los sacerdotes. Es una malísima decisión. ¿Qué culpa tiene Dios de la mala actuación de un sacerdote? Hemos de creer en Dios, no en los curas. El centro de la Iglesia no son las personas, ni buenas ni malas, sino sólo Jesucristo. Entonces no es lógico que alguien se aleje de la Iglesia porque aquel sacerdote lo regañó o le hizo mala cara, o porque le resulta antipático. Es cierto que a todos nos molesta que haya miembros de la Iglesia que no son coherentes con la fe que profesan. El que un obispo, un sacerdote o un laico se equivoquen o hayan hecho muy mal las cosas, nos duele sin duda, pero no tenemos por qué perder la fe, ni pensar que esa fe no es la verdadera.

Imagínese usted que cada vez que una persona dé un mal testimonio dejemos de creer en la institución en la que esa persona está metida. No creeremos en el matrimonio, ni en la juventud, ni en el gobierno, en la familia ni en la Iglesia. Así terminamos perdiendo la fe en todo. He conocido sacerdotes excepcionales y sacerdotes malos. Le invito a que usted valore a los buenos sacerdotes, y si ha tenido problemas con alguno, no abandone a Dios por esa mala experiencia. Nadie es perfecto. Hay que aprender a perdonar, y no a echar a Dios la culpa por la mala actuación de algunos.

2 comentarios:

  1. Muy bonitas y prácticas reflecciones. Creo que muchas de las cosas mencionadas ameritan consideración. Sin embargo yo considero que alejarse de la iglesia no quiere decir alejarse de Dios necesariamente. La fé y buena voluntad van más allá de una institución . Confieso que la iglesia católica me ha desepcionado tremendamente, honestamente cuestiono su existencia, mas no de Dios nunca de Dios. Espero que se tome enbcuenta.

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  2. Gracias por su comentario. A mí la Iglesia Católica como institución nunca me ha decepcionado. Al contrario: admiro mucho ese gran edificio espiritual y los frutos que ha dado para la vida del mundo. Sin embargo los pecados de algunos hombres de la Iglesia sí me han entristecido, empezando por los míos.

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