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Mi columneja


Unión, no división
Cada vez que en sus conferencias mañaneras el presidente utiliza el término "fifí", "conservador" o "pirrurris" para referirse con desprecio a cierta prensa o ciertos sectores de la sociedad, el país se divide más. El discurso clasista del presidente no aporta nada a la unidad nacional ni a la reconciliación entre mexicanos porque está teñido del espíritu marxista de la lucha entre clases sociales. Duele escuchar hablar así al presidente. Ese tipo de mensajes que promueven la envidia y el odio de los que tienen menos hacia los que tienen más, pertenecen a un sistema político que termina por hacer que los más adinerados huyan de sus países para dejar al resto sumido en la pobreza.

Era sabio el papa León XIII, quien decía en la Rerum Novarum que "es un mal mayor suponer que una clase social sea espontáneamente enemiga de la otra, como si la naturaleza hubiera dispuesto a los ricos y a los pobres para combatirse mutuamente en un perpetuo duelo. Las clases sociales se necesitan entre ellas: ni el capital puede subsistir sin el trabajo, ni el trabajo sin el capital. El acuerdo engendra la belleza y el orden de las cosas. Por el contrario, de la persistencia de la lucha de clases deriva necesariamente la confusión juntamente con un bárbaro salvajismo". ¿Acaso no es la delincuencia rampante que padecemos en México un fruto amargo de lucha de clases? Oremos para que el presidente pueda crear fraternidad en el país y no división.

Desafío en Seminarios
Una de las causas de los escándalos de abusos sexuales por parte del clero católico es la Revolución sexual. Así lo ha señalado el papa emérito Benedicto XVI en un ensayo que dio a conocer recientemente. A partir de la década de los sesenta en el siglo pasado, esta revolución comenzó a luchar por una libertad sexual cada vez mayor en la sociedad. La difusión de los anticonceptivos hizo que el sexo se desvinculara de la procreación y la pornografía fue invadiendo más y más espacios. A los jóvenes había que educarlos sexualmente en las escuelas. La moda y las costumbres se fueron haciendo más permisivas y hoy se enseña que la libertad sexual debe ser total y sin estar sujeta a normas. Incluso se proclama que la sexualidad debe de ser liberada de la misma naturaleza humana.

En este contexto social, los jóvenes que entran al Seminario para querer ser sacerdotes llegan no pocas veces confundidos y hasta con experiencias vividas en este campo. El gran desafío de la Iglesia es educar a los seminaristas para vivir su celibato como una elección de amor, con un corazón agradecido y libre de egoísmos. Volver a Dios es clave, dice el papa emérito. Si el sacerdote no es profundamente espiritual será propenso a vivir muy pobremente su entrega. La clave no es sólo educar para vivir en vigilancia, sino en crecer positivamente en un amor maduro, en una experiencia de relación con Dios que llene el corazón y lo haga capaz de amar de manera divina.

La conversión de Gétaz
Los miembros del partido socialista suizo encomendaron a Gétaz, un hábil político fiel de su organización, que recopilara una amplia documentación sobre la Iglesia Católica para lanzar una campaña contra ella. Eran los años posteriores a la Primera Guerra Mundial. Aquel político empezó su investigación y recogió una amplia información de la doctrina católica, la historia del cristianismo y muchos testimonios. Había que destruir al catolicismo lo más posible entre la población suiza. A medida en que fue ampliando su búsqueda, Gétaz entró en un conflicto interior: se dio cuenta de que la Iglesia Católica no podía ser un invento humano. Era imposible que durante dos mil años de historia tantos ejemplos de santidad, heroísmo y abnegación de muchos de sus miembros, mezclados con las persecuciones, los conflictos internos, las herejías, las divisiones, las traiciones al Evangelio, los errores y los escándalos, no hubieran acabado con ella. Gétaz terminó por desertar de su partido político y se bautizó en la Iglesia Católica, luego se hizo fraile dominico y tuvo su cátedra sobre el tratado de la Iglesia en el Angelicum de Roma.

La Iglesia no puede desaparecer porque es el fruto de la Pascua del Señor, en la tierra y en el cielo. A pesar de nuestros pecados como católicos, la Pascua sigue trayendo a la tierra el perdón de los pecados, la vida de los hijos de Dios, los milagros, las curaciones, las liberaciones, el retroceso del demonio y de la muerte, el gozo y la fecundidad de la Iglesia. Somos el fruto de lo que Jesús sembró con su muerte, y eso nunca puede desaparecer.

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