La Virgen purísima y castísima
Oración:
“A ti, oh Virgen María, que nunca fuiste tocada por mancha alguna de pecado
original ni personal, encomiendo y confío la pureza de mi corazón.
(Rosemary Scott)
Al sexto mes fue enviado por Dios el ángel Gabriel
a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre
llamado José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María. Y
entrando, le dijo: “Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo” (Lc 1,26-28)
La Iglesia ha recomendado
siempre la devoción a la Santísima Virgen María para la preservación o
restauración de la pureza. Las letanías del Rosario la invocan como la “Santa
Virgen de las vírgenes”… “Madre purísima”… “Madre castísima”, “Madre
inmaculada”, “Reina de las vírgenes”. Como
modelo de la pureza, ella juega un papel especial para ayudar a sus hijos e
hijas espirituales para vivir en la pureza y la castidad. Si toda buena madre
de la tierra quiere mantener a sus hijos limpios y saludables, entonces
seguramente nuestra Madre del Cielo quiere que nuestras almas permanezcan sin
mancha ante Dios nuestro Padre en el Cielo.
Así como miras a Jesús, tu
Creador y Salvador, para quedar satisfecho, también mira a María, tu Madre, y
ora por tus necesidades ante el trono de Dios. La devoción a la Virgen María
también te ayudará a acercarte a nuestro Señor. “A Jesús por María”: la Virgen
Santa siempre nos lleva a su divino Hijo. Por estar tan cerca de Él, María
Virgen es la manera más segura de acercarse a Jesús.
Confía tu persona, y particularmente
este aspecto de tu vida, a tu Madre celestial de manera especial. Hazla la
custodia especial de tu castidad. Pide por su intercesión, para que te consiga
la gracia abundante de dejar el pecado y reconquistar la pureza. Como signo y
recuerdo de tu devoción a ella, es altamente recomendable portar la Medalla
Milagrosa y/o el escapulario. Es bueno tener estos dos sacramentales para
participar de sus beneficios espirituales. El Rosario es también una oración
muy poderosa en su honor.
En sus escritos, san
Alfonso María de Ligorio relata la verdadera historia “de un hombre joven que
vivía en Roma, y quien se había enrolado en pecados muy grandes contra la
pureza. Un día fue a confesarse con el padre jesuita Nicolás Zucchi. El
sacerdote tuvo compasión del pobre hombre, y con caridad cristiana le dijo que
la devoción a la Santísima Virgen le ayudaría a liberarse de sus vicios. Como
su penitencia, el sacerdote le dijo que cada mañana, cuando él se levantara, y
otra vez cuando fuera a acostarse por la noche, se encomendara a nuestra Señora
de la siguiente manera: dijera primero tres Aves Marías, consagrara a ella de
manera especial sus ojos, oídos, lengua, corazón y todo su cuerpo, y besara el
suelo tres veces.
Cuando aquel hombre
regresó para su siguiente confesión, dijo al sacerdote que había hecho su
penitencia fielmente todos los días, pero que sólo habían disminuido un poco
sus pecados habituales. El sacerdote lo animó a continuar con esa práctica
devocional por el resto de su vida, y a tener confianza en la protección de la
Virgen Santísima.
Pronto aquel hombre salió
de la ciudad en un largo viaje, para visitar varios países con algunos amigos
suyos. Cuando años después regresó a Roma, visitó al padre Zucchi para
confesarse. El sacerdote quedó muy complacido al saber que aquellos antiguos
vicios se habían alejado de aquel hombre. Había cambiado completamente. El
padre Zucchi le preguntó: “Mi amigo, ¿cómo fue que obtuviste ese maravilloso
cambio de parte de Dios? El hombre replicó: “Padre, Nuestra Señora me obtuvo
esta gracia como resultado de aquella pequeña devoción que usted me enseñó”.
El padre Zucchi quedó tan
impresionado que pidió permiso al penitente para hablar de su caso en una
homilía. El penitente estuvo de acuerdo, y el sacerdote lo dijo al domingo
siguiente. Un soldado que estaba presente durante la Misa, había estado
llevando una relación inmoral con una mujer durante muchos años. Inspirado por
la homilía, también él comenzó a decir las tres Aves Marías cada mañana y cada
noche, con la intención de liberarse de su pecado. Como resultado, Dios le
concedió pronto la gracia de terminar con aquella relación.
Seis meses después, por
debilidad, aquel soldado fue a la casa de la mujer, con la esperanza de
convertirla también a ella. Pero antes de tocar la puerta, sintió que una
fuerza invisible lo hacía retroceder. Retrocedió una cierta distancia, y tuvo
la convicción de que la Virgen María lo había prevenido de hablar con la mujer,
porque esa habría sido una ocasión de pecado para él, una ocasión en la que
difícilmente evitaría caer.
Esta anécdota ilustra la
eficacia de la devoción a nuestra Madre Santísima para conseguir la pureza.
También es muy importante la perseverancia en la oración, ya que había tomado
mucho tiempo para aquel joven cambiar sus hábitos. Al principio la práctica de
la devoción le había ayudado poco, pero la perseverancia en ella logró que
venciera sus vicios a largo plazo. Aprende de él tú también la lección y no
abandones tu compromiso por adquirir la pureza. No importa que sea algo
difícil. Pide al Señor la gracia de la perseverancia.
Esta historia nos ha
enseñado a evitar las ocasiones de pecado, aunque hayamos sido castos durante
algún tiempo. Jamás deberemos de presumir de nuestras fuerzas para evitar el
pecado; tenemos que continuar evitando personas, lugares o cosas que nos
causaron caídas en el pasado.
Compromiso: Ten confianza en la intercesión de Nuestra Señora y confía a su
poderosa ayuda y protección todo tu ser. Cada mañana y cada noche, durante la
duración de estas meditaciones, sigue el consejo del padre Zucchi a aquel joven
penitente. Saluda a la Virgen con tres Aves Marías, añadiendo después de cada
una de ellas la aspiración que san Alfonso María de Ligorio recomendaba: “Por
tu Inmaculada Concepción, oh Virgen María, purifica mi cuerpo y santifica mi
alma. Después reza el “Oh Señora mía”, compuesta por el mismo padre Zucchi,
confiándote a la Virgen Santa:
¡Oh Señora mía, oh Madre mía! yo me
ofrezco enteramente a ti y, en prueba de mi filial afecto, te consagro en este
día mis ojos, mis oídos, mi lengua, mi corazón, en una palabra, todo mi ser. Ya
que soy todo tuyo, ¡oh madre de bondad!, guárdame y defiéndeme como pertenencia
y posesión tuya. Amén.
Nota: no estás obligado a besar el suelo, por razones
higiénicas y en caso de que tengas alguna discapacidad física. En tiempos del
padre Zucchi nadie sabía sobre gérmenes. Por supuesto que puedes besar el
suelo, si así lo deseas. O en cambio puedes persignarte y bendecir tu cama con
agua bendita. Siempre ten agua bendita en tu casa. Es un arma poderosa contra
el pecado y contra el Demonio.
También, cuando te veas
acosado por la tentación, reza a nuestra Señora inmediatamente, diciendo:
“Reina y Madre mía, recuerda que te pertenezco. Presérvame y defiéndeme como tu
propiedad y posesión. Santa Virgen de las vírgenes, ruega por nosotros”.
Mide tu progreso: desde que hice la última meditación,
Cuántas veces:
a.
Deliberadamente
me toqué impuramente al despertar
_____0 _____1
_____2 _____3 o más veces
b.
Deliberadamente
vi fotografías o películas indecentes
_____0 _____1
_____2 _____3 o más veces
c.
Cometí actos
impuros solo o con otras personas
_____0 _____1
_____2 _____3 o más veces
d.
Deliberadamente
me deleité en pensamientos impuros
_____0 _____1
_____2 _____3 o más veces
e.
¿Cuándo fue la
última vez que fui a la Confesión? __________________
f.
¿Cuándo fue la
última vez que asistí a la Santa Misa?________________
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