En este tiempo de Adviento miramos hacia esos acontecimientos futuros de la historia, el fin del mundo y el juicio final. El libro del Apocalipsis nos proyecta a la caída de Babilonia y al triunfo de la Jerusalén celestial. Enseñaba san Agustín en su libro ‘La ciudad de Dios’ que dos amores construyeron dos ciudades: el amor a sí mismo hasta el desprecio de Dios edificó la Babilonia, ciudad del demonio; y, por otra parte, el amor a Dios hasta el desprecio de uno mismo construyó la Jerusalén, la ciudad de Dios.
Si miramos a nuestra vida personal, familiar, social y política descubriremos signos de estas dos ciudades. La realidad que vivimos es una mezcla de luces y sombras donde Jerusalén y Babilonia están presentes en el mismo escenario. A veces una o la otra son muy notorias.
En México los últimos escándalos políticos del ex gobernador de Veracruz Javier Duarte Ochoa con desfalcos multimillonarios a la economía de aquel Estado han sido tan sonados que nos quedamos perplejos. ¿Cómo una persona pudo robar tanto? En Chihuahua el gobernador Javier Corral encontró las arcas vacías del gobierno del Estado porque su antecesor le dejó deudas de más de 40 mil millones de pesos. Estos y muchos otros casos de la vida política hacen evidente la corrupción y el uso injusto del dinero público.
Para construir la Babilonia en nuestro país no se necesita más que la falta de transparencia en la administración pública; el no respetar los derechos de los adversarios políticos; buscar medios ilícitos para conquistar o mantener el poder; el no respetar los derechos de los acusados en los procesos penales... ¿Huele México más a Babilonia o a Jerusalén?
En años pasados se quiso construir Babilonia con toda su furia. El comunismo ateo sembró desolación ahí donde se implantó. Los cristianos y quienes se opusieron a ese sistema totalitario fueron perseguidos, hasta dejar cerca de 62 millones de muertos en la Rusia comunista y 73 millones de muertos en la China. Aunque en 1989 el último ladrillo del Muro de Berlín les cayó a los comunistas en la cabeza mostrándoles su fracaso, hoy la situación se ha vuelto igualmente peligrosa.
En nuestros países occidentales se les niega a los no nacidos el derecho a la vida, lo que abre las sociedades a nuevas formas de violencia. Vivimos una época donde la democracia sin valores se ha vuelto un absoluto, y la gente camina sin puntos seguros de referencia moral. Desde los círculos del poder mundial se implementan políticas para destruir a la familia natural, se busca legalizar el consumo de drogas y la eutanasia. Así, con familias disfuncionales, proliferación de vicios y sin una verdad absoluta que marque la ruta, los individuos se vuelven manipulables y nos encaminamos hacia una nueva Babilonia con un totalitarismo encubierto.
Adviento nos prepara para escapar de Babilonia y recibir en el alma al que es la Verdad absoluta. En una sociedad donde es de noche, recibiremos pronto al que es la luz del mundo. El niño que va a nacer viene a decirnos que no pertenecemos a la ciudad del demonio sino que nuestra ciudadanía es de la Jerusalén de arriba. Quien nacerá en Belén nos hará libres, y así podremos fundamentar la vida personal, familiar, social y política en la Verdad. Quienes acojan al Niño y sus enseñanzas darán un gran servicio para el desarrollo social de nuestro país.
Los cristianos no esperamos que la comunidad fundada por el que nacerá, tendrá un triunfo histórico, y que los ciudadanos de Babilonia –los que viven de espaldas a Dios– serán puestos por escabel de sus pies en esta vida. Quienes nos decidamos a acoger a Jesús en el corazón y ser sus discípulos, tendremos el rechazo babilónico. Sólo esperaremos su victoria sobre las fuerzas del mal al final de la historia, cuando después de la última sacudida cósmica, él venga a juzgar al mundo y a llevarnos al banquete de bodas del Cordero.
Si miramos a nuestra vida personal, familiar, social y política descubriremos signos de estas dos ciudades. La realidad que vivimos es una mezcla de luces y sombras donde Jerusalén y Babilonia están presentes en el mismo escenario. A veces una o la otra son muy notorias.
En México los últimos escándalos políticos del ex gobernador de Veracruz Javier Duarte Ochoa con desfalcos multimillonarios a la economía de aquel Estado han sido tan sonados que nos quedamos perplejos. ¿Cómo una persona pudo robar tanto? En Chihuahua el gobernador Javier Corral encontró las arcas vacías del gobierno del Estado porque su antecesor le dejó deudas de más de 40 mil millones de pesos. Estos y muchos otros casos de la vida política hacen evidente la corrupción y el uso injusto del dinero público.
Para construir la Babilonia en nuestro país no se necesita más que la falta de transparencia en la administración pública; el no respetar los derechos de los adversarios políticos; buscar medios ilícitos para conquistar o mantener el poder; el no respetar los derechos de los acusados en los procesos penales... ¿Huele México más a Babilonia o a Jerusalén?
En años pasados se quiso construir Babilonia con toda su furia. El comunismo ateo sembró desolación ahí donde se implantó. Los cristianos y quienes se opusieron a ese sistema totalitario fueron perseguidos, hasta dejar cerca de 62 millones de muertos en la Rusia comunista y 73 millones de muertos en la China. Aunque en 1989 el último ladrillo del Muro de Berlín les cayó a los comunistas en la cabeza mostrándoles su fracaso, hoy la situación se ha vuelto igualmente peligrosa.
En nuestros países occidentales se les niega a los no nacidos el derecho a la vida, lo que abre las sociedades a nuevas formas de violencia. Vivimos una época donde la democracia sin valores se ha vuelto un absoluto, y la gente camina sin puntos seguros de referencia moral. Desde los círculos del poder mundial se implementan políticas para destruir a la familia natural, se busca legalizar el consumo de drogas y la eutanasia. Así, con familias disfuncionales, proliferación de vicios y sin una verdad absoluta que marque la ruta, los individuos se vuelven manipulables y nos encaminamos hacia una nueva Babilonia con un totalitarismo encubierto.
Adviento nos prepara para escapar de Babilonia y recibir en el alma al que es la Verdad absoluta. En una sociedad donde es de noche, recibiremos pronto al que es la luz del mundo. El niño que va a nacer viene a decirnos que no pertenecemos a la ciudad del demonio sino que nuestra ciudadanía es de la Jerusalén de arriba. Quien nacerá en Belén nos hará libres, y así podremos fundamentar la vida personal, familiar, social y política en la Verdad. Quienes acojan al Niño y sus enseñanzas darán un gran servicio para el desarrollo social de nuestro país.
Los cristianos no esperamos que la comunidad fundada por el que nacerá, tendrá un triunfo histórico, y que los ciudadanos de Babilonia –los que viven de espaldas a Dios– serán puestos por escabel de sus pies en esta vida. Quienes nos decidamos a acoger a Jesús en el corazón y ser sus discípulos, tendremos el rechazo babilónico. Sólo esperaremos su victoria sobre las fuerzas del mal al final de la historia, cuando después de la última sacudida cósmica, él venga a juzgar al mundo y a llevarnos al banquete de bodas del Cordero.
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