lunes, 25 de julio de 2016

Tolerancia en una sociedad democrática

Un obispo de México, hace unos días, criticó despectivamente al presidente de la república Enrique Peña Nieto, por su iniciativa de ley sobre los matrimonios igualitarios. Su comentario, dicho en tono jocoso, insinuaba que nuestro mandatario pudiera ser gay. El hecho se hizo viral en las redes sociales, y la crítica al obispo no se hizo esperar. Políticos y periodistas se fueron contra el obispo –con justa razón– y, de pasada, contra el episcopado. Muchos católicos, lejos de festejar el chiste del prelado, nos sentimos avergonzados de su imprudencia.

Por otra parte, Omar Mateen, un joven estadounidense de 29 años, que se confesó partidario del Estado Islámico, acabó con la vida de 49 homosexuales masacrándolos en un antro gay de Orlando Florida. Este fue un caso de intolerancia extrema que rayó en la locura más espantosa. Después de ese hecho, personas del colectivo LGBTI de Ciudad Juárez arremetieron contra la Iglesia Católica alegando que es la institución que propaga el odio contra los homosexuales, y nos pedía un ¡basta ya! de tanto rechazo y persecución contra ellos.

Las personas solemos chocar unas con otras por defender nuestras ideas, y con frecuencia cometemos el error de arremeter contra el otro porque no estamos de acuerdo con su manera de pensar o de vivir. Las pasiones nos ganan por defender nuestro pensamiento y, en esa defensa, terminamos atacando al que piensa diferente. Esto lo podemos hacer desde un comentario ofensivo hasta el extremo de odiar y querer acabar con la vida del contrario.

Nos preguntamos, ¿cómo podemos convivir entonces en una sociedad democrática en la que existen tantas corrientes de pensamiento, tan contradictorias, y grupos con intereses tan opuestos? Jesús nos dice: “No juzguen y no serán juzgados; no condenen y no serán condenados; perdonen y serán perdonados” (Lc 6,37). ¿Qué significan estas palabras en el contexto de una convivencia tolerante?

Si un grupo como el LGBTI, o el mismo presidente Peña Nieto, están proponiendo que el concepto de matrimonio se amplíe para incluir a personas del mismo sexo, ¿debemos de estar de acuerdo con ellos y decir que su propuesta es legítima? Por supuesto que no. Un católico no debe de renunciar a una verdad que conocemos por la recta razón y que ha sido revelada por Dios. Como seres inteligentes estamos llamados a discernir entre el grano y la paja, entre la verdad del error, y vivir en la verdad.

En nuestro mundo las ideas deben de ser juzgadas, y la verdad debe ser defendida y propagada. Pero a las personas no las podemos juzgar. Desconocemos el fuero interno de cada alma. Es algo que sólo Dios y ella misma conocen. Cada persona tiene una historia que la acompaña, a veces con muchos sufrimientos y condicionamientos, y su búsqueda de la verdad puede estar ofuscada. Hay muchas personas que podemos estar viviendo en una mentira.

Cuando vemos que alguien camina en el error, debemos de corregirle. Los LGBTI tratan de corregir a los católicos porque piensan que nuestro concepto de matrimonio es discriminatorio. Y los católicos queremos corregir a los LGBTI porque pensamos que son ellos quienes están en el error. ¿Debemos lastimarnos, ofendernos para defender nuestras posturas? Absolutamente no. Decía san Juan Crisóstomo: “Sí, corrígele en hora buena, pero no como quien declara la guerra, no como enemigo que le pide cuentas, sino como médico que le prepara una medicina. Porque no nos dijo –el Señor– que no apartáramos al hermano del pecado, sino que no le juzguemos, es decir, que no seamos para él un juez duro”.

“Ustedes los católicos están propagando el odio con su postura sobre el matrimonio”, decía una activista LGBTI. Yo no lo creo. Decir que no estoy de acuerdo contigo no significa que te odie. Al contrario, te amo aunque no pienses como yo, y porque te amo seguiré invitándote a reflexionar en la verdad. Pero si te digo la verdad enojado, entre gritos e insultos, mi amor por ti será falso. Tenía razón san Francisco de Sales cuando enseñaba que la verdad que no es caritativa procede de una caridad que no es verdadera.

P. D.: Aunque el obispo cometió una grave falta en criticar con burla al presidente, hizo un gran acto de virtud al enviarle luego una carta pidiéndole perdón. No nos quedemos viendo la humareda de su error; veamos mejor el sol de su gesto de humildad.

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