sábado, 30 de julio de 2016

Sacerdotes de garra y temple

Alrededor de cien muchachos de Ciudad Juárez se esperan esta semana para iniciar el Pre-Seminario. Dios, sin duda, sigue llamando a muchos jóvenes al sacerdocio. ¿Por qué la diócesis, entonces, da tan pocas vocaciones al servicio del altar? No es porque Dios calle y no los llame. El ‘Ven y sígueme’ que el Señor dijo a Mateo Leví sigue resonando. El problema es la sordera de los jóvenes. Inmersos en una cultura ruidosa, materialista y frenética que idolatra la diversión y lo efímero, no hay espacios suficientes de silencio y reflexión para escuchar la voz de Dios.

La vida del sacerdote diocesano no es una vida fácil y requiere buena capacidad de sacrificio. Se necesita equilibrio y madurez afectiva, espíritu de abnegación, disciplina, vida de oración y otras virtudes para ejercer el ministerio sacerdotal. Me decía la señora que nos asiste en la cocina de la casa parroquial de Catedral: “yo veo que ustedes, los sacerdotes, no tienen vida propia”. Es cierto, nuestra vida está hipotecada. Nos ordenaron sacerdotes para entregar la vida al servicio de Jesucristo y de su Iglesia, y en esa entrega somos, la mayoría, felices.

Los candidatos al sacerdocio provienen de la cultura banal y materialista en que vivimos. Muchos tuvieron experiencias de familias disfuncionales y han vivido una diversidad de pruebas que los han dejado malheridos. Es el material humano que llega hoy a los seminarios. ¿Cómo trabajarles su parte humana, su corazón, para hacer de ellos nuevos cristos para el mundo? Es el difícil y complejo desafío que tiene el Espíritu Santo y los equipos formadores de seminarios.

Los antiguos jesuitas –hablo de los tiempos de san Ignacio de Loyola, su fundador– tenían una formación muy particular que forjó un cúmulo de sacerdotes santos e intrépidos, y que dejaron, muchos, una honda huella social. Me pregunto si un joven de nuestros seminarios actuales sería capaz de soportar aquella disciplina y vida espiritual. Para empezar, la formación sacerdotal iniciaba con el retiro en silencio de un mes de duración –los Ejercicios Espirituales– en los que los novicios discernían la presencia de Dios en su vida y donde confirmaban o no su vocación.

Durante su preparación al sacerdocio tenían que trabajar en hospitales, limpiando y cuidando a enfermos con grandes sufrimientos y dolores severos. Además debían hacer un mes de peregrinación, en grupos de tres y con muy poco dinero, para que tuvieran que pedir limosna y depender de la bondad de personas extrañas. También tenían que pasar por la experiencia de hacer tareas poco nobles y humildes como barrer y trapear, lavar su ropa y limpiar inodoros. Parte de su formación era enseñar catecismo a los niños y practicar el arte de hablar en público.

El horario en el Seminario era fuertemente regulado y con sentido penitencial. Desde que se levantaban a las seis de la mañana, hasta que se iban a descansar a las 10:30 de la noche, casi cada cuarto de hora estaba asignado a alguna actividad como la limpieza, las comidas, la oración de la Liturgia de las Horas o la oración personal, los estudios de latín y griego, el conocimiento de las Reglas de la Orden, el Ángelus, el Rosario, la Misa, las meditaciones, la adoración eucarística, la lectura de vidas de santos.

Lo más importante era la práctica del Examen tres veces al día, para examinar la conciencia. Para alentar la penitencia y la humildad, se hacía el ejercicio de ‘la Culpa’, donde el maestro de novicios elegía a uno de ellos e invitaba a los demás a criticarlo. Y, por supuesto, existía la mortificación de la carne con el uso del cilicio, que era una banda de metal con púas que se ponía en el muslo varias horas a la semana, y la autoflagelación con un pequeño látigo para someter la carne al señorío del espíritu.

Mucho han cambiado los tiempos, y la formación actual es diversa. Pasó la época del cilicio y de pedir limosna en tierras extrañas para forjarse en la humildad y en el carácter. Los antiguos jesuitas daban aquella formación a quienes provenían de una cultura cristiana y aspiraban al sacerdocio. Hoy que la cultura es neopagana y los candidatos llegan al Seminario salidos de las aguas del materialismo y del hedonismo, habrá que replantearse continuamente la formación que se les ofrece para hacer de ellos líderes espirituales de garra y temple, apasionados por Dios y por la salvación de los hombres.

Esta semana estarán tocando a las puertas del Seminario 70 u 80 muchachos, quizá cien, provenientes de la cultura ‘light’ en que vivimos. Oremos por ellos, pero sobre todo por el equipo formador del Seminario para que, colaborando con el Espíritu, puedan transformar, a los que ingresen, en nuevos cristos para bendición de nuestra diócesis.

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