Miles de viajeros han escapado de sus ciudades durante la Semana Santa. Sin embargo la civilización del ruido los ha perseguido. Hasta las charolas que se usan para colocar los artículos para las revisiones de rayos X en los aeropuertos ahora están llenas de publicidad. Muchos se llevaron sus pantallas y estuvieron pendientes de las notificaciones en las redes sociales. El silencio es un privilegio que pocos hoy se pueden dar. En salas VIP de ciertos aeropuertos no hay publicidad y se observa un riguroso silencio relajante. Es decir, el silencio se comercia como un bien de lujo cuando es algo necesario para vivir una vida equilibrada y serena. Nos permite meditar –decía Benedicto XVI– y dar mayor contenido a nuestra comunicación. En el silencio escuchamos y nos conocemos mejor a nosotros mismos; en él nace y se profundiza el pensamiento, y elegimos cómo expresarnos. Quien en su vida encuentra frecuentes momentos de silencio encuentra las condiciones para descubrir tesoros escondidos.
La tarde del domingo 15 de diciembre fue dramática en la Catedral. El padre Rafael Saldívar, vicario parroquial, se debatía por la tarde entre la vida y la muerte por una baja en su presión arterial. Al padre Arturo, vicario también, y a mí, nos tocó auxiliarlo y trasladarlo al hospital. Desafortunadamente el padre llegó sin vida a la clínica. Hace ocho años recibí al padre Rafael como vicario de catedral para su integración al trabajo pastoral. El martes 17 de diciembre lo recibí dentro de su ataúd en la puerta del templo. Aquel mandato de Jesús a sus sacerdotes: "id por todo el mundo a predicar al Evangelio" de pronto se transformó en "vengan benditos de mi Padre". Después de estos años de haber caminado juntos en las labores de la parroquia, doy gracias a Dios por el servicio que prestó a la Iglesia así como por la relación fraterna y amistosa que tuvimos. Recibimos su cuerpo sin vida iniciando las ferias mayores del Adviento, leyendo la genealogía de Jesucristo...
Si bien como diría Mario Benedetti “Qué espléndida laguna es el silencio”, pero mi pregunta es: ¿En qué momento el silencio pasa der ser un momento reconfortante para uno mismo a ser ese espacio en el que se siembra la semilla de la ociosidad?
ResponderBorrarTodo en la vida se puede viciar. La oración puede convertirse en ensimismamiento, el trabajo puede volverse vicio, el comer puede transformarse en gula. Hemos de aprender a vivir en la virtud y la virtud, enseñaba Aristóteles, radica en el justo término medio, el cual es un tipo de sabiduría práctica guiada por la virtud de la prudencia.
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