Decía un analista político que las vacaciones de Navidad y Semana Santa son una grotesca intromisión religiosa en los asuntos de política educativa. Las escuelas de gobierno y los funcionarios públicos ajustan, cada año, sus períodos vacacionales a las fiestas religiosas, por lo que, según el periodista, se viola el Estado laico. Al analista se le olvida que nuestra cultura occidental fue parida por la Iglesia Católica, y su influjo la acompañará siempre. ¿Será que la división de la semana en siete días, producto de una visión religiosa de la vida, viola también el Estado laico? Y el domingo, día del Señor, –día en que no trabajan las escuelas ni las oficinas de gobierno– será también una grosera injerencia de la Iglesia en la vida pública? Si hoy se habla de derechos humanos y de la dignidad de los pobres –temas recurrentes del laicismo– es gracias a que Jesucristo predicó el amor a los hermanos.
La nueva presidenta Claudia Sheinbaum, quien dice ser no creyente, empezó su gobierno participando en un ritual de brujería. Hago algunas observaciones con este hecho: 1. Muchos ateos se niegan a creer en el Dios revelado por Cristo debido a que ello exige conversión y compromiso moral, y prefieren dar cauce a su sensibilidad espiritual a través de rituales mágicos de protección contra fuerzas que los puedan perjudicar. Es decir, en el fondo, muchos que se confiesan ateos creen que existe algo que está más allá del mundo natural. ¿Será que la presidenta, en realidad, no es tan atea? 2. Participar en un ritual religioso indígena debería de ser motivo de escándalo para los jacobinos y radicales de izquierda que proclaman la defensa del Estado laico y la no participación de un político en actos de culto público. Ellos deberían de ser coherentes y lanzar sus rabiosos dardos a la presidenta. Si Claudia Sheinbaum hubiera sido bendecida por algún sacerdote con sotana y sobrepelliz a las puert...
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