No se dejen seducir por doctrinas varias y extrañas. Mejor es fortalecer el corazón con la gracia que con alimentos que nada aprovecharon a los que siguieron ese camino. (Heb 13,9)
La fe cristiana puede construir a una persona o, al contrario, puede dañarla. Existen diversas maneras de poner en práctica nuestro catolicismo, pero hoy quiero poner el acento en tres errores que muchos católicos cometemos.
Una pareja de esposos ha venido a buscar orientación espiritual después de haber vivido una extraña experiencia durante sus vacaciones. Al llegar a su destino se hospedaron en casa de una prima del marido que los acogió con toda amabilidad. Sin embargo esa noche la anfitriona le dijo a su primo que ella, por un don especial que Dios, podía comunicarse con los difuntos, y que el padre difunto de su primo huésped estaba diciéndole que quería comunicarse con él.
El muchacho ingenuamente aceptó que su padre regresara de las mansiones de ultratumba para hablar con él. Comenzó el trance. El muerto comenzó a hablar por boca de la médium para pedirle que pusiera en orden algunos asuntos de su matrimonio que andaban mal. Luego de que terminó el éxtasis, la prima pitonisa trazó un círculo de sal donde los invitó a entrar para orar. En una alternancia de bellos discursos dirigidos a Dios con frases agresivas y soeces, la huésped y sus invitados oraron durante horas en la madrugada donde más de uno salió aterrorizado.
Investigando un poco sobre la nigromante, la pareja de amigos me dijo que su prima era una asidua practicante de reiki. Ahí estaba el foco de infección. El reiki es una experiencia de la Nueva era donde se cura con la energía de las manos invocando deidades japonesas. Por su contacto con el mundo de lo oculto, se trata una práctica absolutamente desaconsejable por la misma Conferencia Episcopal de Estados Unidos. Hay exorcistas que aseguran que el reiki puede llevar, como consecuencia, a la posesión diabólica.
La fe se vuelve tóxica cuando se hace sincretista, es decir, cuando se mezcla con pseudo espiritualidades orientales o con elementos esotéricos u ocultos que pueden llevar a la persona, incluso, hasta la locura. Pero también la fe católica puede tornarse insana cuando ponemos más acento en los sacramentales que en la escucha de la Palabra de Dios y los sacramentos.
Hace algunas semanas visité a una familia que pedía la bendición para su casa porque, según ellos, estaba maldita. Sin embargo al conversar con la señora la invité a hacer una confesión. Ella abrió su corazón y pude darme cuenta de que es el alma donde radican la mayor parte de nuestros problemas. De ahí brotan los homicidios, hurtos, rapiñas, sandeces, odios, fornicaciones y todo el elenco de males que Jesús hace en el evangelio.
El mejor exorcismo, sin duda, es el sacramento de la reconciliación. Si la señora se hubiera limitado a una aspersión de agua bendita en su casa y no hubiera abierto su alma al sacerdote para dejar que Jesús derramara su perdón y su gracia en ella, la doña seguiría creyendo que la fuente de los males estaba en las paredes de su casa, cuando en realidad, estaba en las paredes de su vida interior. Esta semana me alegró muchísimo saber que la señora acude diariamente a visitar el Santísimo donde medita la Palabra de Dios. Jesús está trayendo verdadera sanación a su vida.
No menosprecio los sacramentales porque creo que son una ayuda divina para la vida espiritual, pero no cometamos el grave error de que nuestra vida cristiana se reduzca a tener objetos bendecidos, cuando cerramos nuestro interior a la acción misericordiosa de Dios a través de la escucha de su Palabra y de la apertura a los sacramentos.
Por último, la fe se vuelve tóxica cuando la desencarnamos de la vida. Conozco a algunas personas a quienes les gusta bastante orar, y saben hacerlo con palabras bonitas y largos discursos. Pero cuando les preguntas qué piensan de Hillary Clinton, a cuánto está el dólar, qué opinan del asunto de los autos chuecos o del aumento de actos delictivos en la ciudad, te dicen que no saben.
Cuidemos nuestra fe católica. Es tan preciosa que no merece diluirse con las aguas contaminadas de espiritualidades extrañas. Es tan transformante y curativa para el corazón que no se limita a la posesión de objetos materiales. Es tan encarnada que no mira a nuestro cuerpo ni a nuestro mundo como la cárcel del alma, sino que nos compromete a ser misericordiosos con todos nuestros hermanos.
Una pareja de esposos ha venido a buscar orientación espiritual después de haber vivido una extraña experiencia durante sus vacaciones. Al llegar a su destino se hospedaron en casa de una prima del marido que los acogió con toda amabilidad. Sin embargo esa noche la anfitriona le dijo a su primo que ella, por un don especial que Dios, podía comunicarse con los difuntos, y que el padre difunto de su primo huésped estaba diciéndole que quería comunicarse con él.
El muchacho ingenuamente aceptó que su padre regresara de las mansiones de ultratumba para hablar con él. Comenzó el trance. El muerto comenzó a hablar por boca de la médium para pedirle que pusiera en orden algunos asuntos de su matrimonio que andaban mal. Luego de que terminó el éxtasis, la prima pitonisa trazó un círculo de sal donde los invitó a entrar para orar. En una alternancia de bellos discursos dirigidos a Dios con frases agresivas y soeces, la huésped y sus invitados oraron durante horas en la madrugada donde más de uno salió aterrorizado.
Investigando un poco sobre la nigromante, la pareja de amigos me dijo que su prima era una asidua practicante de reiki. Ahí estaba el foco de infección. El reiki es una experiencia de la Nueva era donde se cura con la energía de las manos invocando deidades japonesas. Por su contacto con el mundo de lo oculto, se trata una práctica absolutamente desaconsejable por la misma Conferencia Episcopal de Estados Unidos. Hay exorcistas que aseguran que el reiki puede llevar, como consecuencia, a la posesión diabólica.
La fe se vuelve tóxica cuando se hace sincretista, es decir, cuando se mezcla con pseudo espiritualidades orientales o con elementos esotéricos u ocultos que pueden llevar a la persona, incluso, hasta la locura. Pero también la fe católica puede tornarse insana cuando ponemos más acento en los sacramentales que en la escucha de la Palabra de Dios y los sacramentos.
Hace algunas semanas visité a una familia que pedía la bendición para su casa porque, según ellos, estaba maldita. Sin embargo al conversar con la señora la invité a hacer una confesión. Ella abrió su corazón y pude darme cuenta de que es el alma donde radican la mayor parte de nuestros problemas. De ahí brotan los homicidios, hurtos, rapiñas, sandeces, odios, fornicaciones y todo el elenco de males que Jesús hace en el evangelio.
El mejor exorcismo, sin duda, es el sacramento de la reconciliación. Si la señora se hubiera limitado a una aspersión de agua bendita en su casa y no hubiera abierto su alma al sacerdote para dejar que Jesús derramara su perdón y su gracia en ella, la doña seguiría creyendo que la fuente de los males estaba en las paredes de su casa, cuando en realidad, estaba en las paredes de su vida interior. Esta semana me alegró muchísimo saber que la señora acude diariamente a visitar el Santísimo donde medita la Palabra de Dios. Jesús está trayendo verdadera sanación a su vida.
No menosprecio los sacramentales porque creo que son una ayuda divina para la vida espiritual, pero no cometamos el grave error de que nuestra vida cristiana se reduzca a tener objetos bendecidos, cuando cerramos nuestro interior a la acción misericordiosa de Dios a través de la escucha de su Palabra y de la apertura a los sacramentos.
Por último, la fe se vuelve tóxica cuando la desencarnamos de la vida. Conozco a algunas personas a quienes les gusta bastante orar, y saben hacerlo con palabras bonitas y largos discursos. Pero cuando les preguntas qué piensan de Hillary Clinton, a cuánto está el dólar, qué opinan del asunto de los autos chuecos o del aumento de actos delictivos en la ciudad, te dicen que no saben.
Cuidemos nuestra fe católica. Es tan preciosa que no merece diluirse con las aguas contaminadas de espiritualidades extrañas. Es tan transformante y curativa para el corazón que no se limita a la posesión de objetos materiales. Es tan encarnada que no mira a nuestro cuerpo ni a nuestro mundo como la cárcel del alma, sino que nos compromete a ser misericordiosos con todos nuestros hermanos.
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