La beatificación de monseñor Romero, obispo de San Salvador, ha incomodado a algunos dentro de la Iglesia. Quienes creen que el beato era un obispo comunista, promotor de la teología de la liberación marxista, no les ha entusiasmado su llegada a los altares. Pero Romero no fue marxista ni teólogo de la liberación. Fue simplemente un pastor valiente –por cierto muy cercano al Opus Dei– que habló fuerte a favor de su pueblo cuando las circunstancias de injusticia se lo exigieron. Su conciencia no le permitía callar. Acusarlo de ser un obispo rojo es tan absurdo como acusar a la beata Teresa de Calcuta de ser una religiosa capitalista por dedicarse a servir a los pobres desechados por el imperio del dinero. Ambos fueron fieles a Jesús y todo lo hicieron por amor a Él. Uno denunciando la injusticia, otra sirviendo al Señor en los pobres.
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