Sara y Agar sacaron lo más bajo de ellas mismas dejando entrar a las envidias y rivalidades (Gen 16, 1-16). La vida del hijo concebido por Agar dejó de importar y sólo pensaron, ambas mujeres, en su resentimiento recíproco. Satanás se apoderó, así, de la casa de Abraham. Hemos de vivir atentos a que las envidias no se cuelen en las obras de Dios. Hay que recordar que cuando decimos 'sí' a Dios estamos dando una pedrada en las puertas del infierno, y los ejércitos del mal se ponen en pie de guerra. Quien dice 'sí' a Dios en su vida debe estar en guardia permanente para no permitir que el Maligno se apodere de la obra de Dios. Renovemos nuestro 'sí' a Dios cada mañana y hagamos diariamente nuestro examen de conciencia.
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