A Antonio García El Chihuahua, torero intrépido de mi tierra
Dios creó al hombre para que fuera incorruptible y lo hizo a imagen de su propia naturaleza, pero por la envidia del demonio entró la muerte en el mundo. (Sab 2,23)
La corrida de toros es un recuerdo del drama de la existencia del hombre en la tierra. Nos hace patente la lucha contra las fuerzas oscuras que intentan destruir la vida humana. Entre los escenarios de la creación en el libro del Génesis y las bodas del Cordero en el Apocalipsis existe una batalla épica, la gran epopeya de la humanidad en la que el hombre debe de combatir contra las fuerzas del mal para conquistar el paraíso perdido. Este drama existencial se simboliza en lo que sucede en el ruedo de una plaza de toros, desde que inicia el paseíllo y sale el toro por la puerta de toriles, con toda su furia, hasta que lo sacan muerto por la puerta de arrastre.
La visión positiva de la existencia del hombre que combate por el triunfo de su vida hoy está desapareciendo en nuestra cultura, y nos encontramos con muchos hombres que dejan de pelear para deslizarse por el camino de la mediocridad existencial, buscando sólo placeres y vicios. Crecen las ideologías del suicidio. Se nos repite, una y otra vez, que nacimos para morir. Los ateos afirman que la vida desemboca en la muerte y después no hay nada más. Salen a flote las ideologías a favor de la eutanasia como una alternativa respetable para la libertad del hombre. El consumo legal de drogas y de pornografía tiende a aceptarse socialmente. Séneca decía que "si escojo el barco en que viajo y la casa en que vivo, también escogeré la muerte con la que dejaré esta vida". Así muchos hombres optan libremente por el camino de la muerte: el suicidio o la muerte en vida.
La anticoncepción se difunde masivamente y el aborto tiende a hacerse legal en el mundo. El animalismo coloca la dignidad de los animales por encima de la de los hombres. El homosexualismo y el feminismo radical propagan a ultranza las relaciones estériles. Todo se confabula para que el hombre muera y desaparezca de la faz de la tierra.
El toreo, dentro de esta cultura contaminada por las ideologías de la muerte del hombre, está en problemas. Esto por la razón de que la fiesta de los toros es una proclamación de que la vida humana triunfa sobre las fuerzas de la muerte, y que la inteligencia y el espíritu se impone sobre la fuerza bruta de las bestias. La tauromaquia es subordinación y sometimiento de la fuerza de los instintos de la naturaleza al dominio de la razón, pero además con emociones estéticas, lo que la hace ser una alta expresión del espíritu humano.
Para los veganos y animalistas el hombre debe intervenir en la naturaleza lo menos posible, hasta dejarla casi en estado salvaje. La fiesta de los toros, en cambio, es la celebración del señorío del espíritu sobre la materia. Mientras que el mundo proclama que el hombre es un ser derrotado, un estorbo en el planeta que debe morir y desaparecer, la corrida nos comunica, en un ritual dramático y un espectáculo festivo, que la raza humana nació para la vida, el triunfo y la gloria. La fiesta de los toros es una celebración de la belleza y la alegría de pertenecer a la raza de Adán que proclama su altísima dignidad y que sabe luchar para conquistar su gloria.
En cada coso taurino existe una capilla, un lugar reservado para que el torero se encuentre en silencio con Dios y con el mundo de los santos. El miedo lo asecha antes de pisar el ruedo y sabe que dominar y templar a una bestia feroz es algo que supera sus fuerzas. Necesita revestirse del poder que viene de lo Alto para combatir a la fiera en el nombre del Señor de los Ejércitos.
La corrida de toros, más allá de su dimensión de espectáculo, tiene un sentido religioso cristiano profundo. Es evocación del Viernes Santo, del Sábado de gloria y del Domingo de Resurrección. En el drama más grande y decisivo de la historia –el Misterio Pascual de Cristo– el Señor derrotó la muerte y nos ofreció una vida que humilló los horrores del sepulcro. Así nos dijo que el hombre no fue creado para le mediocridad ni para la muerte sino para la resurrección y la vida eterna. El torero nos evoca, de cierta manera, al sumo y eterno Sacerdote, que solo y con la confianza puesta en su Padre Celestial, ascendió al Calvario para enfrentar al príncipe de este mundo y a la muerte para vencerla, y así conquistar para la humanidad la palma de la victoria de la vida inmortal.
Dios creó al hombre para que fuera incorruptible y lo hizo a imagen de su propia naturaleza, pero por la envidia del demonio entró la muerte en el mundo. (Sab 2,23)
Antonio García "El Chihuahua" toreando por naturales |
La visión positiva de la existencia del hombre que combate por el triunfo de su vida hoy está desapareciendo en nuestra cultura, y nos encontramos con muchos hombres que dejan de pelear para deslizarse por el camino de la mediocridad existencial, buscando sólo placeres y vicios. Crecen las ideologías del suicidio. Se nos repite, una y otra vez, que nacimos para morir. Los ateos afirman que la vida desemboca en la muerte y después no hay nada más. Salen a flote las ideologías a favor de la eutanasia como una alternativa respetable para la libertad del hombre. El consumo legal de drogas y de pornografía tiende a aceptarse socialmente. Séneca decía que "si escojo el barco en que viajo y la casa en que vivo, también escogeré la muerte con la que dejaré esta vida". Así muchos hombres optan libremente por el camino de la muerte: el suicidio o la muerte en vida.
La anticoncepción se difunde masivamente y el aborto tiende a hacerse legal en el mundo. El animalismo coloca la dignidad de los animales por encima de la de los hombres. El homosexualismo y el feminismo radical propagan a ultranza las relaciones estériles. Todo se confabula para que el hombre muera y desaparezca de la faz de la tierra.
El toreo, dentro de esta cultura contaminada por las ideologías de la muerte del hombre, está en problemas. Esto por la razón de que la fiesta de los toros es una proclamación de que la vida humana triunfa sobre las fuerzas de la muerte, y que la inteligencia y el espíritu se impone sobre la fuerza bruta de las bestias. La tauromaquia es subordinación y sometimiento de la fuerza de los instintos de la naturaleza al dominio de la razón, pero además con emociones estéticas, lo que la hace ser una alta expresión del espíritu humano.
Para los veganos y animalistas el hombre debe intervenir en la naturaleza lo menos posible, hasta dejarla casi en estado salvaje. La fiesta de los toros, en cambio, es la celebración del señorío del espíritu sobre la materia. Mientras que el mundo proclama que el hombre es un ser derrotado, un estorbo en el planeta que debe morir y desaparecer, la corrida nos comunica, en un ritual dramático y un espectáculo festivo, que la raza humana nació para la vida, el triunfo y la gloria. La fiesta de los toros es una celebración de la belleza y la alegría de pertenecer a la raza de Adán que proclama su altísima dignidad y que sabe luchar para conquistar su gloria.
En cada coso taurino existe una capilla, un lugar reservado para que el torero se encuentre en silencio con Dios y con el mundo de los santos. El miedo lo asecha antes de pisar el ruedo y sabe que dominar y templar a una bestia feroz es algo que supera sus fuerzas. Necesita revestirse del poder que viene de lo Alto para combatir a la fiera en el nombre del Señor de los Ejércitos.
La corrida de toros, más allá de su dimensión de espectáculo, tiene un sentido religioso cristiano profundo. Es evocación del Viernes Santo, del Sábado de gloria y del Domingo de Resurrección. En el drama más grande y decisivo de la historia –el Misterio Pascual de Cristo– el Señor derrotó la muerte y nos ofreció una vida que humilló los horrores del sepulcro. Así nos dijo que el hombre no fue creado para le mediocridad ni para la muerte sino para la resurrección y la vida eterna. El torero nos evoca, de cierta manera, al sumo y eterno Sacerdote, que solo y con la confianza puesta en su Padre Celestial, ascendió al Calvario para enfrentar al príncipe de este mundo y a la muerte para vencerla, y así conquistar para la humanidad la palma de la victoria de la vida inmortal.
Grandes palabras, donde se aprecia la profundidad y la historia de la tauromaquia, que la mayoría de la gente desconoce y no se da el tiempo de indagar solo de criticar sin argumento alguno, a mis 26 años soy un amante de la fiesta brava, de la vida, de las buenas costumbres y tradiciones.
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