lunes, 10 de junio de 2019

Ven, Espíritu, e irriga nuestras almas

Meditación de Pentecostés

Esta semana se hizo una polémica nacional por el uniforme neutro que decretó el gobierno de la Ciudad de México. Se generó una gran controversia cuando la jefa de gobierno dijo que las niñas y los niños podían ponerse lo que quisieran, faldas o pantalones. Sus comentarios, teñidos de ideología de género, empujan a crear una sociedad en la que hombres y mujeres pierden su identidad masculina y femenina y vivan en un permanente estado de confusión sexual, en una situación de caos interior.

La fiesta de Pentecostés celebra el derramamiento del Espíritu Santo que pone orden en el caos, como sucedió en la alborada de la creación, cuando el Espíritu aleteaba por encima de la tierra, que era caos y confusión. Dijo Dios: "Haya luz, y La Luz se hizo" (Gen 1,3). En un mundo caótico y confuso necesitamos que el Espíritu De Dios venga a sacar del caos un cosmos ordenado y armónico donde el hombre y la mujer vivan su identidad masculina y femenina, y donde redescubran que son seres creados para el amor complementario.

Necesitamos que el Espíritu Santo gobierne nuestra carne. Cuando Dios nos creó nos dio el don de la libertad, como si Dios nos dijera: "Te puse en medio del mundo para que descubras lo que hay en él. No te hice celestial ni terrenal, ni mortal ni inmortal, para que por ti mismo te modelaras y esculpieras en la forma que ibas a elegir. Podrás degenerar hacia las cosas inferiores, que son los animales irracionales, y podrás, según tu voluntad, regenerarte en las cosas superiores que son divinas. Muchos van degenerando hacia las cosas inferiores. La violencia, las drogas y los vicios los van hundiendo al hombre en sus apetitos. "Si viven según sus apetitos –dice San Pablo– ciertamente morirán; en cambio si mediante el Espíritu dan muerte a las obras del cuerpo, vivían" (Rom 8,13).

Cuando decimos en el Credo que el Espíritu Santo es "Señor y dador de vida", estamos diciendo que él nos hace vivir como hombres y mujeres espirituales, nos comunica su vida divina, la vida de la gracia. Nos ayuda a mortificar la carne para vivir según el espíritu, nos da una nueva vida. Nos hace morir a nosotros mismos para que otros vivan. Nos hace promover la vida de los demás.

Víctor Hugo es un joven estudiante de preparatoria que recibió el sacramento de la Confirmación en una parroquia de Ciudad Juárez. Después de recibir el Espíritu Santo sintió un llamado a donar un año de su vida en servicio en la Sierra Tarahumara. En el servicio descubrió una forma de felicidad inexplicable para él. Hoy vive en Sisoguichi, en el municipio de Bocoyna, en la sierra de Chihuahua donde colabora como maestro en un internado de religiosas. Imitando a Cristo Jesús, que no vino a ser servido sino a servir, Víctor Hugo ha aprendido que no se puede decir "sí" a los hermanos si no se está dispuesto a decir "no" a uno mismo.

¿Cómo puede entrar esta vida nueva en ti y en mí? Entra por dos medios fundamentales: la Palabra y los sacramentos. La Palabra no sólo está inspirada por el Espíritu Santo, sino también comunica al Espíritu Santo. Cuando leemos la Palabra De Dios de manera espiritual, con La Luz y la unción del Espíritu, empezamos a experimentar luz, consuelo, paz, fortaleza, esperanza y vida. Y junto a la Palabra, los sacramentos. Con el Bautismo iniciamos una vida nueva, nos transforma, nos modela. Con la Eucaristía Jesús nos alimenta con su Cuerpo; con la Penitencia morimos y volvemos a la vida por el perdón de los pecados.

Pidamos el regalo de la humildad para nuestras almas, porque el Espíritu Santo es como el agua que siempre baja, siempre cae, nunca sube. Lo mismo hace el Espíritu Santo: se complace en visitar y llenar al que está abajo, al que es humilde y que está vacío de sí mismo.

Hoy se dice que en algunas partes del mundo hay una desertización. Avanza la ausencia de vegetación y disminuyen las lluvias. Lo mismo podemos decir del corazón, y el Espíritu Santo es el único que puede revertir este proceso y transformar el desierto espiritual en un lugar de vida. "El que cree en mí, que venga y beba", dice el Señor. Brotarán ríos de agua viva. Él se refería al Espíritu que debían recibir los que creyeran en él" (Jn 7, 37-39). Es Jesús quien hoy nos entrega su Espíritu Santo.

Abramos el alma para recibirlo en la Eucaristía, y seamos como esos trabajadores del campo, que de las acequias sacan canales para que el agua fluya con alegría en los surcos y llegue a todo el sembradío. Abramos nuevos surcos para llevar el agua de la Palabra, la fe, el consuelo, el agua del Espíritu. Amén.

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