Nos preguntamos por qué las sectas son tan peligrosas. Quizá conocemos a alguien cercano que ingresó a algún grupo extraño y que, desde entonces, ya no fue la misma persona. Algo sucedió que ahí le cambió su personalidad y se aisló de la convivencia con su familia y amigos. Las sectas nacen generalmente por supuestos mensajes privados que Dios revela al fundador. Así sucedió en 1926 cuando Eusebio Joaquín González fundó La Luz del Mundo por supuestos mensajes recibidos directamente de Dios, quien lo enviaba a refundar la Iglesia de Jesucristo, desaparecida con la muerte del último de los doce Apóstoles.
Las sectas se forman por un líder carismático que provoca en sus adeptos confianza y sumisión absoluta. Él es el depositario de un mensaje divino y todas las decisiones deben venir de su máxima autoridad. No hay posibilidad de que los adeptos lo cuestionen, y así ejerce un control de todas las actividades de sus seguidores. Estos deben tenerle obediencia ciega o vendrán toda clase de desgracias. Para todas las preguntas se tienen preparadas respuestas simplistas y fáciles de memorizar. Se aferran a citas literales de la Biblia sin tomar en cuenta el contexto ni los estilos literarios.
He conocido personas que tuvieron la desgracia de caer en sectas. Entraron en ellas más por motivos emocionales que racionales. Se sintieron los únicos elegidos, los únicos que se salvan, criticaron fuertemente a quienes estaban fuera del grupo y no les importó que su matrimonio se destruyera o que se perdieran sus amistades. El único diálogo que podían entablar era con los miembros de la secta, pero nunca con los de fuera. Por ello tenían una fuerte hostilidad hacia otras religiones, especialmente hacia la Iglesia Católica.
Cuando en la Iglesia Católica se dan movimientos sectarios, la misma estructura de la Iglesia posibilita, una vez que se detecta, una pronta corrección. Ciertas congregaciones religiosas o grupos laicales en las diócesis cuyo fundador o líder resultó ser un abusador psicológico o sexual, y que tenía un sistema control de los miembros para mantenerlos en silencio, la misma autoridad de la Iglesia investiga, corrige, destituye y trata de sanar las heridas que quedaron en los involucrados. O bien cuando aparece algún vidente que dice tener contacto directo con lo divino, la Iglesia investiga y discierne a fondo al supuesto profeta para evitar los peligros de desviaciones de la fe y el consecuente daño a los fieles.
Si tenemos conocimiento en la Iglesia de alguna actitud sectaria de laicos o sacerdotes, hemos de hablar inmediatamente, con el párroco o el decano y, si es necesario, con el obispo. Recordemos que quien tiene una buena formación religiosa sabrá detectar con prontitud a los falsos profetas. Esos suelen disfrazarse de ovejas, pero detrás del disfraz se esconde un lobo rapaz.
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