miércoles, 27 de marzo de 2019

Mi columneja



Lecciones de AMLO y la Conquista
Después de la tormenta mediática que provocó AMLO en su exigencia a España para pedir perdón por las arbitrariedades cometidas durante la Conquista de México hace 500 años, me quedan claras tres lecciones. Primero, "Honra a tu padre y a tu madre". Hoy el socialismo indigenista insiste en que sólo la Malinche, la parte indígena y madre de este pueblo, debe ser honrada, mientras que Hernán Cortés debe ser repudiado. Eso es inducir a los mexicanos el odio contra su origen español, además de causar vergüenza y confusión en su identidad. El pueblo mestizo debe sentirse orgulloso de su sangre española e indígena, de su herencia, su lengua y su cultura.

Segundo: "No juzgues y no serás juzgado". Y mucho menos podemos juzgar con criterios del siglo XXI los hechos que ocurrieron hace siglos. Es lo que se llama caer en un pecado de anacronismo. Toda civilización es fruto de mezclas, conquistas y eventos que nunca fueron pacíficos. Hasta en la misma Historia de la Salvación, la tierra prometida -hoy Israel- no pertenecía a los judíos; éstos la arrebataron a quienes en ella habitaban. Así se ha construido la historia de la humanidad. No estamos para juzgar a la historia, sino para estudiarla, comprenderla y aprender de ella.

Tercero: "Ten cuidado, para no olvidar las cosas que has visto con tus propios ojos, ni dejar que se aparten de tu corazón un sólo instante. Enséñalas a tus hijos y a tus nietos" (Dt 4,9). Hemos de aprender que Dios ha acompañado la historia de México para convertirla en historia de la salvación. Lo mejor que trajo España fue la fe en Jesucristo, nuestra fe católica, que gracias al milagro guadalupano no fue impuesta, sino difundida e inculturada. Es la fe que nos permite ver la mano de Dios en el pasado para maravillarnos y vivir agradecidos, lejos de amarguras y resentimientos estériles.

Niños Down a la baja
Cada vez nacen menos niños con síndrome de down. Esto por la sencilla razón de que el diagnóstico prenatal, ese instrumento de la medicina que permite descubrir el estado de salud del no nacido, ayuda a detectar los embriones que tienen la copia del cromosoma 21. Consecuentemente, esto hace que muchos médicos ofrezcan el aborto del feto a los padres de familia para evitar los cuidados y sacrificios que implica la crianza de un niño down. Son niños que no lucen a los ojos del mundo y por eso son descartados.

Los ojos de Dios, sin embargo, miran muy diferente a los niños down y a aquellos que fueron abortados por sus madres y padres. Nos preguntamos por qué para Dios son tan importantes esas criaturas que muchos desechan. Quizá porque el Hijo de Dios suspendido en la cruz, desechado por los hombres, es el símbolo supremo del amor que Dios tiene a la humanidad. Dios escogió que un desecho humano –su propio Hijo– fuera la máxima prueba del amor divino por nosotros. Se identifica el Señor con los desechados. Es bueno sentirse desechado y no desechar nunca a nadie. Compartimos los sentimientos de Jesús desechado cuando nos sentimos necesitados de amor, curación, misericordia, de perdón y gracia.

El poder de los confesionarios
¡Qué extraños ritos tenemos los católicos a los ojos de quienes no nos conocen! A la catedral acuden turistas, muchos de los cuales no profesan nuestra religión. Ahí encuentran una fila de personas que, cuando les toca su turno, pasan a un cubículo en donde se arrodillan frente al sacerdote. ¿De qué se trata eso?, se preguntan. Y se quedan perplejos cuando se enteran que las personas se acercan a aquel hombre desconocido para ellos, y a él le abren lo más recóndito de sus almas, manifestándole los más oscuros secretos, las cosas más vergonzosas, la podredumbre que no se comparte con otras personas.

¡Oh benditos confesionarios! Si miráramos, no la basura moral de las almas que ahí se confiesan, sino los cúmulos de gracias que el cielo derrama sobre los penitentes arrepentidos, nos daríamos cuenta de que esos lugares son de los más importantes que existen en la Tierra. De ellos hombres y mujeres salen revestidos de una paz que ni los psicólogos, ni los cursos de superación personal, ni la industria farmacéutica pueden ofrecer. En ellos se renuevan las personas, se salvan matrimonios, se reconcilian familias, se reconstruyen relaciones heridas, se vencen vicios y adicciones. En los confesionarios el diablo es derrotado, los ángeles se llenan de gozo y en las ciudades renace la esperanza.

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