La vida en la tierra sigue el ritmo de los ciclos. En la naturaleza, la Tierra tiene períodos de calentamiento y de enfriamiento global que no tienen que ver con la mano del hombre. Las estaciones se repiten en ciclos de cuatro periodos, año tras año, que podemos distinguir muy bien en el estado de Chihuahua. El sol se levanta y se pone en ciclos de 24 horas. El cuerpo del hombre también se rige por ciclos como la respiración, la digestión y la circulación de la sangre. El hombre necesita tiempo de descanso y tiempo de trabajo. Estos lapsos de la naturaleza han marcado la vida humana, al grado que civilizaciones antiguas creyeron que la vida era un eterno retorno y que la humanidad era semejante a un corcho flotando a la deriva en un mar sin playas.
Los ciclos los vemos también en los gobiernos. Un partido político sube al poder y ahí se perpetúa. Se producen pactos y privilegios que generan corrupción y engaños, y el tiempo va desgastando al sistema de gobierno con el consecuente malestar social. En algunos lugares surgen revoluciones que demandan cambios radicales y piden sangre nueva que venga a dar esperanza a los pueblos. Aparecen líderes carismáticos que traen grandes aires de renovación nacional prometiendo honestidad y progreso. Pero una vez llegados al poder se repite el ciclo de corrupción, desgaste y hartazgo social. Hoy en México estamos en uno de esos cambios de época alentados por un partido que logró encender las esperanzas del pueblo. Tengamos por cierto que, después de unos años, el ciclo se repetirá.
Con frecuencia vemos ciclos, muchas veces destructivos, que se repiten en las familias. El abuelo resultó ser un golpeador de su esposa, lo que hizo que su hijo aprendiera a tratar así a las mujeres; ahora el nieto recién casado ya empieza a darle empujones y a levantarle la mano a su consorte. O bien el abuelo, el hijo, los tíos y los nietos todos resultaron ser alcohólicos. Pero no por maldiciones que existan entre las generaciones, como muchos creen, sino por patrones de conducta que se aprenden en la convivencia cotidiana. ¿Qué decir de muchos pecados que nos prometen la felicidad y que después de que los cometemos nos dejan un amargo sabor en el alma y, sin embargo, no podemos romper el círculo vicioso, y volvemos una y otra vez a ellos como los cerdos que regresan a comer su propio vómito?
Dios es el único que puede romper esos ciclos. El tiempo de Adviento está marcado por el Dios que irrumpe en la historia para revelarnos que la humanidad no es un barco a la deriva en el mar de un eterno retorno, sino que tiene un principio y un final. "Hágase La Luz, y La Luz se hizo", dice el relato de la Creación. Es Dios que irrumpe la nada monótona del caos inicial para poblar un universo de color, de maravillas y sorpresas. Por eso un día, viendo a su pueblo Israel vivir en el ciclo mortal de la corrupción y la idolatría, se manifestó en la historia prometiendo la llegada de un rey -Jesucristo- que implantaría la justicia y el derecho.
Estamos viendo señales espantosas en el sol, en la luna y las estrellas. El mal y la confusión se perciben en el ambiente social y familiar; el imperio de la pornografía extiende sus tentáculos a través de internet; las drogas son una puerta de escape que abren cada vez más personas; las rupturas familiares estremecen los hogares; las nuevas generaciones se muestran rebeldes a los padres y los escándalos sacerdotales han llenado a la Iglesia de amargura. Los astros se conmueven. ¿Hacia dónde va el mundo?, se preguntan con miedo muchos corazones.
El miedo y la confusión es para quienes Dios está ausente. Para los hijos de la Iglesia el mensaje de la venida del Señor es de esperanza: "Entonces vendrán venir al Hijo del hombre sobre las nubes del cielo". La irrupción de Dios en nuestra vida quiere hacer de nosotros una nueva creación, porque donde Dios interviene ahí hay novedad y sorpresas. Sólo con Dios en la vida podemos ser sacerdotes distintos, amas de casa distintas, políticos y funcionarios públicos distintos, médicos, abogados y obreros de maquiladora distintos, estudiantes y pensionados distintos.
Adviento nos invita a dejar a Jesús romper nuestros ciclos, desde la monotonía de una vida que no encuentra su sentido, hasta los ciclos de pecado, horror y muerte en que nos hayamos metido. Abramos el corazón a Jesús para hacerlo nuestro amigo y nuestro médico, y finalmente recibirlo, sin temor, como el juez de la propia vida y de la historia.
Los ciclos los vemos también en los gobiernos. Un partido político sube al poder y ahí se perpetúa. Se producen pactos y privilegios que generan corrupción y engaños, y el tiempo va desgastando al sistema de gobierno con el consecuente malestar social. En algunos lugares surgen revoluciones que demandan cambios radicales y piden sangre nueva que venga a dar esperanza a los pueblos. Aparecen líderes carismáticos que traen grandes aires de renovación nacional prometiendo honestidad y progreso. Pero una vez llegados al poder se repite el ciclo de corrupción, desgaste y hartazgo social. Hoy en México estamos en uno de esos cambios de época alentados por un partido que logró encender las esperanzas del pueblo. Tengamos por cierto que, después de unos años, el ciclo se repetirá.
Con frecuencia vemos ciclos, muchas veces destructivos, que se repiten en las familias. El abuelo resultó ser un golpeador de su esposa, lo que hizo que su hijo aprendiera a tratar así a las mujeres; ahora el nieto recién casado ya empieza a darle empujones y a levantarle la mano a su consorte. O bien el abuelo, el hijo, los tíos y los nietos todos resultaron ser alcohólicos. Pero no por maldiciones que existan entre las generaciones, como muchos creen, sino por patrones de conducta que se aprenden en la convivencia cotidiana. ¿Qué decir de muchos pecados que nos prometen la felicidad y que después de que los cometemos nos dejan un amargo sabor en el alma y, sin embargo, no podemos romper el círculo vicioso, y volvemos una y otra vez a ellos como los cerdos que regresan a comer su propio vómito?
Dios es el único que puede romper esos ciclos. El tiempo de Adviento está marcado por el Dios que irrumpe en la historia para revelarnos que la humanidad no es un barco a la deriva en el mar de un eterno retorno, sino que tiene un principio y un final. "Hágase La Luz, y La Luz se hizo", dice el relato de la Creación. Es Dios que irrumpe la nada monótona del caos inicial para poblar un universo de color, de maravillas y sorpresas. Por eso un día, viendo a su pueblo Israel vivir en el ciclo mortal de la corrupción y la idolatría, se manifestó en la historia prometiendo la llegada de un rey -Jesucristo- que implantaría la justicia y el derecho.
Estamos viendo señales espantosas en el sol, en la luna y las estrellas. El mal y la confusión se perciben en el ambiente social y familiar; el imperio de la pornografía extiende sus tentáculos a través de internet; las drogas son una puerta de escape que abren cada vez más personas; las rupturas familiares estremecen los hogares; las nuevas generaciones se muestran rebeldes a los padres y los escándalos sacerdotales han llenado a la Iglesia de amargura. Los astros se conmueven. ¿Hacia dónde va el mundo?, se preguntan con miedo muchos corazones.
El miedo y la confusión es para quienes Dios está ausente. Para los hijos de la Iglesia el mensaje de la venida del Señor es de esperanza: "Entonces vendrán venir al Hijo del hombre sobre las nubes del cielo". La irrupción de Dios en nuestra vida quiere hacer de nosotros una nueva creación, porque donde Dios interviene ahí hay novedad y sorpresas. Sólo con Dios en la vida podemos ser sacerdotes distintos, amas de casa distintas, políticos y funcionarios públicos distintos, médicos, abogados y obreros de maquiladora distintos, estudiantes y pensionados distintos.
Adviento nos invita a dejar a Jesús romper nuestros ciclos, desde la monotonía de una vida que no encuentra su sentido, hasta los ciclos de pecado, horror y muerte en que nos hayamos metido. Abramos el corazón a Jesús para hacerlo nuestro amigo y nuestro médico, y finalmente recibirlo, sin temor, como el juez de la propia vida y de la historia.
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