Ser parte de la organización del Rosario Viviente 2018 me ha permitido ver, una vez más, la fuerza y el entusiasmo de los laicos en la evangelización. El tiempo invertido en la planeación y organización del evento se ha convertido en un motivo grande para dar gracias a Dios por la pujante Iglesia de Ciudad Juárez de la que formamos parte los sacerdotes, el obispo, los religiosos y laicos. Tanta generosidad y sacrificio en horas de servicio, así como en donativos en especie, me hacen descubrir la presencia de Jesús que dice “El que quiera ser grande, que se haga servidor de ustedes; y el que quiera ser el primero, que se haga servidor de todos”. Es emocionante y conmovedor entrever, entre tantos fieles comprometidos en el servicio, la presencia del Hijo del hombre “que no vino a ser servido sino a servir y a dar su vida como rescate por una multitud”.
Además del Rosario Viviente, a través de los festejos de los 350 años de la Misión de Guadalupe, he podido contemplar el heroísmo de nuestros antepasados, que en 1668 consagraron este templo, el cual es hoy la piedra angular de la región Paso del Norte, conformada por Ciudad Juárez, El Paso Texas y Las Cruces Nuevo Mexico. Fray García de san Francisco y los primeros frailes franciscanos, lejos de buscar los primeros puestos, bebieron del cáliz del Señor y recibieron su bautismo. Los mártires de nuestra región asesinados durante las rebeliones de los indios, así como las crisis y resurgimientos que ha tenido nuestra ciudad, expresan el itinerario de muerte y resurrección que ha tenido su historia. En medio de 350 años, la Misión de Guadalupe permanece como un signo de la presencia silenciosa de la Iglesia que sirve y contagia la esperanza sobrenatural.
A los sacerdotes, religiosos y laicos que integramos la Iglesia de Ciudad Juárez, el Señor nos sigue preguntando: “¿Podrán beber el cáliz?” Se necesita dar una respuesta generosa y audaz como la de Santiago y Juan: “Sí podemos”.
Además del Rosario Viviente, a través de los festejos de los 350 años de la Misión de Guadalupe, he podido contemplar el heroísmo de nuestros antepasados, que en 1668 consagraron este templo, el cual es hoy la piedra angular de la región Paso del Norte, conformada por Ciudad Juárez, El Paso Texas y Las Cruces Nuevo Mexico. Fray García de san Francisco y los primeros frailes franciscanos, lejos de buscar los primeros puestos, bebieron del cáliz del Señor y recibieron su bautismo. Los mártires de nuestra región asesinados durante las rebeliones de los indios, así como las crisis y resurgimientos que ha tenido nuestra ciudad, expresan el itinerario de muerte y resurrección que ha tenido su historia. En medio de 350 años, la Misión de Guadalupe permanece como un signo de la presencia silenciosa de la Iglesia que sirve y contagia la esperanza sobrenatural.
A los sacerdotes, religiosos y laicos que integramos la Iglesia de Ciudad Juárez, el Señor nos sigue preguntando: “¿Podrán beber el cáliz?” Se necesita dar una respuesta generosa y audaz como la de Santiago y Juan: “Sí podemos”.
Este domingo es el Domingo Mundial de las Misiones. Los católicos de esta región, históricamente recibimos el catolicismo de los frailes franciscanos y estamos ligados a la Misión de Guadalupe por ser la iglesia madre de todas las parroquias. Celebrar 350 años de la consagración de la Misión no es sólo recordar al edificio más antiguo de la ciudad, sino agradecer a Dios por la inmensa labor que el Espíritu Santo ha realizado aquí a través de la evangelización. Pero es también renovar nuestra vocación misionera que hemos recibido con el Bautismo. La violencia y la barbarie siempre es una amenaza que nos exigen a todos dar respuestas creativas, cada uno según su propia condición. Hay quienes se sienten llamados a ser misioneros en tierras lejanas; a otros Dios les invita al sacerdocio diocesano o a la vida religiosa; a la mayoría le pide misionar dentro de sus familias y, a todos, a orar y a ofrecer sacrificios por la misión que como Iglesia en Ciudad Juárez tenemos.
Las festividades de la Misión de Guadalupe nos enseñan a trabajar por crear una cultura del encuentro. Durante los eventos he podido conocer a personas que no son católicas, a católicos no practicantes, incluso a algunos ateos. Todos ellos han dado sus aportaciones porque la Misión de Guadalupe transmite un mensaje más allá de lo religioso. La Misión es un lugar de encuentro entre culturas, entre lo indígena y lo español, entre lo sacro y lo profano. Crear la cultura del encuentro es abrirnos a la enseñanza entre unos y otros, al diálogo, a la escucha respetuosa, al servicio a los necesitados, a la construcción de puentes entre los ricos y los pobres. En el encuentro con personas de diversos credos y condiciones la Iglesia no está para buscar posiciones de privilegio o para afirmar su dominio, sino para servir a todos e invitar a todos, con humildad y sencillez, al encuentro con Jesucristo.
Nunca nos cansemos de ser misioneros. Sigamos contagiando esperanza en nuestras familias, barrios y comunidades. Nos ha llamado el Señor para santificarnos y enviarnos a anunciar el Reino de Dios, a fin de que todos seamos su Pueblo santo. Sólo desde la misión podemos comprender el camino de la historia de la humanidad y dar sentido a nuestro ser en el mundo.
Las festividades de la Misión de Guadalupe nos enseñan a trabajar por crear una cultura del encuentro. Durante los eventos he podido conocer a personas que no son católicas, a católicos no practicantes, incluso a algunos ateos. Todos ellos han dado sus aportaciones porque la Misión de Guadalupe transmite un mensaje más allá de lo religioso. La Misión es un lugar de encuentro entre culturas, entre lo indígena y lo español, entre lo sacro y lo profano. Crear la cultura del encuentro es abrirnos a la enseñanza entre unos y otros, al diálogo, a la escucha respetuosa, al servicio a los necesitados, a la construcción de puentes entre los ricos y los pobres. En el encuentro con personas de diversos credos y condiciones la Iglesia no está para buscar posiciones de privilegio o para afirmar su dominio, sino para servir a todos e invitar a todos, con humildad y sencillez, al encuentro con Jesucristo.
Nunca nos cansemos de ser misioneros. Sigamos contagiando esperanza en nuestras familias, barrios y comunidades. Nos ha llamado el Señor para santificarnos y enviarnos a anunciar el Reino de Dios, a fin de que todos seamos su Pueblo santo. Sólo desde la misión podemos comprender el camino de la historia de la humanidad y dar sentido a nuestro ser en el mundo.
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