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Arraigo, amor e identidad

Se dice que los juarenses, por vivir en la frontera, carecemos de historia y de cultura. Dicen que nos falta arraigo e identidad. Eso es falso. Quienes conocemos un poco de los cuatro siglos de historia de la región Paso del Norte descubrimos que nuestro pasado es glorioso y muy digno de ser narrado. Si en algunos existe falta de amor a la propia tierra se debe, en buena parte, a la falta de conocimiento de su propia historia. Por eso es conveniente que la historia de Ciudad Juárez se cuente en temas a los grupos juveniles de nuestras parroquias, así también incluirla como materia de estudio en planteles escolares.

Esta semana el obispo José Guadalupe inauguró la muestra fotográfica “La Misión de Guadalupe, edificio ícono y representante de Ciudad Juárez”. La exposición está en el Instituto de Ciencias Sociales y Administración de la UACJ y consiste en 36 fotografías que muestran el paso del tiempo por el edificio más antiguo de la ciudad. Hemos también inaugurado una exposición urbana de fotografía en el atrio de la Catedral y de la Misión, para que locales y foráneos conozcan más nuestra historia. Esta muestra durará algunos meses para luego abrir otras exposiciones.

Los festejos por los 350 años de la Misión de Guadalupe --la Eucaristía, conferencias, mesas redondas, conciertos y muestras fotográficas--  tienen el propósito de contribuir para que los habitantes de Ciudad Juárez despertemos el amor, el arraigo y la identidad por nuestra región fronteriza. La contemplación del pasado debe inspirar nuestro presente y ayudarnos para heredar una mejor ciudad a las próximas generaciones.

El amor se despierta a través de la contemplación. Contemplar es conocer, es mirar atentamente un espacio, como en un templo, para descubrir lo divino. Un templo en medio del desierto, la única parroquia del norte de México y sur de Estados Unidos por más de 250 años, ¿qué nos dice hoy? Fray García de San Francisco y los primeros franciscanos que aquí habitaron, vieron un signo de los tiempos en tantas tribus indígenas que vivían en las riberas del Río Bravo, y así les ayudaron a organizar su vida según el Evangelio. La Misión de Guadalupe representó un lugar para vivir, orar, trabajar y hacerlo todo con la mirada puesta en Dios. Era un lugar que daba un orden humano y cristiano al mundo inhóspito de aquel tiempo. Era toda una escuela de humanidad y de vida cristiana entre las tribus bárbaras del norte, que no sólo trajo nuestra santa religión, sino que creó economía, urbanización y cultura.

Desde 1668 hasta 2018 han pasado 350 años y el mundo ha cambiado. Ciudad Juárez es hoy una urbe gigante de casi un millón y medio de habitantes. Nuestro modo de vivir, de pensar y de actuar puede hacernos creer que las cosas son muy distintas. Sin embargo no es así. Seguimos siendo hombres, siempre anhelantes de felicidad; hombres que aman, trabajan, luchan, lloran y sufren, y que buscan sentido para sus vidas. Tenemos las mismas necesidades fundamentales que los pobladores de Paso del Norte del siglo XVII.

En medio de una barbarie que ha tomado formas distintas, los juarenses queremos vivir con sabiduría, paz espiritual y santidad. La Misión de Guadalupe nos enseña cómo podemos buscar sinceramente a Dios, y cómo podemos organizar nuestra agitada vida con la mirada puesta en el Señor. Que el primer edificio histórico de la región nos siga llevando a colocar a Dios como el centro de nuestras vidas.

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