Porque ellos venden al justo por dinero y al pobre por un par de sandalias; pisotean sobre el polvo de la tierra la cabeza de los débiles y desvían el camino de los humildes; el hijo y el padre tienen relaciones con la misma joven, profanando así mi santo Nombre. (Amós 2, 7)
El profeta Amós ponía sobre aviso al pueblo de Israel: cuidado con olvidar a Dios. Muchas veces lo hizo. Vendió por dinero al pobre y al inocente. Permitió que el que nada tenía se revolcara en el polvo, y torció los procesos de los indigentes. Son palabras duras. Amós nos recuerda lo que Dios hizo por su pueblo, y cómo Israel pervirtió su libertad para olvidarle.
El pueblo de México ha vivido un hartazgo durante los últimos años. La corrupción, la violencia, la impunidad, la migración por falta de oportunidades han estado presentes en la vida de nuestra nación. Todo ello no es sino síntoma de que, por mucho tiempo, hemos olvidado a Dios. Hemos utilizado mal nuestra libertad. Hemos olvidado el precepto del amor. El pueblo de México estaba cansado de esa situación opresora.
Dios no nos hizo libres para que tomemos esos caminos de opresión y de pecado. ¿Se quedaría México ahí para siempre? ¿Sería posible otra realidad? Cansado de su situación, el pueblo mexicano votó el domingo 1 de julio por un nuevo gobierno. El triunfo de la coalición "Juntos Haremos Historia" nos dice que los mexicanos anhelan otra realidad fuera de la opresión de la corrupción y de la falta de oportunidades.
El gobierno electo de Andrés Manuel López Obrador promete la transformación de México, un nuevo hito en la historia del país. Por el respeto a nuestro sistema democrático y a la voluntad popular, hemos de sumarnos a este nuevo proyecto en todo lo que sea un bien para la nación.
Sin embargo, ante el nuevo panorama político, flota en el aire una pregunta: ¿sabremos utilizar nuestra libertad para crear caminos de justicia y de bienestar para todos? Hay que recordar que la libertad verdadera no es independizarnos de Dios y de sus leyes. Al contrario, la ley de Dios es la única que hace al hombre libre, y la que hace posible la convivencia armónica de la sociedad. Emancipándonos de la ley divina sólo seremos prisioneros del mal. Oremos para que el nuevo gobierno elegido por los mexicanos sea promotor de la libertad religiosa y trabaje en armonía con las leyes de Dios, que son leyes inscritas en el corazón del hombre.
“Maestro, te seguiré a donde quiera que vayas” (Mt 8, 19), dijo un escriba a Jesús de Nazaret. “Tú sígueme y deja que los muertos entierren a sus muertos”, respondió el Señor (Mt 8,22). Seguir a Jesús es nuestro camino de libertad. Él nos dirá por dónde deberemos conducirnos, en sus mandamientos y en su caridad. Así seremos libres. Estamos entrando a una nueva etapa en la historia de México, con nuevas fuerzas políticas. Nuestra misión irrenunciable como católicos es seguir a Jesús, sin importar el rumbo político que lleve el país. Quedarnos añorando tiempos pasados es inútil. Son tiempos muertos que ya no existen. Tendremos un nuevo gobierno y con él, no sólo habremos de convivir, sino de cooperar en todo lo que sea un bien para México.
Tengamos muy claro que la mejor contribución que podremos hacer para el bienestar de nuestra sociedad mexicana es la fidelidad a nuestro Maestro y Señor. El Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza, ni nosotros tampoco. A veces lo seguiremos por los caminos tranquilos de Galilea, otras veces en la agitada Jerusalén donde se encuentra el Monte Calvario. Izquierdas, centros y derechas, todos los regímenes políticos tienen luces y sombras. A los católicos nos toca acoger toda la luz y combatir las sombras.
En cualquier situación política en que nos encontremos, seamos como Santa Teresa de Calcuta, que vivía contemplando y sirviendo a Jesús. A cada moribundo que encontraba --porque no tenía dónde reclinar la cabeza--, lo acariciaba y lo sostenía en sus brazos. Sirviendo a los pobres materiales y espirituales, encontraremos a Dios y con ello daremos nuestra mejor aportación para que nuestro país sea una casa más digna para todos.
El profeta Amós ponía sobre aviso al pueblo de Israel: cuidado con olvidar a Dios. Muchas veces lo hizo. Vendió por dinero al pobre y al inocente. Permitió que el que nada tenía se revolcara en el polvo, y torció los procesos de los indigentes. Son palabras duras. Amós nos recuerda lo que Dios hizo por su pueblo, y cómo Israel pervirtió su libertad para olvidarle.
El pueblo de México ha vivido un hartazgo durante los últimos años. La corrupción, la violencia, la impunidad, la migración por falta de oportunidades han estado presentes en la vida de nuestra nación. Todo ello no es sino síntoma de que, por mucho tiempo, hemos olvidado a Dios. Hemos utilizado mal nuestra libertad. Hemos olvidado el precepto del amor. El pueblo de México estaba cansado de esa situación opresora.
Dios no nos hizo libres para que tomemos esos caminos de opresión y de pecado. ¿Se quedaría México ahí para siempre? ¿Sería posible otra realidad? Cansado de su situación, el pueblo mexicano votó el domingo 1 de julio por un nuevo gobierno. El triunfo de la coalición "Juntos Haremos Historia" nos dice que los mexicanos anhelan otra realidad fuera de la opresión de la corrupción y de la falta de oportunidades.
El gobierno electo de Andrés Manuel López Obrador promete la transformación de México, un nuevo hito en la historia del país. Por el respeto a nuestro sistema democrático y a la voluntad popular, hemos de sumarnos a este nuevo proyecto en todo lo que sea un bien para la nación.
Sin embargo, ante el nuevo panorama político, flota en el aire una pregunta: ¿sabremos utilizar nuestra libertad para crear caminos de justicia y de bienestar para todos? Hay que recordar que la libertad verdadera no es independizarnos de Dios y de sus leyes. Al contrario, la ley de Dios es la única que hace al hombre libre, y la que hace posible la convivencia armónica de la sociedad. Emancipándonos de la ley divina sólo seremos prisioneros del mal. Oremos para que el nuevo gobierno elegido por los mexicanos sea promotor de la libertad religiosa y trabaje en armonía con las leyes de Dios, que son leyes inscritas en el corazón del hombre.
“Maestro, te seguiré a donde quiera que vayas” (Mt 8, 19), dijo un escriba a Jesús de Nazaret. “Tú sígueme y deja que los muertos entierren a sus muertos”, respondió el Señor (Mt 8,22). Seguir a Jesús es nuestro camino de libertad. Él nos dirá por dónde deberemos conducirnos, en sus mandamientos y en su caridad. Así seremos libres. Estamos entrando a una nueva etapa en la historia de México, con nuevas fuerzas políticas. Nuestra misión irrenunciable como católicos es seguir a Jesús, sin importar el rumbo político que lleve el país. Quedarnos añorando tiempos pasados es inútil. Son tiempos muertos que ya no existen. Tendremos un nuevo gobierno y con él, no sólo habremos de convivir, sino de cooperar en todo lo que sea un bien para México.
Tengamos muy claro que la mejor contribución que podremos hacer para el bienestar de nuestra sociedad mexicana es la fidelidad a nuestro Maestro y Señor. El Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza, ni nosotros tampoco. A veces lo seguiremos por los caminos tranquilos de Galilea, otras veces en la agitada Jerusalén donde se encuentra el Monte Calvario. Izquierdas, centros y derechas, todos los regímenes políticos tienen luces y sombras. A los católicos nos toca acoger toda la luz y combatir las sombras.
En cualquier situación política en que nos encontremos, seamos como Santa Teresa de Calcuta, que vivía contemplando y sirviendo a Jesús. A cada moribundo que encontraba --porque no tenía dónde reclinar la cabeza--, lo acariciaba y lo sostenía en sus brazos. Sirviendo a los pobres materiales y espirituales, encontraremos a Dios y con ello daremos nuestra mejor aportación para que nuestro país sea una casa más digna para todos.
Dios nos fortalezca como individuos y como sociedad
ResponderBorrarAsí es, Carlos. Gracias por su comentario.
BorrarPara reflexionar!!!
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