Hace 50 años el mundo esperaba una señal de la Iglesia. Ocho años antes, en 1960 había aparecido la píldora anticonceptiva en el mercado. Las comunidades protestantes, con la Conferencia de Lamberth, se habían abierto oficialmente a practicar la anticoncepción. El mundo católico empezó a reclamar mayor apertura del Magisterio en este tema, y así los papas Juan XXIII y después Pablo VI conformaron la Comisión Pontifica sobre el Control Natal. La mayoría de los miembros de esta comisión sugerían al papa que considerara los métodos artificiales de control natal como moralmente aceptables. La minoría, en cambio, aconsejaba al papa no cambiar la enseñanza tradicional de la Iglesia.
Los escribas y fariseos dijeron a Jesús: “Maestro, te pedimos que nos hagas ver una señal”. Pedían un signo que se adaptase al gusto de ellos para creer en Jesús y adorarlo como Dios. Y Jesús les dio una respuesta que no acabaron de entender: “Esta generación malvada y adúltera reclama un signo, pero no se le dará otro que el del profeta Jonás” (Lc 11, 30). Así el mundo católico, contaminado de las doctrinas del mundo, pedía la señal de la apertura de la Iglesia a la anticoncepción. “Que la Iglesia se adapte a la ciencia y a la modernidad”, era el reclamo generalizado.
Vino la señal de Jonás: Pablo VI publicó el 25 de julio de 1968 la encíclica Humanae Vitae, en la que mantenía la postura de la Iglesia durante dos mil años, que condenaba la anticoncepción. El mundo se rasgó las vestiduras. El escándalo y las críticas hacia el papa no se hicieron esperar. Nadie entendía el signo de Jonás que Dios daba al mundo a través del siervo de sus siervos, el sucesor de san Pedro.
Los escribas y fariseos dijeron a Jesús: “Maestro, te pedimos que nos hagas ver una señal”. Pedían un signo que se adaptase al gusto de ellos para creer en Jesús y adorarlo como Dios. Y Jesús les dio una respuesta que no acabaron de entender: “Esta generación malvada y adúltera reclama un signo, pero no se le dará otro que el del profeta Jonás” (Lc 11, 30). Así el mundo católico, contaminado de las doctrinas del mundo, pedía la señal de la apertura de la Iglesia a la anticoncepción. “Que la Iglesia se adapte a la ciencia y a la modernidad”, era el reclamo generalizado.
Vino la señal de Jonás: Pablo VI publicó el 25 de julio de 1968 la encíclica Humanae Vitae, en la que mantenía la postura de la Iglesia durante dos mil años, que condenaba la anticoncepción. El mundo se rasgó las vestiduras. El escándalo y las críticas hacia el papa no se hicieron esperar. Nadie entendía el signo de Jonás que Dios daba al mundo a través del siervo de sus siervos, el sucesor de san Pedro.
“Porque así como Jonás estuvo tres días y tres noches en el vientre del pez, así estará el Hijo del hombre en el seno de la tierra tres días y tres noches”. La gran señal de Dios para el mundo ha sido y siempre será la entrega de su Hijo muerto en la Cruz. “Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo unigénito, para que todo el que crea en él tenga vida eterna” (Jn 3,16). Jesucristo muerto y resucitado es el signo supremo de la Revelación del amor de Dios al mundo.
Humanae Vitae no es sino una expresión de ese gran signo de Cristo muerto y resucitado por nuestra salvación. Es una señal de Jonás para la humanidad en nuestros tiempos actuales. La primera gran enseñanza de la encíclica nos describe el amor conyugal, cómo debe ser el amor de los esposos: un amor que es total, humano, fiel y exclusivo, y fecundo. Así es también el amor de Cristo Esposo por su Iglesia esposa.
La segunda enseñanza es la invitación a la apertura de los matrimonios a la fecundidad. ¿Cuántos hijos debe tener cada pareja? La respuesta del Magisterio es “todos los que puedan”, lo que no significa llenarse de hijos irresponsablemente, sino poner en práctica los principios de la procreación responsable. Es decir, los matrimonios están llamados a ser generosos para procrear, pero deben hacerlo en el conocimiento y respeto a los procesos biológicos del cuerpo humano; en el ejercicio de la virtud del dominio sobre los instintos y las pasiones; en la evaluación de las condiciones físicas, psicológicas y sociales para tomar la decisión de procrear o evitar un embarazo; y en el respeto el orden moral objetivo establecido por Dios.
La tercera enseñanza fundamental de Humanae vitae es la descripción de la naturaleza y fin del acto conyugal, el cual tiene dos dimensiones inseparables: unión y procreación. El acto sexual es para unir en amor a los esposos, y para procrear a los hijos. Salvaguardando los dos aspectos es como el acto conyugal se vive en su verdad. Utilizar el acto conyugal de otra manera, dice el papa, es contrario a la voluntad y al plan de Dios. Un matrimonio que vive su vida íntima en el respeto a las verdades de la encíclica, y que sabe tomar su cruz, es reflejo del amor de Cristo por su Esposa, signo y profecía de uno para el otro, y para la comunidad de la Iglesia.
Jesús habla de “esta generación malvada y adúltera” que no entiende los signos de Dios (Lc 11,29). Pablo VI hizo varias profecías que hoy se han ido cumpliendo: la pérdida del respeto a la mujer sin preocuparse de su equilibrio físico y psicológico, considerada como instrumento de goce egoísta; el disparo del adulterio entre esposos; y la intromisión de los gobiernos en la vida matrimonial para hacerles utilizar los métodos anticonceptivos que se consideran más eficaces, hasta llegar a tratar de imponer el aborto legal. Pablo VI no imaginó que llegarían también los años en que, por la puesta en práctica de una mentalidad anticonceptiva, algunos países europeos se convertirían en países de adultos mayores, con serios peligros de ser poblaciones en extinción.
Nosotros no queremos ser parte de la generación malvada y adúltera que denuncia Jesús en el Evangelio. No queremos ser condenados por los hombres de Nínive ni juzgados por la reina del sur (Lc 11, 32). ¡Qué desafío tan grande tenemos, entonces, en nuestra generación! Educarnos y educar en el amor verdadero, en la virtud de la castidad, en la promoción y defensa de la vida humana, convencidos de que el hombre no puede encontrar su felicidad verdadera fuera del respeto a las leyes grabadas por Dios en su naturaleza.
Pidamos al Señor en nuestra oración saber acoger con gratitud, amor y respeto la sabiduría de Humanae Vitae, señal luminosa en la oscuridad de nuestro tiempo.
(Homilía con grupos pro vida, celebrando los 50 años de la Humanae Vitae, parroquia El Señor de la Misericordia)
Humanae Vitae no es sino una expresión de ese gran signo de Cristo muerto y resucitado por nuestra salvación. Es una señal de Jonás para la humanidad en nuestros tiempos actuales. La primera gran enseñanza de la encíclica nos describe el amor conyugal, cómo debe ser el amor de los esposos: un amor que es total, humano, fiel y exclusivo, y fecundo. Así es también el amor de Cristo Esposo por su Iglesia esposa.
La segunda enseñanza es la invitación a la apertura de los matrimonios a la fecundidad. ¿Cuántos hijos debe tener cada pareja? La respuesta del Magisterio es “todos los que puedan”, lo que no significa llenarse de hijos irresponsablemente, sino poner en práctica los principios de la procreación responsable. Es decir, los matrimonios están llamados a ser generosos para procrear, pero deben hacerlo en el conocimiento y respeto a los procesos biológicos del cuerpo humano; en el ejercicio de la virtud del dominio sobre los instintos y las pasiones; en la evaluación de las condiciones físicas, psicológicas y sociales para tomar la decisión de procrear o evitar un embarazo; y en el respeto el orden moral objetivo establecido por Dios.
La tercera enseñanza fundamental de Humanae vitae es la descripción de la naturaleza y fin del acto conyugal, el cual tiene dos dimensiones inseparables: unión y procreación. El acto sexual es para unir en amor a los esposos, y para procrear a los hijos. Salvaguardando los dos aspectos es como el acto conyugal se vive en su verdad. Utilizar el acto conyugal de otra manera, dice el papa, es contrario a la voluntad y al plan de Dios. Un matrimonio que vive su vida íntima en el respeto a las verdades de la encíclica, y que sabe tomar su cruz, es reflejo del amor de Cristo por su Esposa, signo y profecía de uno para el otro, y para la comunidad de la Iglesia.
Jesús habla de “esta generación malvada y adúltera” que no entiende los signos de Dios (Lc 11,29). Pablo VI hizo varias profecías que hoy se han ido cumpliendo: la pérdida del respeto a la mujer sin preocuparse de su equilibrio físico y psicológico, considerada como instrumento de goce egoísta; el disparo del adulterio entre esposos; y la intromisión de los gobiernos en la vida matrimonial para hacerles utilizar los métodos anticonceptivos que se consideran más eficaces, hasta llegar a tratar de imponer el aborto legal. Pablo VI no imaginó que llegarían también los años en que, por la puesta en práctica de una mentalidad anticonceptiva, algunos países europeos se convertirían en países de adultos mayores, con serios peligros de ser poblaciones en extinción.
Nosotros no queremos ser parte de la generación malvada y adúltera que denuncia Jesús en el Evangelio. No queremos ser condenados por los hombres de Nínive ni juzgados por la reina del sur (Lc 11, 32). ¡Qué desafío tan grande tenemos, entonces, en nuestra generación! Educarnos y educar en el amor verdadero, en la virtud de la castidad, en la promoción y defensa de la vida humana, convencidos de que el hombre no puede encontrar su felicidad verdadera fuera del respeto a las leyes grabadas por Dios en su naturaleza.
Pidamos al Señor en nuestra oración saber acoger con gratitud, amor y respeto la sabiduría de Humanae Vitae, señal luminosa en la oscuridad de nuestro tiempo.
(Homilía con grupos pro vida, celebrando los 50 años de la Humanae Vitae, parroquia El Señor de la Misericordia)
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