La pregunta: Hola padre, qué tal, tengo una pregunta: ¿durante cuánto tiempo el sacramento de la confesión nos mantiene en gracia, apoyados por la oración del “Yo confieso” de la misa? Para que se entienda lo que quiero explicar pondré mi ejemplo. Yo me confieso, en promedio, cada tres semanas, sin embargo cometo pecados por “inercia” durante ese período; es decir, no lo hago con intención de hacer algo malo, y estos pecados son por lo general pensamientos de soberbia, mencionar el nombre de Dios en frases comunes como son “ni lo mande Dios” durante conversaciones mundanas. Son pequeños detalles que al hacerlos, siento un espinita en el corazón al instante, señal de que no lo debí haber dicho o hecho. También tengo actitudes de enfado cuando sucede alguna injusticia. No reacciono de manera violenta nunca, tampoco insulto, pero sí me da mucho coraje y pienso cosas malas. ¿Eso me quita la gracia para comulgar? Gracias padre, un abrazo, ¡paz y bien!
Padre Hayen: gracias por tu pregunta, que me parece importante. Para responderte, primero te recuerdo que existen dos clases de pecado: el mortal y el venial. Mientras que el pecado mortal destruye nuestra comunión de amor que tenemos con Dios y con nuestros hermanos, el pecado venial nos mancha pero sin romper la unión que tenemos con Dios. Como católicos estamos llamados a detestar todo tipo de pecado, aún el venial.
Existen dos clases de pecado venial. Una es el pecado venial deliberado, es decir, aquellas ocasiones en las que tenemos conciencia de que traicionamos el amor de Dios y aún así preferimos darnos un pequeño gusto o placer egoísta. Por ejemplo el hacer juicios temerarios a las personas, caer en la murmuración, seguir cultivando los resentimientos o hacer comentarios críticos contra alguien durante su ausencia. Son actitudes que, de alguna manera, nos sujetan a nuestras pasiones y no nos dejan vivir plenamente en el amor de Dios. Esta clase de pecado, aunque no destruye nuestra comunión con Dios, sí se vuelve un serio obstáculo para nuestro progreso espiritual.
La otra clase de pecado venial es el que se comete por sorpresa, por fragilidad o por falta de vigilancia. A esta clase pertenecen las faltas a las que haces referencia en tu pregunta. Por nuestra condición humana tan frágil, es casi imposible no caer en este tipo de faltas. Si estás preocupado(a) por no cometer estas faltas, esto quiere decir que has desarrollado una conciencia muy fina en tu relación con el Señor. Evidentemente decir “ni lo mande Dios” no es ningún pecado grave, sino una fragilidad para alguien que tiene mucho respeto por la santidad del nombre de Dios. Esto no lo entenderá alguien de conciencia muy laxa, sino sólo aquellos que van más avanzados en su camino interior.
Esas pequeñas faltas o imperfecciones de ninguna manera te impiden comulgar. Únicamente lo hace el pecado mortal, y esta clase de pecado exige ir al sacramento de la Confesión. Aunque no tengas pecados mortales, te aconsejo que sigas confesándote con frecuencia. Dices que vas al confesionario cada tres semanas, y esto está bien. Te repito: no importa que confieses sólo pecados veniales o imperfecciones. Eso te mantendrá viviendo en la gracia de Dios y te prevendrá de caídas más graves. Hay muchas personas que, sin tener pecado mortal, van al sacramento a decir sólo sus pecados veniales, porque el sacramento de la Reconciliación no sólo es un remedio para que Dios perdone el pecado, sino que otorga fortaleza para no pecar.
Nunca te conformes con no pecar mortalmente, sino que aspira a la santidad dejando que la gracia de Dios te lleve cada vez más adelante en tu unión con el Señor.
Padre Hayen: gracias por tu pregunta, que me parece importante. Para responderte, primero te recuerdo que existen dos clases de pecado: el mortal y el venial. Mientras que el pecado mortal destruye nuestra comunión de amor que tenemos con Dios y con nuestros hermanos, el pecado venial nos mancha pero sin romper la unión que tenemos con Dios. Como católicos estamos llamados a detestar todo tipo de pecado, aún el venial.
Existen dos clases de pecado venial. Una es el pecado venial deliberado, es decir, aquellas ocasiones en las que tenemos conciencia de que traicionamos el amor de Dios y aún así preferimos darnos un pequeño gusto o placer egoísta. Por ejemplo el hacer juicios temerarios a las personas, caer en la murmuración, seguir cultivando los resentimientos o hacer comentarios críticos contra alguien durante su ausencia. Son actitudes que, de alguna manera, nos sujetan a nuestras pasiones y no nos dejan vivir plenamente en el amor de Dios. Esta clase de pecado, aunque no destruye nuestra comunión con Dios, sí se vuelve un serio obstáculo para nuestro progreso espiritual.
La otra clase de pecado venial es el que se comete por sorpresa, por fragilidad o por falta de vigilancia. A esta clase pertenecen las faltas a las que haces referencia en tu pregunta. Por nuestra condición humana tan frágil, es casi imposible no caer en este tipo de faltas. Si estás preocupado(a) por no cometer estas faltas, esto quiere decir que has desarrollado una conciencia muy fina en tu relación con el Señor. Evidentemente decir “ni lo mande Dios” no es ningún pecado grave, sino una fragilidad para alguien que tiene mucho respeto por la santidad del nombre de Dios. Esto no lo entenderá alguien de conciencia muy laxa, sino sólo aquellos que van más avanzados en su camino interior.
Esas pequeñas faltas o imperfecciones de ninguna manera te impiden comulgar. Únicamente lo hace el pecado mortal, y esta clase de pecado exige ir al sacramento de la Confesión. Aunque no tengas pecados mortales, te aconsejo que sigas confesándote con frecuencia. Dices que vas al confesionario cada tres semanas, y esto está bien. Te repito: no importa que confieses sólo pecados veniales o imperfecciones. Eso te mantendrá viviendo en la gracia de Dios y te prevendrá de caídas más graves. Hay muchas personas que, sin tener pecado mortal, van al sacramento a decir sólo sus pecados veniales, porque el sacramento de la Reconciliación no sólo es un remedio para que Dios perdone el pecado, sino que otorga fortaleza para no pecar.
Nunca te conformes con no pecar mortalmente, sino que aspira a la santidad dejando que la gracia de Dios te lleve cada vez más adelante en tu unión con el Señor.
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