lunes, 7 de noviembre de 2016

Entierro del padre Cuco Montoya

Hoy enterramos al padre Cuco Montoya. Fue una ceremonia sencilla pero rica en símbolos que me llenaron el corazón de serenidad y esperanza. Su ataúd fue revestido con la estola y la casulla que llevan los sacerdotes, como signo del sacerdocio eterno del que Cristo Jesús participa a aquellos que ha llamado a ser ministros de su Evangelio. Me emocionó particularmente la entonación de las letanías de los santos, invocando la intercesión de la Iglesia de la gloria, el Cuerpo Místico de Cristo. El misterio de la Comunión de los Santos es una maravillosa unidad de bienes espirituales y oraciones de la que nos beneficiamos todos los bautizados gracias a los méritos de Jesucristo. En el cementerio no estábamos solamente un grupo de 40 o 50 personas; ahí estaba toda la Iglesia acompañando a un alma hacia su encuentro con el Señor. El obispo bendijo la tumba y así devolvimos su cuerpo a la tierra de donde fue formado, con el símbolo del puño de tierra sobre el féretro. Y, por supuesto, cantamos aquellos versos de "Yo lo resucitaré". Duerme el padre Montoya en la serenidad de un camposanto, un lugar bendecido por la Iglesia para que ahí reposen los cuerpos, esperando la Resurrección del último día.

Antes de su sepultura, su cuerpo fue revestido con las vestiduras propias del sacerdote, fue colocado en el ataúd, rociado con agua bendita y perfumado con incienso. ¡Qué dignidad tan alta tiene nuestro cuerpo!; es parte integral de nuestra persona, vehículo con la que fue creada el alma e instrumento del que se sirvió el Espíritu Santo para hacer innumerables obras buenas. ¡Qué amor, qué compasión y respeto les guardamos los católicos a los cuerpos de los difuntos, depositándolos en los cementerios! No me explico que haya cristianos que no quieran participar de estos signos tan bellos y tan esperanzadores, y prefieran que sus cenizas sean arrojadas al mar o sean esparcidas en el bosque. Tampoco entiendo cómo alguien se quiere apropiar del cuerpo de su difunto como si fuera de su propiedad, almacenando las cenizas en casa. Hacer el viaje hacia el cementerio es, de alguna manera, signo de que entregamos a nuestros difuntos a la dimensión del Viviente, del Alfa y de la Omega, de Aquel que tiene las llaves de la muerte y del hades. Descanse en paz José Refugio Montoya, sacerdote de Jesucristo, hasta que venga tu Señor a revestirte de su inmortalidad y su gloria.


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