Cuando me cambiaron de la parroquia La Divina Providencia a la Catedral, y al padre Montoya lo hicieron párroco de La Divina Providencia, lo invité a compartir la mesa para el desayuno y la comida, y así lo hicimos durante dos años en la casa donde yo vivía. Las cosas no estaban fáciles para los dos, puesto que había tensiones en la comunidad parroquial que le habían asignado. Sin embargo siempre hubo amistad, cordialidad, prudencia y respeto por parte de ambos para no tocar temas relacionados con la parroquia que nos unía. Compartimos juntos el pan, en franca fraternidad sacerdotal, sin tener roces de ninguna clase.
Recordaré siempre que, al terminar de comer, el padre Cuco aprovechaba el tema de conversación en la sobremesa para elaborar espontáneamente un 'coloquio' con Nuestro Señor, bastante inspirado, para dar gracias por los alimentos compartidos.
Admiré siempre su soltura para hablar, sin respetos humanos, de Jesucristo y de las verdades de nuestra fe. Dios le conceda al padre Montoya gozar hoy de la alegría en la mesa de la casa del Padre, donde seguramente habrá manjares más sustanciosos que donas azucaradas, y en la que no será necesario aderezar platos con mayonesa.
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