Muchos cristianos guardan las cenizas de sus seres queridos difuntos en sus hogares. Otros las dividen para repartirlas entre los familiares y hay quienes las esparcen en el desierto o en el mar. Espero yo nunca cometer ese error. Mucho menos quisiera hacer con las cenizas de un ser querido una especie de gema para colgármela al cuello. No quiero hacerlo porque confío en la sabiduría de la Iglesia, quien ha hecho explícita su prohibición en el recién publicado documento ‘Ad resurgendum cum Christo’, avalado por el papa Francisco. Los católicos tenemos un sentido preciso de la vida y de la muerte. Vinimos al mundo salidos de las manos de Dios, y saldremos de este mundo para vivir perpetuamente con el Señor. Como cristianos no podemos aferrarnos a quienes ya murieron. Nuestro amor por nuestros familiares y amigos difuntos ha de ser grande y por eso, con frecuencia, elevamos nuestra oración a Dios por su eterno descanso. Pero no debemos de obsesionarnos con ellos. No somos dueños d...
Vida católica: frontera México-Estados Unidos