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De los moteles a la vida cristiana

Los últimos serán los primeros y los primeros, los últimos. (Jesús de Nazaret)


Nadie creería que una persona que se ha dedicado a la prostitución ofreciendo servicios sexuales a parejas pudiera ser hoy un hombre de Dios. Sin embargo, lo es. Si algunas personas de Iglesia hubieran conocido las andanzas de Adrián –omito su nombre real–, hace algunos años, en moteles, clubes de estriptís y salas de masaje, muy probablemente lo habrían despreciado por encontrarse a muchos kilómetros del reino de Dios; o lo tendrían como una persona consumida por la lujuria, un depravado en el que difícilmente habría posibilidad de recuperación.

¿Qué tiene que suceder en esas vidas que fácilmente etiquetamos como "perdidas" para que no sólo abandonen ciertas conductas destructivas sino para que enderecen su existencia y adelanten a muchos en los caminos del reino de Dios? "Tocar fondo" es una expresión muy utilizada para indicar esos abismos del mal a los que podemos descender, viendo cómo nuestra vida se destruye. Tocar fondo es bajar por esa cavidad oscura hasta llegar a ver las puertas del infierno. Adrián llegó a tocar fondo.

Todo comenzó cuando se aficionó, desde adolescente, a ver revistas y películas porno. Con esa afición sus ojos se fueron oscureciendo. Dejó de ver en las personas esa belleza espiritual con que Dios las creó y, en cambio, comenzó a darles un trato únicamente de objetos de consumo de "úsese y tírese". En sus correrías sexuales jamás le importó si aquellas mujeres tenían pensamientos o sentimientos. Nunca pasaba por su cabeza si ellas eran hijas de alguien, esposas o madres. Sólo sabía que ellas estaban ahí para su placer, para utilizarlas un rato y abandonarlas después. Su egoísmo se hizo extremo.

A través a través de sitios web para encontrar parejas sexuales lo llamaban a su teléfono celular y él acudía puntual a las citas para pasar un rato de diversión sin compromisos. El vicio llenaba su cabeza. Pensar en alguna aventura o desear ver porno durante horas era como escuchar el llamado de las sirenas, esos seres mitológicos que desde el fondo del mar llamaban a los marineros, y éstos acudían para encontrar en ellas solamente su destrucción.

En el fondo de su alma no era feliz. Después de sus encuentros fugitivos o de pasar largo tiempo viendo porno experimentaba un extraño vacío interior. Había un sentimiento de culpa y vergüenza, sobre todo cuando se involucraba en actos muy degradantes y peligrosos. En lo profundo de su corazón trataba de aliviar un dolor emocional y una soledad que llevaba en su interior. No obstante, su camino hacia la luz inició desde que se atrevió a hablar con una persona que pudo escucharlo y ofrecerle ayuda incondicional.

Hoy Adrián camina hacia adelante en su purificación. Aunque su vicio trajo como consecuencia la pérdida de su matrimonio y familia, él está trabajando en un programa de restauración que le permita ser un hombre nuevo. Ha abandonado la pornografía y su vida pasada de encuentros sexuales casuales. Está decidido a transformar su visión de la sexualidad y así luchar para recuperar a su esposa y a sus hijos. La oración, la meditación, los sacramentos y la escucha de la Palabra divina lo han ido convirtiendo en un hombre de Dios, comprometido con la Iglesia. 

La familia de Adrián no puede creer lo que sus ojos ven ahora. Ellos, que siempre han sido católicos sin mucha convicción ni práctica, están siendo testigos de que aquel de los suyos que parecía más extraviado, ahora se les ha adelantado en el Reino de Dios. Ellos están descubriendo que la religión no es un mero adorno, sino que es una fuerza que transforma toda la vida. Si el Señor pudo hacer que Lázaro resucitara de entre los muertos, ¿no podrá lograr que alguien deje su adicción a la pornografía y al sexo destructivo, y restaure toda su vida? Tiene razón Jesucristo. Los últimos serán los primeros y los primeros, los últimos.

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