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El Covid y la muerte de san Benito


Para enfrentar la pandemia de Covid-19 los católicos tenemos preciosos recursos espirituales, como son la intercesión de los santos, la imitación de sus virtudes y el aprendizaje de sus enseñanzas. En los santos Dios manifiesta su gracia que sana y salva. La vida de san Benito Abad, padre de la vida monástica en Occidente, quien vivió en Italia entre los siglos V y VI, nos enseña cómo podemos enfrentar más sabiamente –y con más frutos espirituales– este tiempo de crisis de salud por el que atraviesa la humanidad.

El Covid-19 ha puesto en nuestra mente la perspectiva de la muerte. Es raro que alguien, a seis meses de la presencia del coronavirus en el mundo, no haya perdido algún ser querido, amigo o conocido. Esto nos dice que somos frágiles y que nadie tiene asegurada una larga vida. Es un hecho que podemos morir en cualquier momento. Mors certa, sed hora incerta, decían los antiguos romanos. A la pregunta de si estamos preparados, contemplar la muerte de san Benito puede ser de gran inspiración.

San Gregorio Magno en sus Diálogos relata que san Benito anunció con antelación a sus hermanos el día de su propia muerte. "Seis días antes de su muerte –narra el libro– mandó abrir su sepultura. Muy pronto, atacado por unas fiebres, comenzó a fatigarse con su ardor violento. Como la enfermedad se agravaba de día en día, al sexto se hizo llevar por sus discípulos al oratorio y allí se fortaleció para la salida de este mundo con la recepción del Cuerpo y la Sangre del Señor; y apoyando sus débiles miembros en manos de sus discípulos, permaneció de pie con las manos levantadas al cielo, y exhaló el último aliento entre palabras de oración".

San Benito supo integrar la enfermedad y la muerte como parte de su propia vida. Una enfermedad no era para él algo que no debería haber acontecido, ni mucho menos era un castigo. Así el Covid-19, lejos de ser una maldición o un fatalismo, es una oportunidad para que los cristianos nos configuremos con Jesucristo en sus padecimientos. La apertura de los templos con un aforo de 30 por ciento ya nos acerca a la Eucaristía para participar del misterio de la muerte y resurrección de Cristo.

San Benito en su Regla habla del ideal de morir en el oratorio rezando. El oratorio es el sitio donde los monjes hacen la profesión de sus votos perpetuos y, junto con su propia celda, conforman el espacio donde gran parte de su vida han librado el combate de la oración. Hoy en nuestras ciudades y pueblos hay enfermos que, antes de entrar a una cirugía o después de recibir la noticia de una grave enfermedad, acuden al templo para participar de la Eucaristía, orar ante el Sagrario, o buscan al sacerdote y solicitan el sacramento de la Confesión y la santa Unción. De nuestros templos brota la fuente sanadora de la gracia. ¡Qué mejor fortaleza espiritual!

San Benito pedía que el momento de la muerte del monje fuera acompañado de sus hermanos de monasterio. Un aspecto muy doloroso de la pandemia de Covid ha sido el deceso de tantos hermanos en los hospitales, lejos de sus seres queridos y con las máquinas como únicas testigos. Si bien los sanatorios y clínicas son una bendición porque ahí se pueden salvar las vidas de tantos enfermos, también es cierto que son lugares con escaso calor humano. A juicio mío, el mejor lugar para salir de este mundo y entrar en la eternidad es el propio hogar, con la compañía de quienes nos ayudaron a construir nuestra propia vida.

Vivir la enfermedad como una ofrenda a Dios y prepararnos para partir con amor en el momento en que Dios lo disponga, es fruto del Espíritu Santo que obra en nosotros. San Benito así lo vivió y, como fruto de su santidad personal, el Señor le concedió poderes taumatúrgicos en bien de su Iglesia. El santo abad curó con su oración a un joven monje que había sido aplastado por una pared derrumbada; curó, además, a un leproso y resucitó al hijo de un campesino. Incluso una mujer totalmente perturbada de su mente, después de pasar la noche en la cueva donde vivió san Benito, al día siguiente salió completamente sana de juicio como si nunca hubiera estado loca, y así conservó su salud mental toda su vida.

Hemos de seguir orando por el fin de la pandemia, como luchamos naturalmente contra cualquier enfermedad. Sin embargo también hemos de aprender a convivir con este y con cualquier otro mal que pueda afligirnos. Llevar el peso de la Cruz de Cristo es parte de nuestro paso por la vida y, cargado el madero con amor, nos configura con el Señor, acercándonos al misterio de su muerte. Así Cristo nos abre el paso hacia la gloria de la vida última y definitiva.

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