sábado, 21 de septiembre de 2019

AMLO masón

Durante la ceremonia del Grito de Independencia el presidente López Obrador, entre sus 20 vivas, dijo una que levantó polvareda: "¡viva la gran fraternidad universal!". Quienes conocemos un poco de historia sabemos que la gran fraternidad universal es una de las máximas de la masonería, esa sociedad secreta que existe desde el siglo XVIII. Después de la ceremonia en Palacio Nacional, muchos que conocen la presencia de la masonería en la política, y que no comulgan con ella, se sintieron indignados porque el presidente indujo al pueblo a corear "¡Viva!". Fue como si el pueblo dijera también "viva la masonería".

Imagínese usted si el presidente hubiera incluido en uno de sus gritos "Viva la Virgen de Guadalupe", tal como lo hizo Miguel Hidalgo y Costilla en el original grito de Independencia de 1810, y el pueblo hubiera coreado "Viva", habría ardido Troya. Se habría levantado un tsunami de protestas por la violación al Estado laico: masones, agnósticos y ateos se habrían desgarrado las vestiduras y el Benemérito hubiera dado saltos de indignación en su cripta. Sin embargo en este caso los indignados fueron quienes conocen lo que es la masonería y se oponen a ella.

La masonería es una sociedad secreta que se fundó en Inglaterra con la misión de construir un gran templo al Gran Arquitecto del Universo –con ese nombre llaman a Dios– y ese templo es toda la humanidad. El Arquitecto del Universo no se identifica con el Dios de los cristianos, sino que es un Dios que no tiene rostro y que no tiene injerencia en la vida de los hombres. La masonería que surgió en Francia, años más tarde, se introdujo más en el mundo de la política para realizar socialmente los ideales de la Revolución Francesa: liberté, égalité, fraternité. Aunque en sus inicios se identificó con el liberalismo, hoy la masonería está más inclinada hacia el socialismo.

Los masones están empeñados por instaurar la secularización total de la sociedad. Su característica fundamental es el relativismo: para el masón no hay nada absoluto, ni verdades absolutas, por lo que rechaza los dogmas de la Iglesia, la moralidad objetiva y hasta la misma naturaleza humana. Su método es el libre pensamiento, es decir, la libre discusión de los problemas con tal de que se respete la decisión de la mayoría. La masonería rechaza la moral cristiana y promueve una moral civil. Además llama "intolerantes" a quienes quieren vivir su fe religiosa. Hoy los masones, entre muchas cosas, promueven el aborto, la eutanasia, los matrimonios igualitarios, la agenda LGBT, los ataques a la enseñanza religiosa, el control de la natalidad en el mundo y la manipulación genética.

La Iglesia ha enseñado, en varias ocasiones a través de documentos, que la masonería y la fe católica son incompatibles. Son agua y aceite, y que no se puede pertenecer a la masonería cuando se es católico. Juan Pablo II dijo en 1983 a través de la Congregación para la Doctrina de la Fe que los católicos que se hagan miembros de la masonería están en pecado grave y no pueden recibir la Sagrada Comunión.

¿A quién le extraña que nuestro presidente y su corte sean masones? A nadie. En México la masonería ha estado infiltrada durante siglos en todos los niveles de gobierno y en todos los partidos políticos, incluso entre las filas de la derecha. Nuestros presidentes, en su mayoría, han sido masones. Si el "viva la gran fraternidad universal" causó tanta indignación fue porque nadie lo había dicho tan descaradamente, y menos en el protocolo de la ceremonia de la noche del 15 de septiembre.

De esta experiencia que se vivió en Palacio Nacional y que tanto ha dado de qué hablar podemos sacar cuatro lecciones.

Primero, los católicos tenemos el deber de orar frecuentemente por nuestro presidente y por los políticos, sean católicos, masones, ateos o incluso perseguidores de la Iglesia. Su autoridad les viene de Dios y es para servicio y bien del pueblo de México. No porque López Obrador pertenezca a la masonería debemos descalificarlo automáticamente. Su proyecto y su gobierno tienen cosas positivas que hemos de discernir y que debemos apoyar. El pueblo lo eligió de manera legítima y por ello debe tener nuestra colaboración en todo lo que haga más digna la vida de los mexicanos.

Segundo, como católicos no podemos comulgar con iniciativas del proyecto presidencial o de partidos que promuevan la cultura de la muerte en México como es el aborto legal, la eutanasia, la agenda LGBT, el matrimonio entre personas del mismo sexo o la despenalización del consumo de drogas, iniciativas que son parte del proyecto masónico en el mundo.

Tercero, hemos de evangelizar y tener una formación permanente en la fe católica. Muchos católicos, sin pertenecer a la masonería, asumen el proyecto masónico por ignorancia y así contribuyen a destruir el orden social basado en la dignidad de la persona humana, la familia natural, el respeto a la vida y el derecho de los padres a la educación de sus hijos. Son católicos que no suelen participar en la vida de la Iglesia y se han convertido en nuevos paganos, según expresión de Benedicto XVI. A ellos ha de llegar nuestro esfuerzo evangelizador para que regresen a casa.

Cuarto, la Iglesia debe acompañar de cerca a los políticos católicos. Son estos quienes pueden tener influencia en las cámaras y hacer que se promuevan leyes respetuosas de la ley natural para edificar el orden social. Si la masonería ha conquistado a tantas personas dentro de las instituciones de gobierno es porque a los católicos nos ha faltado astucia y valor para proponer la Buena Nueva. Así que tomemos lo ocurrido en el balcón del Palacio Nacional como un estímulo para ser más inteligentes y astutos en la gran misión de transmitir el Evangelio. O bien para decir a los políticos cuando sea necesario, con firmeza: "no estoy de acuerdo".

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