Caminante, son tus huellas
el camino y nada más;
Caminante, no hay camino,
se hace camino al andar.
el camino y nada más;
Caminante, no hay camino,
se hace camino al andar.
(Antonio Machado)
Por gracia de Dios, en estos días, junto con el padre Juan Manuel Orona, he tenido la oportunidad de visitar España. Llegamos al norte del país, a Oviedo, provincia de Asturias, donde comienza el Camino de Santiago, una de las más famosas rutas de peregrinación en el mundo cristiano cuyo origen se remonta al medioevo. Se trata de una serie de itinerarios desde diversos puntos geográficos de España que terminan en la tumba del Apóstol Santiago, en la Catedral de Compostela.
La vida es un camino. Vivir es caminar y es elegir una meta. Todos vamos por diversos caminos, y miente quien diga que no camina. Se vuelve camino aquello que tiene nuestra atención, lo que escuchamos, en lo que están fijos nuestros ojos, aquello que nos levanta cada día.
Muchas veces en el camino encontramos puntos de no retorno. Se cuenta que en 1521 el caudillo Hernán Cortés, en la conquista de México, después de consultar a su consejo de guerra, mandó hundir la mayor parte de sus barcos. Lo hizo para que nadie tuviera la tentación de recular por los peligros de aquella gran hazaña. Así nació la expresión "quemar las naves". Cuando en el mundo bíblico Eliseo se encontró con el gran profeta Elías, quemó su arado y asó en él la carne de sus bueyes. No podía volver a ser campesino sino únicamente hombre al servicio de Dios.
Hace unos días conversé con un joven de 29 años, originario de Ciudad Juárez, que recorrió en España solo, más de 300 kilómetros a pie en el Camino de Santiago. Otros amigos de esta ciudad que han hecho lo mismo me han compartido que esta experiencia es de tal intensidad para la vida espiritual que las personas se confrontan con sus propios demonios para luego encontrarse profundamente con Dios. La vida no vuelve a ser la misma después de vivir el Camino de Santiago.
Así la vida tampoco vuelve a ser la misma cuando uno encuentra a Jesús. San Ignacio de Loyola, cuyas huellas hemos seguiremos en estos días por España, después de leer un libro sobre la vida de Cristo y de los santos, decidió no servir a reyes terrenales sino a Jesucristo, el Rey del cielo. Su vida encontró el punto de no retorno y nos enseñó que el hombre fue creado para alabar, hacer reverencia y servir a Dios en esta vida, y así salvar su alma para la vida eterna.
Nada es más importante que conocer si mis caminos conducen a Dios, y nada es más urgente que darme cuenta si mis caminos son peligrosos. Si es así pido a Dios no descaminar y volver a tomar la ruta, porque hallar a Jesús, renunciar a caminos disfrazados y decidirme por él y su reino es el principio de la vida bienaventurada.
Por gracia de Dios, en estos días, junto con el padre Juan Manuel Orona, he tenido la oportunidad de visitar España. Llegamos al norte del país, a Oviedo, provincia de Asturias, donde comienza el Camino de Santiago, una de las más famosas rutas de peregrinación en el mundo cristiano cuyo origen se remonta al medioevo. Se trata de una serie de itinerarios desde diversos puntos geográficos de España que terminan en la tumba del Apóstol Santiago, en la Catedral de Compostela.
La vida es un camino. Vivir es caminar y es elegir una meta. Todos vamos por diversos caminos, y miente quien diga que no camina. Se vuelve camino aquello que tiene nuestra atención, lo que escuchamos, en lo que están fijos nuestros ojos, aquello que nos levanta cada día.
Muchas veces en el camino encontramos puntos de no retorno. Se cuenta que en 1521 el caudillo Hernán Cortés, en la conquista de México, después de consultar a su consejo de guerra, mandó hundir la mayor parte de sus barcos. Lo hizo para que nadie tuviera la tentación de recular por los peligros de aquella gran hazaña. Así nació la expresión "quemar las naves". Cuando en el mundo bíblico Eliseo se encontró con el gran profeta Elías, quemó su arado y asó en él la carne de sus bueyes. No podía volver a ser campesino sino únicamente hombre al servicio de Dios.
Hace unos días conversé con un joven de 29 años, originario de Ciudad Juárez, que recorrió en España solo, más de 300 kilómetros a pie en el Camino de Santiago. Otros amigos de esta ciudad que han hecho lo mismo me han compartido que esta experiencia es de tal intensidad para la vida espiritual que las personas se confrontan con sus propios demonios para luego encontrarse profundamente con Dios. La vida no vuelve a ser la misma después de vivir el Camino de Santiago.
Así la vida tampoco vuelve a ser la misma cuando uno encuentra a Jesús. San Ignacio de Loyola, cuyas huellas hemos seguiremos en estos días por España, después de leer un libro sobre la vida de Cristo y de los santos, decidió no servir a reyes terrenales sino a Jesucristo, el Rey del cielo. Su vida encontró el punto de no retorno y nos enseñó que el hombre fue creado para alabar, hacer reverencia y servir a Dios en esta vida, y así salvar su alma para la vida eterna.
Nada es más importante que conocer si mis caminos conducen a Dios, y nada es más urgente que darme cuenta si mis caminos son peligrosos. Si es así pido a Dios no descaminar y volver a tomar la ruta, porque hallar a Jesús, renunciar a caminos disfrazados y decidirme por él y su reino es el principio de la vida bienaventurada.
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