Heridas que sangran Esta semana conversé con una persona que se procuró dos veces el aborto. Era una mujer cuya madre y marido la presionaron para abortar. Pocas veces he visto tanto dolor en una mujer que tomó esa mala decisión; era un sufrimiento absolutamente indescriptible. Su herida era tan profunda y tan sangrante que casi la lleva al suicidio. Sentía que su vida era inservible, que no tenía sentido, que el infierno estaba esperándola para devorarla, a pesar de saber que Dios había perdonado su pecado. Se atrevió a hablar para mostrar su llaga al sacerdote, con la esperanza recóndita de encontrar perdón y alivio para su dolor. Hablar y no callar es demasiado importante. El diablo busca convencer a sus víctimas que se callen, que no lo digan a nadie, que Dios no les perdonará y así las orilla a vivir en la desesperación. Jesús expulsó a un demonio que era mudo (Lc 11,14). Bastó el poder de la Palabra para que fuera echado el diablo y el mudo comenzara a hab...
Vida católica: frontera México-Estados Unidos