D on Juan era taxista en Ciudad Juárez. Había vivido del volante durante más de cuarenta años. A las siete de la noche iniciaba sus operaciones en el centro de la ciudad y siempre regresaba a su casa a las dos de la madrugada. Aquella tarde Martha, su esposa, lo despidió, como siempre, después de haber cenado, con un beso y una bendición. Pero Juan no regresó. Eran las cuatro de la mañana cuando su mujer se levantó preocupada. “Seguramente habrá tenido algún problema con el taxi”, pensó. El paso de las horas se fue convirtiendo en una angustiosa espera, hasta que dos días después recibió una llamada telefónica que le heló la sangre. Juan había sido encontrado muerto y decapitado. Martha aún no se puede recuperar después del golpe que recibió. Sus ojos, cansados de llorar, reflejan tristeza. Sin embargo no es un dolor que la aplasta. Ella, como católica, se ha acercado más a la Iglesia donde encuentra consuelo, y piensa con frecuencia en aquel hombre llamado Jesús de Nazaret que muri...
Vida católica: frontera México-Estados Unidos