Sacrificio viviente
(Rosemary Scott)
Os exhorto, pues, hermanos, por la misericordia de Dios, a que ofrezcáis vuestros cuerpos como una víctima viva, santa, agradable a Dios: tal será vuestro culto espiritual (Rom 12,1).
Oración: María, esposa amadísima del Espíritu Santo, te doy my cuerpo a tu cuidado. Déjame recordar siempre que mi cuerpo es hogar del Espíritu Santo que habita en mí. No permitas que peque contra Él cometiendo actos impuros solo o con otros, contra la virtud de la castidad.
San Pablo nos urge a presentar nuestros cuerpos a Dios como sacrificios vivientes. Un sacrificio es ambas cosas: una ofrenda a nuestro Señor y un acto de renuncia a uno mismo. Cuando uno de los hijos de Israel llevó un cordero al Templo en tiempos antiguos, el israelita se negaba a sí mismo los beneficios de tener al animal: era un cordero menos del que iba a obtener leche o lana, o que podría matar para comer su carne o utilizar su piel. Cuando uno presenta su cuerpo como sacrificio viviente, lo consagra a nuestro Señor para su servicio y se niega a uno mismo las gratificaciones ilícitas que comportan los pecados contra la pureza. Tal auto-sacrificio puede no ser fácil, pero los cristianos lo hacen por un propósito, que es acercarse a Dios.
Si tú has estado incurriendo en pecados contra la pureza para escapar del vacío y la soledad, tratando de utilizar el placer como un sustituto del amor, quizá puedes temer que si te niegas a ti mismo, te sentirás solo y vacío otra vez. Pero si tú te niegas a ti mismo con el propósito de cultivar la limpieza de corazón, esto te traerá mayor cercanía al Sagrado Corazón de Jesús. No quedarás vacío, sino que serás llenado del amor y de la gracia de Dios.
¿Cómo, entonces, ofreces tu cuerpo como sacrificio viviente? Como dice san Pablo en su carta a los Romanos: No reine, pues, el pecado en vuestro cuerpo mortal de modo que obedezcáis a sus apetencias. Ni hagáis ya de vuestros miembros armas de injusticia al servicio del pecado; sino más bien ofreceos vosotros mismos a Dios como muertos retornados a la vida; y vuestros miembros, como armas de justicia al servicio de Dios (Rom 6,12-13).
En el pasado, utilizaste tu cuerpo vergonzosamente al servicio del pecado. Ahora conságralo al servicio solamente de nuestro Señor, para su mayor gloria. San Juan Crisóstomo nos da un consejo práctico:
No dejes que tu ojo mire cosas malas, y así se vuelve un sacrificio; no permitas que tu lengua hable cosas obscenas, y así se vuelve una ofrenda; no dejes que tu mano haga cosas anárquicas, y así se vuelve una ofrenda que se quema. Y si todo esto no es suficiente, podemos también hacer cosas buenas: deja que tu mano dé limosnas, que la boca bendiga a los que te fastidian, y que el oído encuentre deleite en la lectura de la Sagrada Escritura. El sacrificio no permite cosas impuras: un sacrificio es la primicia de las otras acciones. Produzcamos, entonces frutos para Dios con nuestras manos, pies, boca y todos nuestros miembros.
Notemos que la auto-negación es la primera manera de ofrecer nuestro cuerpo como sacrificio viviente; y debes de seguirlo con actos como la limosna, el hablar bien y la escucha de la Sagrada Escritura. Todo esto consagra el cuerpo al servicio del Señor.
El mayor “sacrificio viviente” que podemos hacer de nuestros cuerpos es uniéndonos al Sacrificio de Jesucristo en la Santa Misa. Escribe el Papa Pío XII:
“En orden a que la oblación por la que los fieles ofrecen la Víctima divina en su sacrificio al Padre celestial tenga completo efecto, es necesario que el pueblo agregue algo más, es decir, el ofrecimiento de ellos mismos como víctimas. Este ofrecimiento de hecho no está confinado meramente al sacrificio litúrgico. El Príncipe de los Apóstoles, como piedras vivas edificadas sobre Cristo, la piedra angular, nos desea que seamos “un sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales, agradables a Dios por Jesucristo” (1Pe 2,5). San Pablo apóstol dirige las siguientes palabras de exhortación a los cristianos, sin distinción de tiempo: Os exhorto, pues, hermanos, por la misericordia de Dios, a que ofrezcáis vuestros cuerpos como una víctima viva, santa, agradable a Dios: tal será vuestro culto espiritual.
Pero en ese tiempo, especialmente cuando los fieles tomar parte en el servicio litúrgico con tanta piedad de recogimiento se puede decir de ellos: “cuya fe y devoción tú bien conoces”, es cuando con el Sumo Sacerdote y a través de él ellos se ofrecen a sí mismos como sacrificio espiritual, que la fe de cada uno debería de llevar a la persona a estar más dispuesta a trabajar en la caridad, su piedad más real y fervorosa, y cada uno debe consagrarse a sí mismo para su gloria divina, deseando parecer lo más posible a Cristo en sus más dolorosos sufrimientos…
Mientras que estamos ante el altar, es nuestra tarea el transformar nuestros corazones, que cada rastro de pecado pueda ser completamente borrado, mientras que lo que promueva la vida sobrenatural a través de Cristo pueda ser celosamente fomentada y fortalecida hasta el punto de que, en unión con la Víctima inmaculada, seamos víctimas aceptables para el eterno Padre”. (Mediator Dei, 98-100)
La cita al inicio de esta meditación dice que presentar el cuerpo como un sacrificio viviente es un servicio razonable. En el original Griego, la palabra “servicio” es “latria”, término que se utiliza para indicar la más alta forma de culto ofrecido sólo a Dios. Si ofrecer tu cuerpo como sacrificio viviente es una forma de culto, debe entonces estar unido al Santo Sacrificio de la Misa, lo que da un culto más agradable a Dios.
Como tu alma ha muerto con Cristo al pecado por el bautismo, ahora entonces “crucifica” tus necesidades físicas con Cristo en el Santo Sacrificio de la Misa. Es tiempo de comenzar a negarte a ti mismo, cargar tu cruz y seguir a Jesús al Calvario.
Dios todopoderoso y eterno, estoy arrepentido de ofenderte en el pasado con mis pecados contra la castidad. En el Sacratísimo Nombre de nuestro señor Jesucristo, rechazo todos estos pecados y todo uso pecaminoso que he dado a mi cuerpo. Si no he confesado aún cualquiera de ellos en el sacramento de la Penitencia, ahora me resuelvo a hacerlo lo antes posible. Renuncio a Satanás, a sus obras y pompas; que nuestro Señor lo reprenda, pido con toda humildad. Y que María, la Inmaculada Reina de los ángeles y Terror de los demonios lo aplaste bajo sus pies. Que san Miguel Arcángel lo arroje al infierno, junto con todos los espíritus malignos que intentan arruinar mi alma.
Por tu gracia, yo rechazo, desde ahora en adelante, vivir dominado por el pecado. Y te ofrezco mi cuerpo como sacrificio viviente, y presento mis miembros ante ti como instrumentos de rectitud, y no de pecado. Te pido que crees en mí un corazón limpio y un espíritu recto; que pueda vivir y morir sólo por ti, mi Dios y mi todo. Te pido todo esto en el nombre de Nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo,q ue vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos. Amén.
Propósito: después de que cada mañana te encomiendes a la Virgen María con la oración “Oh Señora mía”, consagra tu cuerpo también a Dios. Vive este sacrificio diariamente a través de la renuncia a ti mismo, custodiando tus sentidos y haciendo el bien. Cada vez que vayas a Misa, colócate en la patena con la Hostia durante el Ofertorio, y cuando el sacerdote ofrezca la Hostia y el Cáliz al Padre Celestial, ofrece tu cuerpo, tu negación a ti mismo y buenas obras a Dios como un sacrificio viviente en unión con el Sacrificio de Nuestro Señor en el Calvario.
San Felipe Neri, ruega por nosotros.
Mide tu progreso: desde que hice la última meditación,
Cuántas veces:
a. Deliberadamente me toqué impuramente al despertar
_____0 _____1 _____2 _____3 o más veces
b. Deliberadamente vi fotografías o películas indecentes
_____0 _____1 _____2 _____3 o más veces
c. Cometí actos impuros solo o con otras personas
_____0 _____1 _____2 _____3 o más veces
d. Deliberadamente me deleité en pensamientos impuros
_____0 _____1 _____2 _____3 o más veces
e. ¿Cuándo fue la última vez que fui a la Confesión? __________________
f. ¿Cuándo fue la última vez que asistí a la Santa Misa?________________
(Rosemary Scott)
Os exhorto, pues, hermanos, por la misericordia de Dios, a que ofrezcáis vuestros cuerpos como una víctima viva, santa, agradable a Dios: tal será vuestro culto espiritual (Rom 12,1).
San Pablo nos urge a presentar nuestros cuerpos a Dios como sacrificios vivientes. Un sacrificio es ambas cosas: una ofrenda a nuestro Señor y un acto de renuncia a uno mismo. Cuando uno de los hijos de Israel llevó un cordero al Templo en tiempos antiguos, el israelita se negaba a sí mismo los beneficios de tener al animal: era un cordero menos del que iba a obtener leche o lana, o que podría matar para comer su carne o utilizar su piel. Cuando uno presenta su cuerpo como sacrificio viviente, lo consagra a nuestro Señor para su servicio y se niega a uno mismo las gratificaciones ilícitas que comportan los pecados contra la pureza. Tal auto-sacrificio puede no ser fácil, pero los cristianos lo hacen por un propósito, que es acercarse a Dios.
Si tú has estado incurriendo en pecados contra la pureza para escapar del vacío y la soledad, tratando de utilizar el placer como un sustituto del amor, quizá puedes temer que si te niegas a ti mismo, te sentirás solo y vacío otra vez. Pero si tú te niegas a ti mismo con el propósito de cultivar la limpieza de corazón, esto te traerá mayor cercanía al Sagrado Corazón de Jesús. No quedarás vacío, sino que serás llenado del amor y de la gracia de Dios.
¿Cómo, entonces, ofreces tu cuerpo como sacrificio viviente? Como dice san Pablo en su carta a los Romanos: No reine, pues, el pecado en vuestro cuerpo mortal de modo que obedezcáis a sus apetencias. Ni hagáis ya de vuestros miembros armas de injusticia al servicio del pecado; sino más bien ofreceos vosotros mismos a Dios como muertos retornados a la vida; y vuestros miembros, como armas de justicia al servicio de Dios (Rom 6,12-13).
En el pasado, utilizaste tu cuerpo vergonzosamente al servicio del pecado. Ahora conságralo al servicio solamente de nuestro Señor, para su mayor gloria. San Juan Crisóstomo nos da un consejo práctico:
No dejes que tu ojo mire cosas malas, y así se vuelve un sacrificio; no permitas que tu lengua hable cosas obscenas, y así se vuelve una ofrenda; no dejes que tu mano haga cosas anárquicas, y así se vuelve una ofrenda que se quema. Y si todo esto no es suficiente, podemos también hacer cosas buenas: deja que tu mano dé limosnas, que la boca bendiga a los que te fastidian, y que el oído encuentre deleite en la lectura de la Sagrada Escritura. El sacrificio no permite cosas impuras: un sacrificio es la primicia de las otras acciones. Produzcamos, entonces frutos para Dios con nuestras manos, pies, boca y todos nuestros miembros.
Notemos que la auto-negación es la primera manera de ofrecer nuestro cuerpo como sacrificio viviente; y debes de seguirlo con actos como la limosna, el hablar bien y la escucha de la Sagrada Escritura. Todo esto consagra el cuerpo al servicio del Señor.
El mayor “sacrificio viviente” que podemos hacer de nuestros cuerpos es uniéndonos al Sacrificio de Jesucristo en la Santa Misa. Escribe el Papa Pío XII:
“En orden a que la oblación por la que los fieles ofrecen la Víctima divina en su sacrificio al Padre celestial tenga completo efecto, es necesario que el pueblo agregue algo más, es decir, el ofrecimiento de ellos mismos como víctimas. Este ofrecimiento de hecho no está confinado meramente al sacrificio litúrgico. El Príncipe de los Apóstoles, como piedras vivas edificadas sobre Cristo, la piedra angular, nos desea que seamos “un sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales, agradables a Dios por Jesucristo” (1Pe 2,5). San Pablo apóstol dirige las siguientes palabras de exhortación a los cristianos, sin distinción de tiempo: Os exhorto, pues, hermanos, por la misericordia de Dios, a que ofrezcáis vuestros cuerpos como una víctima viva, santa, agradable a Dios: tal será vuestro culto espiritual.
Pero en ese tiempo, especialmente cuando los fieles tomar parte en el servicio litúrgico con tanta piedad de recogimiento se puede decir de ellos: “cuya fe y devoción tú bien conoces”, es cuando con el Sumo Sacerdote y a través de él ellos se ofrecen a sí mismos como sacrificio espiritual, que la fe de cada uno debería de llevar a la persona a estar más dispuesta a trabajar en la caridad, su piedad más real y fervorosa, y cada uno debe consagrarse a sí mismo para su gloria divina, deseando parecer lo más posible a Cristo en sus más dolorosos sufrimientos…
Mientras que estamos ante el altar, es nuestra tarea el transformar nuestros corazones, que cada rastro de pecado pueda ser completamente borrado, mientras que lo que promueva la vida sobrenatural a través de Cristo pueda ser celosamente fomentada y fortalecida hasta el punto de que, en unión con la Víctima inmaculada, seamos víctimas aceptables para el eterno Padre”. (Mediator Dei, 98-100)
La cita al inicio de esta meditación dice que presentar el cuerpo como un sacrificio viviente es un servicio razonable. En el original Griego, la palabra “servicio” es “latria”, término que se utiliza para indicar la más alta forma de culto ofrecido sólo a Dios. Si ofrecer tu cuerpo como sacrificio viviente es una forma de culto, debe entonces estar unido al Santo Sacrificio de la Misa, lo que da un culto más agradable a Dios.
Como tu alma ha muerto con Cristo al pecado por el bautismo, ahora entonces “crucifica” tus necesidades físicas con Cristo en el Santo Sacrificio de la Misa. Es tiempo de comenzar a negarte a ti mismo, cargar tu cruz y seguir a Jesús al Calvario.
Dios todopoderoso y eterno, estoy arrepentido de ofenderte en el pasado con mis pecados contra la castidad. En el Sacratísimo Nombre de nuestro señor Jesucristo, rechazo todos estos pecados y todo uso pecaminoso que he dado a mi cuerpo. Si no he confesado aún cualquiera de ellos en el sacramento de la Penitencia, ahora me resuelvo a hacerlo lo antes posible. Renuncio a Satanás, a sus obras y pompas; que nuestro Señor lo reprenda, pido con toda humildad. Y que María, la Inmaculada Reina de los ángeles y Terror de los demonios lo aplaste bajo sus pies. Que san Miguel Arcángel lo arroje al infierno, junto con todos los espíritus malignos que intentan arruinar mi alma.
Por tu gracia, yo rechazo, desde ahora en adelante, vivir dominado por el pecado. Y te ofrezco mi cuerpo como sacrificio viviente, y presento mis miembros ante ti como instrumentos de rectitud, y no de pecado. Te pido que crees en mí un corazón limpio y un espíritu recto; que pueda vivir y morir sólo por ti, mi Dios y mi todo. Te pido todo esto en el nombre de Nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo,q ue vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos. Amén.
Propósito: después de que cada mañana te encomiendes a la Virgen María con la oración “Oh Señora mía”, consagra tu cuerpo también a Dios. Vive este sacrificio diariamente a través de la renuncia a ti mismo, custodiando tus sentidos y haciendo el bien. Cada vez que vayas a Misa, colócate en la patena con la Hostia durante el Ofertorio, y cuando el sacerdote ofrezca la Hostia y el Cáliz al Padre Celestial, ofrece tu cuerpo, tu negación a ti mismo y buenas obras a Dios como un sacrificio viviente en unión con el Sacrificio de Nuestro Señor en el Calvario.
San Felipe Neri, ruega por nosotros.
Mide tu progreso: desde que hice la última meditación,
Cuántas veces:
a. Deliberadamente me toqué impuramente al despertar
_____0 _____1 _____2 _____3 o más veces
b. Deliberadamente vi fotografías o películas indecentes
_____0 _____1 _____2 _____3 o más veces
c. Cometí actos impuros solo o con otras personas
_____0 _____1 _____2 _____3 o más veces
d. Deliberadamente me deleité en pensamientos impuros
_____0 _____1 _____2 _____3 o más veces
e. ¿Cuándo fue la última vez que fui a la Confesión? __________________
f. ¿Cuándo fue la última vez que asistí a la Santa Misa?________________
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