Divinización
(Rosemary Scott)
(Rosemary Scott)
(Dios) nos ha concedido las preciosas y sublimes promesas, para que por ellas os hicierais partícipes de la naturaleza divina, huyendo de la corrupción que hay en el mundo por la concupiscencia. (1Pe 1,4)
Oración: Que podamos tener parte en la divinidad de Cristo, quien se humilló a sí mismo para compartir nuestra condición humana.
Las palabras secretas del sacerdote en el Ofertorio de la Misa expresan la asombrosa verdad de que Dios hace a sus hijos en Cristo “partícipes de su naturaleza divina”, por su gracia. Los Padres de la Iglesia llaman “divinización” a este maravilloso regalo de Dios.
Considera la inmensa bondad de Dios. Él nos ama infinitamente, y nos creó de la nada para compartirnos su misma vida. Así pues, habiendo sido creada nuestra naturaleza humana como infinitamente inferior a la naturaleza divina, el Verbo Eterno la asumió para participarnos de su misma naturaleza. Como escribió san Atanasio: “Dios se hizo hombre para que el hombre pudiera convertirse en Dios”.
Nosotros no somos Dios, ni podemos serlos por nuestra naturaleza. Sin embargo podemos, por la gracia, participar en su Vida, y en cierto sentido “convertirnos en Dios” por participación. Nuestro Señor quiere exaltarnos con su gracia, llenarnos con su Luz, su Vida, su Gloria y su Amor, y darnos la Visión Beatífica, es decir, la recepción inmediata de la Naturaleza Divina.
Los Santos Padres de la Iglesia comparaban la divinización a lo que sucede con el metal cuando es introducido en los altos hornos. Mientras está permeado por el calor, el metal adquiere el color y el calor del fuego. Así también, la criatura divinizada está permeada de Dios e irradia su Gloria, asemejándose en su condición de criatura lo más posible a Dios. Y sin embargo sigue siendo una criatura, esencialmente distinta del Creador, tanto en naturaleza como en persona.
(1Jn 3,1). ¡Qué regalo tan increíble! Qué felicidad eterna y qué dicha nos espera en el mundo venidero, algo que sobrepasa nuestra imaginación. Lo que ni el ojo vio, ni el oído oyó, pero que Dios ha preparado para aquellos que le aman (1Cor 2,9).
“Hermosuras como las que hay en el paraíso, el ojo nunca las ha visto; armonías como las del paraíso, el oído jamás las ha escuchado; ni tampoco al corazón humano le ha sido dado comprender las alegrías que Dios tiene preparadas para los que le aman. Hermosa es la vista de un paisaje adornado con colinas, llanuras, bosques y playas. Preciosa es la vista de un jardín abundante de frutos, flores y manantiales. ¡Oh, es mucho más hermoso el paraíso! (San Alfonso María de Ligorio)
Sin embargo san Pedro escribe que sólo podemos tener parte en la naturaleza divina después de “haber escapado de la corrupción que hay en el mundo por la concupiscencia”. El pecado de lujuria puede robarnos nuestra parte en la vida íntima de Dios, de la dicha eterna, de nuestra salvación personal. La Virgen, en sus apariciones en Fátima, dijo que más almas van al Infierno por los pecados de la carne que por cualquier otra clase de pecado. Si consideramos la prevalencia de tales pecados, lo que dijo la Virgen es muy probable que así sea.
La culminación de la divinización es contemplar a Dios cara a cara en la Visión Beatífica. Sin embargo, como hemos visto, sólo los limpios de corazón pueden ver a Dios, sólo el hombre de manos inocentes y puro corazón subirá al monte del Señor. La Biblia nos asegura que aquellos que incurren en actos contra la castidad serán excluidos de la Nueva Jerusalén (Ap 22,15).
¿No sabéis acaso que los injustos no heredarán el Reino de Dios? ¡No os engañéis! Ni los impuros, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los homosexuales, ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los ultrajadores, ni los rapaces heredarán el Reino de Dios (1Cor 6,9-10).
Considera el horror de la impureza, que hace incapaz a una criatura de tomar parte de la naturaleza divina y la reduce a ser un alma perdida, ¡separada eternamente de nuestro Señor en el Infierno! Cuando cometemos pecados contra la castidad, impedimos al plan de Dios de divinizarnos, y ponernos en serio riesgo nuestras almas. ¡La lujuria es un pecado odioso y abominable! Que Dios nos conceda la gracia de despreciar este vicio con todo nuestro corazón y nuestra alma.
Las palabras secretas del sacerdote en el Ofertorio de la Misa expresan la asombrosa verdad de que Dios hace a sus hijos en Cristo “partícipes de su naturaleza divina”, por su gracia. Los Padres de la Iglesia llaman “divinización” a este maravilloso regalo de Dios.
Considera la inmensa bondad de Dios. Él nos ama infinitamente, y nos creó de la nada para compartirnos su misma vida. Así pues, habiendo sido creada nuestra naturaleza humana como infinitamente inferior a la naturaleza divina, el Verbo Eterno la asumió para participarnos de su misma naturaleza. Como escribió san Atanasio: “Dios se hizo hombre para que el hombre pudiera convertirse en Dios”.
Nosotros no somos Dios, ni podemos serlos por nuestra naturaleza. Sin embargo podemos, por la gracia, participar en su Vida, y en cierto sentido “convertirnos en Dios” por participación. Nuestro Señor quiere exaltarnos con su gracia, llenarnos con su Luz, su Vida, su Gloria y su Amor, y darnos la Visión Beatífica, es decir, la recepción inmediata de la Naturaleza Divina.
Los Santos Padres de la Iglesia comparaban la divinización a lo que sucede con el metal cuando es introducido en los altos hornos. Mientras está permeado por el calor, el metal adquiere el color y el calor del fuego. Así también, la criatura divinizada está permeada de Dios e irradia su Gloria, asemejándose en su condición de criatura lo más posible a Dios. Y sin embargo sigue siendo una criatura, esencialmente distinta del Creador, tanto en naturaleza como en persona.
(1Jn 3,1). ¡Qué regalo tan increíble! Qué felicidad eterna y qué dicha nos espera en el mundo venidero, algo que sobrepasa nuestra imaginación. Lo que ni el ojo vio, ni el oído oyó, pero que Dios ha preparado para aquellos que le aman (1Cor 2,9).
“Hermosuras como las que hay en el paraíso, el ojo nunca las ha visto; armonías como las del paraíso, el oído jamás las ha escuchado; ni tampoco al corazón humano le ha sido dado comprender las alegrías que Dios tiene preparadas para los que le aman. Hermosa es la vista de un paisaje adornado con colinas, llanuras, bosques y playas. Preciosa es la vista de un jardín abundante de frutos, flores y manantiales. ¡Oh, es mucho más hermoso el paraíso! (San Alfonso María de Ligorio)
Sin embargo san Pedro escribe que sólo podemos tener parte en la naturaleza divina después de “haber escapado de la corrupción que hay en el mundo por la concupiscencia”. El pecado de lujuria puede robarnos nuestra parte en la vida íntima de Dios, de la dicha eterna, de nuestra salvación personal. La Virgen, en sus apariciones en Fátima, dijo que más almas van al Infierno por los pecados de la carne que por cualquier otra clase de pecado. Si consideramos la prevalencia de tales pecados, lo que dijo la Virgen es muy probable que así sea.
La culminación de la divinización es contemplar a Dios cara a cara en la Visión Beatífica. Sin embargo, como hemos visto, sólo los limpios de corazón pueden ver a Dios, sólo el hombre de manos inocentes y puro corazón subirá al monte del Señor. La Biblia nos asegura que aquellos que incurren en actos contra la castidad serán excluidos de la Nueva Jerusalén (Ap 22,15).
¿No sabéis acaso que los injustos no heredarán el Reino de Dios? ¡No os engañéis! Ni los impuros, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los homosexuales, ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los ultrajadores, ni los rapaces heredarán el Reino de Dios (1Cor 6,9-10).
Considera el horror de la impureza, que hace incapaz a una criatura de tomar parte de la naturaleza divina y la reduce a ser un alma perdida, ¡separada eternamente de nuestro Señor en el Infierno! Cuando cometemos pecados contra la castidad, impedimos al plan de Dios de divinizarnos, y ponernos en serio riesgo nuestras almas. ¡La lujuria es un pecado odioso y abominable! Que Dios nos conceda la gracia de despreciar este vicio con todo nuestro corazón y nuestra alma.
Una persona envuelta en pecados de la carne necesita desesperadamente la gracia de Jesucristo para superar su situación y decidirse a ser santa, como Él es santo. Jesús en verdad te ama; no importa qué tan gravemente has ensuciado tu corazón, tu mente y tu alma con el pecado. El te sigue amando infinitamente. No pierdas la esperanza en su Divino Amor y Misericordia. Él quiere liberarte de las cadenas de este vicio, y lo puede hacer si tú se lo pides y dejas a Él que te ayude.
Abandonar un pecado habitual será un cambio; podrías dejar ciertas cosas que han sido parte de tu vida durante mucho tiempo. Esto puede ser desalentador en un principio. Sin embargo lo que tengas que hacer para salir de este vicio no se puede comparar con los beneficios de la pureza de corazón: una conciencia limpia y tranquila, una cercanía a Dios y, al final de todo, la divinización. No te concentres en lo que tienes que dejar atrás. En cambio, piensa en lo que ganarás cuando cambies esos fugaces placeres del pecado por la verdadera alegría de la presencia de Dios en tu alma, y por el éxtasis eterno de la Visión Beatífica en el Cielo. Estos son los verdaderos deleites espirituales para un Cristiano: Me enseñarás el camino de la vida, hartura de goces, delante de tu rostro, a tu derecha, delicias para siempre (Sal 16,11).
Propósito: Agradece a Dios por su gran regalo de la divinización, y piensa en ello con frecuencia. Pide su gracia para apreciar este don y pide nunca perder este derecho por el pecado. Decídete a superar tus habituales pecados contra la pureza con la ayuda de su gracia, y hallar tu deleite en Jesucristo, y no en el pecado. Continúa acercándote a Jesús y a María con los propósitos anteriores.
San Atanasio de Alejandría, ruega por nosotros.
Mide tu progreso: desde que hice la última meditación,
Cuántas veces:
a. Deliberadamente me toqué impuramente al despertar
_____0 _____1 _____2 _____3 o más veces
b. Deliberadamente vi fotografías o películas indecentes
_____0 _____1 _____2 _____3 o más veces
c. Cometí actos impuros solo o con otras personas
_____0 _____1 _____2 _____3 o más veces
d. Deliberadamente me deleité en pensamientos impuros
_____0 _____1 _____2 _____3 o más veces
e. ¿Cuándo fue la última vez que fui a la Confesión? __________________
f. ¿Cuándo fue la última vez que asistí a la Santa Misa?________________
Abandonar un pecado habitual será un cambio; podrías dejar ciertas cosas que han sido parte de tu vida durante mucho tiempo. Esto puede ser desalentador en un principio. Sin embargo lo que tengas que hacer para salir de este vicio no se puede comparar con los beneficios de la pureza de corazón: una conciencia limpia y tranquila, una cercanía a Dios y, al final de todo, la divinización. No te concentres en lo que tienes que dejar atrás. En cambio, piensa en lo que ganarás cuando cambies esos fugaces placeres del pecado por la verdadera alegría de la presencia de Dios en tu alma, y por el éxtasis eterno de la Visión Beatífica en el Cielo. Estos son los verdaderos deleites espirituales para un Cristiano: Me enseñarás el camino de la vida, hartura de goces, delante de tu rostro, a tu derecha, delicias para siempre (Sal 16,11).
Propósito: Agradece a Dios por su gran regalo de la divinización, y piensa en ello con frecuencia. Pide su gracia para apreciar este don y pide nunca perder este derecho por el pecado. Decídete a superar tus habituales pecados contra la pureza con la ayuda de su gracia, y hallar tu deleite en Jesucristo, y no en el pecado. Continúa acercándote a Jesús y a María con los propósitos anteriores.
San Atanasio de Alejandría, ruega por nosotros.
Mide tu progreso: desde que hice la última meditación,
Cuántas veces:
a. Deliberadamente me toqué impuramente al despertar
_____0 _____1 _____2 _____3 o más veces
b. Deliberadamente vi fotografías o películas indecentes
_____0 _____1 _____2 _____3 o más veces
c. Cometí actos impuros solo o con otras personas
_____0 _____1 _____2 _____3 o más veces
d. Deliberadamente me deleité en pensamientos impuros
_____0 _____1 _____2 _____3 o más veces
e. ¿Cuándo fue la última vez que fui a la Confesión? __________________
f. ¿Cuándo fue la última vez que asistí a la Santa Misa?________________
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