De ahora en adelante, cinco miembros de una familia estarán divididos, tres contra dos y dos contra tres. (Lc 12,52)
La sociedad mexicana está profundamente dividida. Incluso dentro de la Iglesia hay fracturas. La piedra de escándalo ha sido la Marcha por la Familia que diversas organizaciones civiles realizaron el 10 de septiembre. Estalló una reacción virulenta en todo México, difícil de creer. Las redes sociales fueron el escenario de una guerra campal entre los defensores del matrimonio natural y quienes se inclinan hacia el llamado matrimonio igualitario.
Después de la marcha publiqué, en mi cuenta de Twitter, algunas fotografías de las marchas en diversas ciudades de México. Eso bastó para que muchas personas se indignaran y arremetieran contra mí, pidiéndome que mejor hiciéramos marchas contra los sacerdotes pederastas. Hubo alguno que me preguntó cuántos niños habían sido víctimas de mis instintos y una mujer, indignadísima, me expresó que quería ser excomulgada de la Iglesia. Ataques similares recibieron, en sus círculos familiares, de amigos y de trabajo, quienes fueron a la marcha o la defendieron. De ese tamaño fue la urticaria que provocaron las dichosas caminatas.
Dentro de la misma Iglesia, el obispo Raúl Vera, el padre Alejandro Solalinde y muchos otros, clérigos y laicos, también mostraron sus posturas contra las marchas. Hay quienes afirman que se trata de cosas de la ultraderecha de la Iglesia o de fundamentalismo religioso. No entiendo. La defensa de la vida, del matrimonio y de la familia ¿es cuestión de ‘ultras’, o de sentido común? ¿No es legítimo derecho y deber de los laicos alzar la voz contra una amenaza seria al futuro de sus hijos? Y es que cuando se atenta contra las columnas de la creación, como son las relaciones recíprocas entre el hombre y la mujer y contra la procreación y educación de los hijos, está en juego la supervivencia de la misma sociedad.
No nos extrañe que la sociedad se divida de manera tan radical. Puede ser doloroso recibir insultos o que alguien a quien uno aprecia tome su distancia. Sin embargo la lucha entre el bien y el mal exige una toma de postura, puesto que si llega a instalarse el matrimonio igualitario en todo México, las consecuencias serán terribles. La homosexualidad será exaltada y promovida en todas las instituciones públicas y en muchas instituciones privadas. Pero sobre todo tendrán las nuevas generaciones que ser adoctrinadas en este tipo de conducta dentro del sistema escolar; ningún padre de familia tendrá derecho a levantar la voz, y mucho menos podrá impedir a sus hijos recibir el adoctrinamiento.
Cuando el cardenal Carlo Caffarra ideó y fundó el Instituto Pontificio para los Estudios sobre el Matrimonio y la Familia en Roma en 1981, escribió a sor Lucía –la vidente de la Virgen de Fátima en 1917– a través del obispo de la diócesis donde ella vivía en un convento. Mientras que el cardenal Caffarra sólo pedía oraciones para el proyecto recién fundado, recibió inexplicablemente una larga carta de sor Lucía, la cual hoy está archivada en el instituto. En esa carta, la beata vidente señalaba que la lucha final entre el bien y el mal será sobre el matrimonio y la familia. “No tenga miedo –le decía al cardenal–, porque quien trabaje por la santidad del matrimonio y de la familia será siempre combatido y odiado de todas formas, porque este es el punto decisivo”.
La sociedad mexicana está profundamente dividida. Incluso dentro de la Iglesia hay fracturas. La piedra de escándalo ha sido la Marcha por la Familia que diversas organizaciones civiles realizaron el 10 de septiembre. Estalló una reacción virulenta en todo México, difícil de creer. Las redes sociales fueron el escenario de una guerra campal entre los defensores del matrimonio natural y quienes se inclinan hacia el llamado matrimonio igualitario.
Después de la marcha publiqué, en mi cuenta de Twitter, algunas fotografías de las marchas en diversas ciudades de México. Eso bastó para que muchas personas se indignaran y arremetieran contra mí, pidiéndome que mejor hiciéramos marchas contra los sacerdotes pederastas. Hubo alguno que me preguntó cuántos niños habían sido víctimas de mis instintos y una mujer, indignadísima, me expresó que quería ser excomulgada de la Iglesia. Ataques similares recibieron, en sus círculos familiares, de amigos y de trabajo, quienes fueron a la marcha o la defendieron. De ese tamaño fue la urticaria que provocaron las dichosas caminatas.
Dentro de la misma Iglesia, el obispo Raúl Vera, el padre Alejandro Solalinde y muchos otros, clérigos y laicos, también mostraron sus posturas contra las marchas. Hay quienes afirman que se trata de cosas de la ultraderecha de la Iglesia o de fundamentalismo religioso. No entiendo. La defensa de la vida, del matrimonio y de la familia ¿es cuestión de ‘ultras’, o de sentido común? ¿No es legítimo derecho y deber de los laicos alzar la voz contra una amenaza seria al futuro de sus hijos? Y es que cuando se atenta contra las columnas de la creación, como son las relaciones recíprocas entre el hombre y la mujer y contra la procreación y educación de los hijos, está en juego la supervivencia de la misma sociedad.
No nos extrañe que la sociedad se divida de manera tan radical. Puede ser doloroso recibir insultos o que alguien a quien uno aprecia tome su distancia. Sin embargo la lucha entre el bien y el mal exige una toma de postura, puesto que si llega a instalarse el matrimonio igualitario en todo México, las consecuencias serán terribles. La homosexualidad será exaltada y promovida en todas las instituciones públicas y en muchas instituciones privadas. Pero sobre todo tendrán las nuevas generaciones que ser adoctrinadas en este tipo de conducta dentro del sistema escolar; ningún padre de familia tendrá derecho a levantar la voz, y mucho menos podrá impedir a sus hijos recibir el adoctrinamiento.
Cuando el cardenal Carlo Caffarra ideó y fundó el Instituto Pontificio para los Estudios sobre el Matrimonio y la Familia en Roma en 1981, escribió a sor Lucía –la vidente de la Virgen de Fátima en 1917– a través del obispo de la diócesis donde ella vivía en un convento. Mientras que el cardenal Caffarra sólo pedía oraciones para el proyecto recién fundado, recibió inexplicablemente una larga carta de sor Lucía, la cual hoy está archivada en el instituto. En esa carta, la beata vidente señalaba que la lucha final entre el bien y el mal será sobre el matrimonio y la familia. “No tenga miedo –le decía al cardenal–, porque quien trabaje por la santidad del matrimonio y de la familia será siempre combatido y odiado de todas formas, porque este es el punto decisivo”.
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