Le pusieron un dilema al obispo Torres Campos. La familia de Alberto Aguilera Valadez quería la celebración de una misa para Juan Gabriel. Ante la imposibilidad de realizarla en el altar del papa y en la Plaza de la Mexicanidad debido a que esos lugares estaban ocupados por grandes eventos, se optó por hacerla en la casa del divo.
El mismo sábado 3 de septiembre coincidieron los funerales del artista con la Marcha por la Familia, lo que sirvió también para crear una cortina de humo en torno a la marcha y distraer la atención con la ceremonia de las exequias y el homenaje para Juan Gabriel.
El dilema del obispo estaba en celebrar o no la misa. Cualquiera que fuera su respuesta sería usada en su contra. En caso de celebrarse la Eucaristía lloverían las críticas a la Iglesia por hipocresía. ¿Cómo era posible que después de participar en una marcha a favor del matrimonio natural, la Iglesia le hiciera una misa a quien los portadores de la bandera del arco iris identificaron como un ícono de su movimiento?
Por otra parte si la Iglesia se hubiera negado a celebrar la misa se le acusaría de discriminadora, homofóbica, intolerante e incoherente con su mensaje de amor y misericordia. Cualquier acción que tomara, la Iglesia saldría crucificada.
El obispo Torres Campos tomó la mejor decisión: celebrar la Eucaristía para orar por Juan Gabriel. La marcha organizada por el Frente Nacional por la Familia, en la que participaron mayoritariamente los católicos, no fue una marcha homofóbica ni ofensiva para ningún grupo social. Fue una manifestación de alegría y de exaltación del matrimonio según la lógica de la naturaleza, y una petición al gobierno para legislar a favor de este concepto del matrimonio.
¿Fue hipócrita el obispo al celebrar la Misa para Juan Gabriel? De ninguna manera. El cantante no es visto por la Iglesia como lo ven ciertos grupos que tienen fijación por las preferencias sexuales. Eso, para la Iglesia es cuestión sin gran importancia. Juan Gabriel es, ante todo, una persona grandiosa, un hijo de Dios, amadísimo por el Señor, quien no vino al mundo a juzgar sino a perdonar; no vino a condenar sino a salvar. Juan Gabriel es un alma por la que Jesús pagó en la cruz y que hay que salvar.
Era necesaria, pues, la presencia de la Iglesia frente a la casa de la 16 de septiembre después de que la familia pidió la celebración de la misa. Estoy de acuerdo en que el escenario no era el más adecuado para la dignidad de la Eucaristía, pero era mejor mostrar cercanía con la familia del cantante que solicitó la presencia del obispo. Era preferible hacer visible el rostro misericordioso de Jesucristo, quien se sentaba a la mesa con personas creyentes y no creyentes.
Que la Iglesia salga a la calle tiene sus riesgos. Esas son las heridas de las que habla el papa Francisco que podemos sufrir al convertirnos en una Iglesia en salida. Pero es preferible a veces salir con alguna espina, según el pontífice, a quedarnos replegados en nosotros mismos y enfermarnos entre las paredes de la sacristía.
El mismo sábado 3 de septiembre coincidieron los funerales del artista con la Marcha por la Familia, lo que sirvió también para crear una cortina de humo en torno a la marcha y distraer la atención con la ceremonia de las exequias y el homenaje para Juan Gabriel.
El dilema del obispo estaba en celebrar o no la misa. Cualquiera que fuera su respuesta sería usada en su contra. En caso de celebrarse la Eucaristía lloverían las críticas a la Iglesia por hipocresía. ¿Cómo era posible que después de participar en una marcha a favor del matrimonio natural, la Iglesia le hiciera una misa a quien los portadores de la bandera del arco iris identificaron como un ícono de su movimiento?
Por otra parte si la Iglesia se hubiera negado a celebrar la misa se le acusaría de discriminadora, homofóbica, intolerante e incoherente con su mensaje de amor y misericordia. Cualquier acción que tomara, la Iglesia saldría crucificada.
El obispo Torres Campos tomó la mejor decisión: celebrar la Eucaristía para orar por Juan Gabriel. La marcha organizada por el Frente Nacional por la Familia, en la que participaron mayoritariamente los católicos, no fue una marcha homofóbica ni ofensiva para ningún grupo social. Fue una manifestación de alegría y de exaltación del matrimonio según la lógica de la naturaleza, y una petición al gobierno para legislar a favor de este concepto del matrimonio.
¿Fue hipócrita el obispo al celebrar la Misa para Juan Gabriel? De ninguna manera. El cantante no es visto por la Iglesia como lo ven ciertos grupos que tienen fijación por las preferencias sexuales. Eso, para la Iglesia es cuestión sin gran importancia. Juan Gabriel es, ante todo, una persona grandiosa, un hijo de Dios, amadísimo por el Señor, quien no vino al mundo a juzgar sino a perdonar; no vino a condenar sino a salvar. Juan Gabriel es un alma por la que Jesús pagó en la cruz y que hay que salvar.
Era necesaria, pues, la presencia de la Iglesia frente a la casa de la 16 de septiembre después de que la familia pidió la celebración de la misa. Estoy de acuerdo en que el escenario no era el más adecuado para la dignidad de la Eucaristía, pero era mejor mostrar cercanía con la familia del cantante que solicitó la presencia del obispo. Era preferible hacer visible el rostro misericordioso de Jesucristo, quien se sentaba a la mesa con personas creyentes y no creyentes.
Que la Iglesia salga a la calle tiene sus riesgos. Esas son las heridas de las que habla el papa Francisco que podemos sufrir al convertirnos en una Iglesia en salida. Pero es preferible a veces salir con alguna espina, según el pontífice, a quedarnos replegados en nosotros mismos y enfermarnos entre las paredes de la sacristía.
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