Hace unos días agudicé mis oídos y escuché proclamar, a uno de esos predicadores protestantes de la plaza frente a Catedral, que la Iglesia Católica es tan rica, que posee más dinero –¡ja!– que Estados Unidos y que la Unión Europea juntos. No le di importancia porque sé que en muchas comunidades no católicas se azuza frecuentemente el odio hacia la Iglesia Católica tildándola como la Babilonia ramera. Pero días después vi, por televisión, a un conocido periodista local que aseguraba que el Vaticano –¡oh! ¡oh!– era de los estados más ricos del mundo. Eso sí me preocupó.
Vayamos primero con las propiedades de la Iglesia. ¿Las tiene? Sí, y muchas: templos, hospitales, dispensarios, orfanatos, escuelas, seminarios y otros edificios que utiliza para el culto y la evangelización por toda la geografía mundial. Los ha acumulado a lo largo de los siglos y sirven únicamente para que la Iglesia cumpla su misión de evangelizar y dar culto a Dios. Pero estas propiedades inmuebles, más que ser una fuente de beneficios económicos, son origen de muchos gastos que precisa la predicación del Evangelio y las obras de caridad. Hay que sudar para darles mantenimiento.
La Iglesia Católica tiene también miles de obras de arte y templos majestuosos que son expresión de la fe y del amor a Dios del pueblo creyente, y que los siglos han acumulado. A esas producciones artísticas no se les puede sacar ningún aprovechamiento mercantil. Es imposible vender la Piedad de Miguel Ángel o el retablo de los reyes de la catedral de México para dar el dinero a los pobres. Se trata de patrimonio cultural de la humanidad al que ni siquiera precio se le puede poner. Si un político decidiera desmantelar y vender el monumento a Benito Juárez de nuestra ciudad para pagar deudas del gobierno, el pueblo seguramente protestaría. Es a través de las obras de caridad y de promoción humana –¡y vaya que son innumerables!– como la Iglesia brinda ayuda a los pobres, y no desmantelando sus cúpulas o vendiendo sus imágenes sagradas.
¿Qué decir de los adornos de las iglesias con oro y materiales preciosos muy costosos? Si la misma gente gasta su dinero en joyas, casas y vestidos, ¿les prohibiremos que regalen algo valioso para el culto a Dios o para una imagen que aman y veneran? Por no ser rica, la Iglesia no está pidiendo constantemente dinero a los fieles para cambiar las sillas de las catedrales, sus cúpulas o los tapices, o su mobiliario. Las instituciones civiles y las empresas sí gastan constantemente en remodelaciones, pero no la Iglesia que, más bien, debe administrar este patrimonio histórico según su economía se lo permite.
Sobre los sueldos en la Iglesia, hay que señalar que la Iglesia paga poco. Nadie se hará rico trabajando para la Iglesia Católica. Los sacerdotes ganamos un sueldo de 6 mil 500 pesos mensuales y algunas propinas voluntarias que nos dan los fieles por algún servicio extraordinario que les prestamos. Las personas que trabajan en el Vaticano son, en su gran mayoría, solteras, por la sencilla razón de que los sueldos que paga la Santa Sede no alcanzan para mantener familias completas.
La Iglesia vive de las limosnas y los diezmos. Una tercera parte de las parroquias de Ciudad Juárez recibe subsidios de comunidades parroquiales con más pingüe situación económica. Es decir, una gran cantidad de parroquias locales no pueden obtener los suficientes recursos de manera propia para sufragar los gastos de su operación, y viven de las limosnas de otras comunidades.
La mayoría de los católicos no aporta su diezmo. Sólo una pequeña parte de la grey cumple con este deber de sostener a su Iglesia diocesana. El año pasado se obtuvieron 10 millones de pesos en diezmos de toda la diócesis, mientras que el presupuesto del Municipio de Ciudad Juárez fue de 3,482 millones de pesos para el 2015. Nuestra partida anual es sólo el 0.28 por ciento comparado con el de las arcas municipales. Por otra parte, el presupuesto del Vaticano es ridículo también –menos del 5 por ciento– confrontado con el de las grandes empresas internacionales. En realidad la Iglesia Católica vive de la limosna, de las migajas que caen de las mesas de sus fieles. Por ningún lado se ve, pues, esa mítica Iglesia millonaria y opulenta.
¿Qué decir de los sacerdotes que se dan una vida de ricos? Los hay. Casos, por ejemplo, en los que se aprovechan de la economía de su parroquia y así se vuelven motivo de escándalo para los fieles. Pero esto no es la norma sino la excepción. La inmensa mayoría de los sacerdotes viven austera y sencillamente.
De una Iglesia rica líbrenos Dios. Ya no sería la Providencia la que la sostendría. Y se alejaría de ser la Iglesia de Jesucristo.
Vayamos primero con las propiedades de la Iglesia. ¿Las tiene? Sí, y muchas: templos, hospitales, dispensarios, orfanatos, escuelas, seminarios y otros edificios que utiliza para el culto y la evangelización por toda la geografía mundial. Los ha acumulado a lo largo de los siglos y sirven únicamente para que la Iglesia cumpla su misión de evangelizar y dar culto a Dios. Pero estas propiedades inmuebles, más que ser una fuente de beneficios económicos, son origen de muchos gastos que precisa la predicación del Evangelio y las obras de caridad. Hay que sudar para darles mantenimiento.
La Iglesia Católica tiene también miles de obras de arte y templos majestuosos que son expresión de la fe y del amor a Dios del pueblo creyente, y que los siglos han acumulado. A esas producciones artísticas no se les puede sacar ningún aprovechamiento mercantil. Es imposible vender la Piedad de Miguel Ángel o el retablo de los reyes de la catedral de México para dar el dinero a los pobres. Se trata de patrimonio cultural de la humanidad al que ni siquiera precio se le puede poner. Si un político decidiera desmantelar y vender el monumento a Benito Juárez de nuestra ciudad para pagar deudas del gobierno, el pueblo seguramente protestaría. Es a través de las obras de caridad y de promoción humana –¡y vaya que son innumerables!– como la Iglesia brinda ayuda a los pobres, y no desmantelando sus cúpulas o vendiendo sus imágenes sagradas.
¿Qué decir de los adornos de las iglesias con oro y materiales preciosos muy costosos? Si la misma gente gasta su dinero en joyas, casas y vestidos, ¿les prohibiremos que regalen algo valioso para el culto a Dios o para una imagen que aman y veneran? Por no ser rica, la Iglesia no está pidiendo constantemente dinero a los fieles para cambiar las sillas de las catedrales, sus cúpulas o los tapices, o su mobiliario. Las instituciones civiles y las empresas sí gastan constantemente en remodelaciones, pero no la Iglesia que, más bien, debe administrar este patrimonio histórico según su economía se lo permite.
Sobre los sueldos en la Iglesia, hay que señalar que la Iglesia paga poco. Nadie se hará rico trabajando para la Iglesia Católica. Los sacerdotes ganamos un sueldo de 6 mil 500 pesos mensuales y algunas propinas voluntarias que nos dan los fieles por algún servicio extraordinario que les prestamos. Las personas que trabajan en el Vaticano son, en su gran mayoría, solteras, por la sencilla razón de que los sueldos que paga la Santa Sede no alcanzan para mantener familias completas.
La Iglesia vive de las limosnas y los diezmos. Una tercera parte de las parroquias de Ciudad Juárez recibe subsidios de comunidades parroquiales con más pingüe situación económica. Es decir, una gran cantidad de parroquias locales no pueden obtener los suficientes recursos de manera propia para sufragar los gastos de su operación, y viven de las limosnas de otras comunidades.
La mayoría de los católicos no aporta su diezmo. Sólo una pequeña parte de la grey cumple con este deber de sostener a su Iglesia diocesana. El año pasado se obtuvieron 10 millones de pesos en diezmos de toda la diócesis, mientras que el presupuesto del Municipio de Ciudad Juárez fue de 3,482 millones de pesos para el 2015. Nuestra partida anual es sólo el 0.28 por ciento comparado con el de las arcas municipales. Por otra parte, el presupuesto del Vaticano es ridículo también –menos del 5 por ciento– confrontado con el de las grandes empresas internacionales. En realidad la Iglesia Católica vive de la limosna, de las migajas que caen de las mesas de sus fieles. Por ningún lado se ve, pues, esa mítica Iglesia millonaria y opulenta.
¿Qué decir de los sacerdotes que se dan una vida de ricos? Los hay. Casos, por ejemplo, en los que se aprovechan de la economía de su parroquia y así se vuelven motivo de escándalo para los fieles. Pero esto no es la norma sino la excepción. La inmensa mayoría de los sacerdotes viven austera y sencillamente.
De una Iglesia rica líbrenos Dios. Ya no sería la Providencia la que la sostendría. Y se alejaría de ser la Iglesia de Jesucristo.
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