Anoche nos dormimos con un gran pesar en el corazón por lo ocurrido en París. Imágenes dantescas de destrucción y con cadáveres por doquier aparecieron hoy en los periódicos. Podemos imaginar la pesadilla que muchos hermanos franceses están viviendo, sobre todo aquellos que perdieron algún familiar durante esos actos terroristas.
La situación tan compleja que se vive en Europa y en Medio Oriente, sobre todo con los conflictos en Siria e Irak y con la expansión del violento Estado Islámico es reflejo de la precariedad de nuestra condición humana. Somos nosotros los seres humanos quienes con nuestro egoísmo hemos convertido el mundo en un lugar difícil para vivir. Las injusticias políticas, la venta de armas, la violencia, la saña y la crueldad, la intolerancia hacia otras religiones, la emigración forzada… todo ello es fruto amargo de de la crisis espiritual que se vive en nuestras sociedades y que hunde sus raíces en el pecado. ¡Cuánta desolación sigue causando el poder del mal!
El texto del Evangelio de la parábola de la viuda (Lc 18, 1-8) nos da un poco de luz en medio de nuestras tinieblas. La mujer viuda representa nuestra humanidad que vive en la precariedad, en la soledad y el abandono. Se trata de un caso desesperado porque hay un juez injusto que no teme a Dios ni respeta a los hombres. La única solución en el drama la tiene el juez, que termina por atender las peticiones de la mujer viuda para quitársela de encima. Así es nuestra humanidad lejos del Señor, un caso desesperado y sin solución.
Sin embargo el objetivo de Jesús al presentar esa parábola es hacernos tomar conciencia de la necesidad que tenemos de acudir, no a jueces humanos limitados, sino al Divino Juez, a Dios nuestro Padre, que es el único que puede sacar a la humanidad de los atolladeros en que se mete. Insiste el Señor en que cuando las injusticias humanas están a la orden del día y los caminos se vuelven laberintos sin salida, podemos hacer algo que puede cambiar el rumbo: orar.
En esta hora de desconcierto y de dolor por lo ocurrido en Francia, podemos hacer análisis de por qué ocurrieron los hechos; podemos buscar culpables en el mundo de la política; podemos condenar a los extremistas del islam; podemos hacer marchas y plantones contra Francois Hollande; podemos... Sin embargo Jesús nos dice: "Vengan a mí todos los que están cansados y agobiados, y yo los aliviaré". Nos recuerda el Señor con esas palabras que reposemos un momento en el corazón de Dios porque Él es medicina que cura nuestras heridas. Es Dios quien nos consuela, nos revitaliza, nos da fuerza y paz en medio de la oscuridad.
No culpemos a Dios por estos hechos. Él nos creó libres y nosotros, usando nuestra libertad, podemos crear la civilización del amor o la civilización del egoísmo. Él ya hizo bastante por nosotros enviando al mundo a su Hijo Unigénito Jesucristo para revelarnos su amor y las claves para construir un mundo de bien. El camino hacia la paz verdadera -no la que da el mundo- es recuperar nuestra relación con Jesús y con su Iglesia. Si todos oramos todos los días un poco, estaremos acercándonos al paraíso, aquí en la tierra, y allá en el Cielo.
La situación tan compleja que se vive en Europa y en Medio Oriente, sobre todo con los conflictos en Siria e Irak y con la expansión del violento Estado Islámico es reflejo de la precariedad de nuestra condición humana. Somos nosotros los seres humanos quienes con nuestro egoísmo hemos convertido el mundo en un lugar difícil para vivir. Las injusticias políticas, la venta de armas, la violencia, la saña y la crueldad, la intolerancia hacia otras religiones, la emigración forzada… todo ello es fruto amargo de de la crisis espiritual que se vive en nuestras sociedades y que hunde sus raíces en el pecado. ¡Cuánta desolación sigue causando el poder del mal!
El texto del Evangelio de la parábola de la viuda (Lc 18, 1-8) nos da un poco de luz en medio de nuestras tinieblas. La mujer viuda representa nuestra humanidad que vive en la precariedad, en la soledad y el abandono. Se trata de un caso desesperado porque hay un juez injusto que no teme a Dios ni respeta a los hombres. La única solución en el drama la tiene el juez, que termina por atender las peticiones de la mujer viuda para quitársela de encima. Así es nuestra humanidad lejos del Señor, un caso desesperado y sin solución.
Sin embargo el objetivo de Jesús al presentar esa parábola es hacernos tomar conciencia de la necesidad que tenemos de acudir, no a jueces humanos limitados, sino al Divino Juez, a Dios nuestro Padre, que es el único que puede sacar a la humanidad de los atolladeros en que se mete. Insiste el Señor en que cuando las injusticias humanas están a la orden del día y los caminos se vuelven laberintos sin salida, podemos hacer algo que puede cambiar el rumbo: orar.
En esta hora de desconcierto y de dolor por lo ocurrido en Francia, podemos hacer análisis de por qué ocurrieron los hechos; podemos buscar culpables en el mundo de la política; podemos condenar a los extremistas del islam; podemos hacer marchas y plantones contra Francois Hollande; podemos... Sin embargo Jesús nos dice: "Vengan a mí todos los que están cansados y agobiados, y yo los aliviaré". Nos recuerda el Señor con esas palabras que reposemos un momento en el corazón de Dios porque Él es medicina que cura nuestras heridas. Es Dios quien nos consuela, nos revitaliza, nos da fuerza y paz en medio de la oscuridad.
No culpemos a Dios por estos hechos. Él nos creó libres y nosotros, usando nuestra libertad, podemos crear la civilización del amor o la civilización del egoísmo. Él ya hizo bastante por nosotros enviando al mundo a su Hijo Unigénito Jesucristo para revelarnos su amor y las claves para construir un mundo de bien. El camino hacia la paz verdadera -no la que da el mundo- es recuperar nuestra relación con Jesús y con su Iglesia. Si todos oramos todos los días un poco, estaremos acercándonos al paraíso, aquí en la tierra, y allá en el Cielo.
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