Maurice llegó acompañado de Claude su esposa al santuario de Nuestra Señora de Lourdes. Él pertenecía a la masonería y era la primera vez que entraba en aquel recinto. Llegaron a la gruta de las apariciones. Se celebraba una misa. Aquel hombre recordaba que como parte de su obligada vida social, sólo en pocas ocasiones y siempre distraídamente, había asistido a la Eucaristía.
Maurice pasaba por una crisis personal. Había perdido su trabajo y su mujer estaba gravemente enferma de cáncer. Por eso aquella mañana puso atención a la Palabra de Dios. Escuchó “Pidan y recibirán, busquen y encontrarán, llamen y se les abrirá”. La frase la había escuchado en uno de los ritos masónicos. Había considerado a Jesucristo sólo como un gran sabio, pero jamás como Dios. De pronto escuchó una voz interior: “Tú pides la curación de Claude, pero ¿qué ofreces tú?”
Aquella voz lo dejó conturbado y pudo recuperar la concentración cuando el sacerdote elevó la hostia en la consagración. Por primera vez Maurice reconoció que Jesús estaba bajo las apariencias del pan y del vino. En vano había buscado la luz a través de múltiples ritos de iniciación de la sociedad secreta a la que pertenecía. De pronto tenía la certeza de que en aquel humilde trozo de pan estaba la luz del mundo.
Durante más de 40 años había sido un ateo comecuras que acusaba a la civilización judeocristiana de haber inculcado al hombre horribles complejos de culpa. Y ahora, como un relámpago, estaba allí, en el lugar donde la Madre de Dios se apareció a una humilde muchacha analfabeta en 1858, ofreciéndole su vida a Jesús.
Maurice pasaba por una crisis personal. Había perdido su trabajo y su mujer estaba gravemente enferma de cáncer. Por eso aquella mañana puso atención a la Palabra de Dios. Escuchó “Pidan y recibirán, busquen y encontrarán, llamen y se les abrirá”. La frase la había escuchado en uno de los ritos masónicos. Había considerado a Jesucristo sólo como un gran sabio, pero jamás como Dios. De pronto escuchó una voz interior: “Tú pides la curación de Claude, pero ¿qué ofreces tú?”
Aquella voz lo dejó conturbado y pudo recuperar la concentración cuando el sacerdote elevó la hostia en la consagración. Por primera vez Maurice reconoció que Jesús estaba bajo las apariencias del pan y del vino. En vano había buscado la luz a través de múltiples ritos de iniciación de la sociedad secreta a la que pertenecía. De pronto tenía la certeza de que en aquel humilde trozo de pan estaba la luz del mundo.
Durante más de 40 años había sido un ateo comecuras que acusaba a la civilización judeocristiana de haber inculcado al hombre horribles complejos de culpa. Y ahora, como un relámpago, estaba allí, en el lugar donde la Madre de Dios se apareció a una humilde muchacha analfabeta en 1858, ofreciéndole su vida a Jesús.
Como masón avanzado del Gran Oriente de Francia, Maurice Caillet recibió instrucción de que no existen verdades absolutas ni dogmas inmutables. Se jactaba de ser un librepensador, y así rechazaba toda moral y concepto de pecado. Era médico y durante su carrera había practicado cientos de abortos y esterilizaciones. El bien y el mal eran cuestión de opinión de la mayoría. Estaba convencido de que la masonería era la religión del hombre y que sería, algún día, la religión universal.
Aspiraba Maurice a la perfección, sin duda. Para eso había entrado en las logias. Trataba de desarrollar todo su potencial humano sin la ayuda de Dios. Bastaba su esfuerzo personal acompañado de la ayuda de sus ‘hermanos’, la formación en sus reuniones y, sobre todo, en la acción de los ritos masónicos, que eran para él casi como un sacramento. Aspiraba, como miembro de la masonería, a la implantación de un nuevo orden mundial que abanderara el aborto, la eutanasia, los matrimonios homosexuales, el adoctrinamiento político en las escuelas, el control demográfico de la natalidad y los ataques a la enseñanza religiosa. Por eso también militaba en el Partido Socialista Francés.
Allí en la gruta de Lourdes, Maurice empezó a recordar sus errores. Se sentía impaciente por conocer mejor a Jesús, al que había perseguido, sin saberlo, oponiéndose a la sabiduría de la Iglesia Católica, promoviendo la cultura de la muerte bajo un falso concepto de libertad. Ahora tenía un gran deseo de unirse a Jesús a través del bautismo, el cual recibió durante una Vigilia Pascual.
Le sucedió algo muy extraño. Acostumbraba por las noches tener un vaso de agua mineral, en la mesa de noche, para calmar la sed. El agua siempre había estado pura. Pero luego de su conversión, al despertar, el agua estaba turbia, repugnante, con un olor pestilente, corrompida como el agua de un charco. Sustituyó el agua mineral por agua del grifo y el fenómeno se repitió. Después hizo un experimento. Colocó tres vasos, uno con agua mineral, otro con agua del grifo y el tercero con agua mineral con una gota de agua bendita. A la mañana siguiente, el agua de los dos primeros vasos estaba corrompida, mientras que la del tercer vaso se conservaba pura. Eso sucedió durante varios días.
Durante dos ocasiones lo despertaron risas sarcásticas junto a sus oídos y la visión de formas negras, lúgubres, tenebrosas, cambiantes como las llamas de una hoguera. Los escalofríos y el horror la helaban el cuerpo entero. Sólo aquellos fenómenos desaparecían cuando invocaba el auxilio de la Virgen, con la fuerza del avemaría.
Aspiraba Maurice a la perfección, sin duda. Para eso había entrado en las logias. Trataba de desarrollar todo su potencial humano sin la ayuda de Dios. Bastaba su esfuerzo personal acompañado de la ayuda de sus ‘hermanos’, la formación en sus reuniones y, sobre todo, en la acción de los ritos masónicos, que eran para él casi como un sacramento. Aspiraba, como miembro de la masonería, a la implantación de un nuevo orden mundial que abanderara el aborto, la eutanasia, los matrimonios homosexuales, el adoctrinamiento político en las escuelas, el control demográfico de la natalidad y los ataques a la enseñanza religiosa. Por eso también militaba en el Partido Socialista Francés.
Allí en la gruta de Lourdes, Maurice empezó a recordar sus errores. Se sentía impaciente por conocer mejor a Jesús, al que había perseguido, sin saberlo, oponiéndose a la sabiduría de la Iglesia Católica, promoviendo la cultura de la muerte bajo un falso concepto de libertad. Ahora tenía un gran deseo de unirse a Jesús a través del bautismo, el cual recibió durante una Vigilia Pascual.
Le sucedió algo muy extraño. Acostumbraba por las noches tener un vaso de agua mineral, en la mesa de noche, para calmar la sed. El agua siempre había estado pura. Pero luego de su conversión, al despertar, el agua estaba turbia, repugnante, con un olor pestilente, corrompida como el agua de un charco. Sustituyó el agua mineral por agua del grifo y el fenómeno se repitió. Después hizo un experimento. Colocó tres vasos, uno con agua mineral, otro con agua del grifo y el tercero con agua mineral con una gota de agua bendita. A la mañana siguiente, el agua de los dos primeros vasos estaba corrompida, mientras que la del tercer vaso se conservaba pura. Eso sucedió durante varios días.
Durante dos ocasiones lo despertaron risas sarcásticas junto a sus oídos y la visión de formas negras, lúgubres, tenebrosas, cambiantes como las llamas de una hoguera. Los escalofríos y el horror la helaban el cuerpo entero. Sólo aquellos fenómenos desaparecían cuando invocaba el auxilio de la Virgen, con la fuerza del avemaría.
El año 2015 ha sido clave para el avance del Nuevo Orden Mundial bajo el poder oculto de las fuerzas masónicas. Ellas están logrando cambiar el concepto del matrimonio y de la familia y se han empeñado en legalizar el aborto en todo el mundo. Será cuestión de que los hombres decidan si están con Cristo o con el anticristo.
Maurice Caillet nació en Burdeos (Francia) en 1933 de padres agnósticos, que no le bautizaron. Ejerció la medicina, practicó abortos y esterilizaciones. Ateo por convicción y miembro del Partido Socialista Francés, ingresó en la Masonería en la que militó durante 15 años de su vida. En 2008 escribió su libro "Yo fui masón" de Libros Libres, de cuyas páginas algunas anécdotas se describen en este artículo.
Maurice Caillet nació en Burdeos (Francia) en 1933 de padres agnósticos, que no le bautizaron. Ejerció la medicina, practicó abortos y esterilizaciones. Ateo por convicción y miembro del Partido Socialista Francés, ingresó en la Masonería en la que militó durante 15 años de su vida. En 2008 escribió su libro "Yo fui masón" de Libros Libres, de cuyas páginas algunas anécdotas se describen en este artículo.
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