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De vida o muerte

Dos amigos

En dos meses se presentaron en el juicio divino dos amigos míos bastante exitosos en sus campos de trabajo. El primero fue Carlos Márquez, sacerdote párroco y vicario de pastoral de nuestra diócesis. El segundo fue Fernando Calzada, publicista, mercadólogo, músico y genio creativo. Buenos amigos míos fueron los dos. El primero partió en mayo, el otro en julio. Pude ver sus cuerpos en sus ataúdes. Los dos murieron repentinamente de ataque al corazón, dejando a cientos de personas conmocionadas.

Por muchos motivos siempre admiré a Carlos y a Fernando, uno de ellos fue su carisma personal. Por una facilidad especial que tenían para ganarse a la gente, eran personas de muchos amigos, siempre alegría de las reuniones. Se pasaba bien el tiempo con uno y con otro.

Carlos Márquez y Fernando Calzada nunca ambicionaron ser exitosos. Ellos sólo hicieron apasionadamente lo que hicieron y eso que llamamos ‘éxito’, les vino automático. Afirma Fabrice Hadjadj que existen motivos para no ambicionar el éxito. “El escritor debería temer al best-seller como a la peste; el ejecutivo palidecer al ver triplicarse su cifra de negocios; el cura rezar para no sucumbir a la tentación del episcopado. Entablaríamos pleitos no por difamación, sino por elogio excesivo. Envidiaríamos a los moribundos como más vivos que los demás, puesto que están casi a punto de abocar a la fuente. En cuanto a los que viven bien, nos darían miedo y quizá organizaríamos para ellos cuidados paliativos”. Hincharnos de satisfacción por lo que hacemos en este mundo nos podría llenar el corazón de todo, menos de Aquel que lo es todo.


¿Debemos entonces buscar el fracaso en todas las cosas? Absolutamente no. Lo importante es percatarnos de que mientras el mundo pasa, hay Alguien que no se muda. Si sólo llenamos la vida de placeres y éxitos mundanos, llegaremos a la muerte con el corazón temblando de pánico.
La partida inesperada de Carlos Márquez, Fernando Calzada y todo ser querido que se marcha de nuestro lado es una llamada de la misericordia para no dejarnos adormecer en la frivolidad ni en los éxitos de este mundo. Me queda el consuelo de que ellos eran hombres de fe y de buenas obras. El vacío que dejan nuestros amigos que se van es también una riqueza para los que nos quedamos. Nos hacen buscar, con un corazón más puro, la perla preciosa del Reino que salva.

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